UNIDAD CENTROAMERICANA
domingo, 28 de febrero de 2016
viernes, 26 de febrero de 2016
Deberes de caridad
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Nada hay que perfeccione más al hombre que ese sentimiento grandioso que
se llama amor. Nada hay que le santifique más, que el espíritu de caridad. Cuando
la aurora rasga su manto de luz y nos presenta un anciano enfermo, un débil
niño, un menesteroso cargado de andrajos y miseria, del fondo del firmamento parece
descender sobre ellos una hada encantadora coronada de estrellas, llena de
ingentes dones y de religioso silencio: es la caridad. Porque la caridad es luz
vivificante que hace evaporar las lágrimas del sufrimiento que suben al cielo
como mudo testimonio del dolor sobre la tierra, como una plegaria de los que
sufren trasmitida a Dios por la voz de los ángeles. En el orden de la
perfección la caridad es superior a la fe y a la esperanza, porque estas virtudes
no son más que las alas de la caridad, en la que brilla el pensamiento divino.
Por eso ha descendido del cielo para fortalecer el corazón del hombre y le ha
inspirado esos esfuerzos generosos que bajo la forma de fiestas mundanas, de
visitas domiciliarias, de asilos, hospicios y hospitales son el alivio poderoso
de nuestros semejantes. La caridad se abre paso a través de la tierra y llega
al dolorido seno de todos los pueblos como un océano luminoso, cuyas aguas
redentoras inundan de amor todos los corazones, consuelan y alivian las almas
desfallecidas, las esperanzas muertas, los estragos de la miseria.
Ella es mensajera divina que se acerca a todos, los que lloran y les
reparte esperanza y alegría; ella lleva las gracias que el Señor envía a los
tristes que moran en la tierra y conforta al moribundo que exhala sus últimos
suspiros; da de beber al sediento, de comer al hambriento, salud al enfermo,
ropa al desnudo, descanso al peregrino, libertad al preso, tumba al muerto, luz
al ignorante, fortaleza a la razón, correctivo a los errores, consejo al
ignorante, perdón a la injuria, y eleva a Dios por todos la plegaria. El que ejerce
este sublime sacerdocio, recoge en la tierra las bendiciones de los hombres, y
en el cielo, el amor de Dios, porque la caridad es la sublime identidad de Dios
con el alma de la humanidad.
Por eso brilla la caridad, como fúlgida estrella, sobre la frente de la
mujer piadosa; por eso nuestras madres, santas ya por su misión sobre la
tierra, están rodeadas por esa estela luminosa que dirige al virtuoso y le ata
al cielo con esa maravillosa cadena tendida sobre el curso infinito de los
siglos.
La limosna es una de las formas de la caridad y la oración en práctica.
Es el rédito de nuestro capital en el cielo, y, como decía el gran Fenelón, es
letra de cambio sobre la eternidad, que allá encontraremos pagadera a la vista.
El hombre siempre mira la mano con que da y da lo necesario; la mujer da lo
necesario y da también su corazón.
La solidaridad humana es una prueba evidente de que la virtud crece y se
desarrolla fecunda en el corazón humano. Gracias a ella se construyen
hospitales, hospicios, dispensarios y asilos en donde la beneficencia pública
asiste, cura y enseña a los desvalidos; la caridad privada reparte limosnas, vestidos,
medicinas, alimentos y practica visitas domiciliarias a los pobres; funda
sociedades de socorro. Sala-cunas, Gotas de leche que multiplican sus obras de misericordia
sin buscar gloria ni honores, sino la aspiración espontánea del corazón,
confortando a todos con su afecto inteligente y caritativo. Si la infancia está
protegida por los esfuerzos de la caridad, también ha dirigido su mirada hacia
la ancianidad provecta, enferma y desvalida, hospitalizando a los ancianos en
establecimientos cómodos e higiénicos, donde los viejos encuentran generoso
abrigo y sustento en las postrimerías de su tormentosa vida.
Deberes generales del ciudadano
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
A la verdad, el estudio de los derechos y deberes del ciudadano entra de
lleno en la práctica de la enseñanza general, sobre todo, cuando se trata de
los principios fundamentales que deben guiar al hombre a través de su
existencia política y social. Los preceptores son pues, los llamados en primer
término a contribuir eficazmente en la propagación y comprensión de los
principios consignados en nuestra legislación por medio de breves y claras
explicaciones que elevando la razón individual hacia materia tan importante,
comiencen a formar desde las aulas a los que más tarde intervendrán en la
administración del Estado. La enseñanza de los derechos y deberes del hombre se
deriva del principio fundamental de la institución de la escuela, que es la
formación de buenos ciudadanos.
El conocimiento del derecho positivo es necesario para toda asociación
democrática que, como la nuestra, tiene que tomar participio más o menos activo
en todas las manifestaciones del sufragio universal, de las garantías
individuales y de otros derechos imprescriptibles de que todo ciudadano debe
tener un conocimiento más o menos completo.
Es necesario dar al alumno ideas claras sobre el mecanismo y
organización del gobierno, de la administración de justicia, atribuciones de
los supremos poderes, de las autoridades subalternas, garantías individuales,
nociones de derecho político, igualdad civil, ley del trabajo, santidad de la
familia, de la propiedad, entre otros.
1°.- A la cabeza de los deberes debe colocarse la obligación de observar
y respetar la ley. Ese respeto es lo que constituye la fuerza y esplendor de la
nación. Gracias al cumplimiento de estos dos preceptos, se hace efectivo el goce
del derecho, la seguridad del comercio y de la industria, el fácil cumplimiento
de todos los deberes. Está, pues, en el interés general, que todo ciudadano
observe fielmente la ley, pues que así están garantizados los más caros
intereses de la Nación. Las infracciones de la ley son traiciones al bien
público, son la anarquía, el despotismo, el motín latente o en acción.
2°.- Hay deber fiscal, que es la obligación de pagar los impuestos
establecidos por la ley, para que el Estado pueda administrar los servicios
públicos. Sustraerse a este deber es quitarle al Estado los recursos que debe
emplear en favor de la comunidad, estancar la fuente de todo progreso.
3°.- Está el deber militar, porque la Nación tiene necesidad de
defensores; tiene derecho de pedir a sus hijos las cargas del servicio militar
que, equitativamente organizado, llena su alta misión civilizadora, basado como
está, en el sentimiento del honor y del amor patrio.
4°.- Está el deber electoral, ingente función, pues los intereses de la
Nación están en manos de los elegidos del pueblo que toman asiento en los
Congresos, en los Consejos municipales, en la magistratura, y por eso el elector
debe tener conciencia clara de la honradez, idoneidad, fidelidad de sus
mandatarios, dando un voto libre e ilustrado.
5°.- Está el deber escolar, por el que los padres de familia deben
vigilar que sus hijos aprovechen la educación que les da el Estado con el
interés que inspira esa primera y más importante función social. Educar es
prosperar, favorecer el desarrollo intelectual, físico y moral de los futuros
ciudadanos, a fin de que la sociedad pueda más tarde emplear todas las fuerzas
sociales que se deriven de la instrucción. Educar es civilizar, y por tanto,
todos tienen el deber de instruirse para que puedan cumplir mejor sus deberes
de ciudadanos y cooperar en todo sentido al engrandecimiento nacional, que es
una de las formas más augustas del patriotismo.
6°.- Entre los deberes generales está el de desempeñar los empleos
públicos a que sean llamados los ciudadanos. El deber de los empleados públicos
radica en el exacto cumplimiento de las funciones que les han sido confiadas. En
la categoría de los deberes de esta clase hay que deslindar dos condiciones:
una que se refiere al buen desempeño de sus funciones, y otra que se relaciona
con su conducta disciplinaria respecto a sus Jefes y esta está supeditada a los
deberes sociales en general, y su infracción implica una sanción penal.
La función del empleado es personal y directa respeto al cargo que
ejerce. El desempeño de esa función es plena en toda la esfera que le
corresponde, sin poderla abandonar, salvo el permiso de la superioridad. La
buena conducta del empleado da mayor realce a su autoridad, al respeto que debe
a sus Jefes jerárquicos, al decoro de la persona, a la moderación y atenciones
que son debidas al público que concurren a las oficinas administrativas, evitando
los tonos destemplados y los desplantes de ciertos empleados que hacen mal uso
de su posición y se atraen así antipatías y censuras. En los detalles de los deberes
del funcionario público, se comprende el de la correspondencia administrativa,
en la cual no le es permitido, en razón de su cargo, participar en actos que
implican infracciones legales de interés particular, de orden público o de
carácter constitucional. Debe estar muy lejos del prevaricato y de la
infidencia, de la violación de secretos, denegación de justicia, fraude,
negociaciones turbias, en fin, todo lo cual atrae graves responsabilidades que
serán deducidas por los funcionarios respectivos.
Respecto a los cargos gratuitos, como
los concejiles, éstos son honorarios, obligatorios y gratuitos (no existen en la actualidad); y es
aquí, justamente, donde se pone a prueba el patriotismo, porque si bien es
cierto que estos empleados dedican su tiempo a la labor administrativa sin
estipendio alguno, mayor honra y satisfacción debe producirles dedicar sus
capacidades y energías al servicio de las poblaciones que son fragmentos del todo
patria.
martes, 16 de febrero de 2016
Haz a los demás todo lo que quieres que te hagan a ti.
Comparto la siguiente narración por la enseñanza moral que de ella se deriva, siempre y cuando se realice la correspondiente reflexión e interiorización del conocimiento.
"Era una familia
formada por el padre, la madre y un hijo. Después del fallecimiento del padre,
el hijo llevó a su madre a un asilo. El hijo sin paciencia para darle atención
a su anciana madre, y deseoso de aprovechar la vida; justificando su acción en
la falta de tiempo, la visitaba muy de vez en cuando.
Un día el hijo
recibió una llamada del asilo. Le informaron que su madre se estaba muriendo;
fue corriendo para verla antes de que falleciera. Al llegar el hijo, preguntó a
su madre:
- ¿Deseas que
haga algo por ti madre?
La madre
contestó:
- Quiero que coloques
ventiladores en el asilo, porque aquí no tienen. También quiero que compres
refrigeradoras, para que la comida no se dañe más. Muchas veces a lo largo de
estos años, dormí sin probar alimento.
El hijo muy
sorprendido y aturdido, le dijo:
- Madre, hasta
ahora me estás pidiendo estas cosas, precisamente cuando estás a punto de
morir; ¿por qué no me lo pediste antes?
La madre con
mucha tristeza, le miró profundamente y respondió:
- Hijo mío, me acostumbre
a vivir con hambre y calor, pero quiero que compres esas cosas, porque tengo
miedo que tú no te acostumbres a este sitio cuando estés viejo y tus hijos te
coloquen aquí".
lunes, 15 de febrero de 2016
Espíritu de familia. Orden en la casa.
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El espíritu de familia lo forma esa vida dulce, tranquila y ordenada que
solo se encuentra en el seno del hogar; es esa paz inalterable que debe
reinar en él, y donde los padres son los patriarcas de ese cielo en que viven
los niños que son los ángeles; es ese lugar donde nacimos, donde están todas
las reminiscencias de nuestra infancia; es esa casita blanca rodeada de perfumadas
flores, de aves enamoradas, de cantos de alegría, de frutos almibarados, de sol
deslumbrante durante el día e iluminada por las estrellas del cielo durante la
noche; es decir, el nido de los sentimientos del corazón, de las virtudes del
alma que nos acercan a Dios y que marcan nuestro destino en el camino de la
vida. (Concepción
poética del ambiente en familia. En lo que se refiere al entorno natural,
poco queda en nuestro deforestado país.)
El espíritu de familia lo forma esa noble genealogía de amores y
recuerdos, de esperanzas y placeres de la infancia que nunca se olvidan; lo
forma esa primera escuela del hogar que ampara y favorece las primeras dulces
enseñanzas de la madre, los consejos del padre. Y luego, cuando los hijos
llegan a ser hombres, esa dicha de inclinar reverente la cerviz ante la
majestad de una cabeza cana, de besar la frente venerable de una madre, de una
esposa amante, y estrechar contra el pecho las cabecitas rubias de los ángeles
del hogar, como bálsamo de vida que la Providencia nos envía desde el cielo.
Los hijos llegan a la edad de abrazar un campo más extenso a sus actividades y entran
en posesión de una carrera o de un oficio.
La hija se recoge todavía en el seno del hogar, bajo los pliegues del
maternal cariño, a sentir el calor de la familia y la santa meditación del
porvenir. Pero pasan las horas de la adolescencia, y la hija de familia pasa
también el umbral de ese hogar para realizar su definitivo destino como esposa
y madre (actualmente también como profesional), augustas funciones que la hacen digna de todos los merecimientos y
atenciones. Pero el abandonar así los lazos queridos, ellos, los hijos, lleva
en sí el sentimiento del deber, y en la conciencia los rayos de la verdad y del
bien. Y todavía, en las postrimerías de la vida no se olvida el antiguo hogar
solariego, cuando los hijos ya viejos y valetudinarios vuelven hacia él la
mirada entristecida por los recuerdos, hacia ese cementerio de los corazones,
que al fin, nos ha permitido llegar al sepulcro llevando con nosotros los
últimos fulgores de la familia, mezclados con las esperanzas del cielo.
El amor al orden en la casa es un factor importante en el mecanismo de
la economía doméstica. El método consiste en dividir el tiempo del mismo modo
como se hacen los establecimientos de enseñanza. A cada ocupación corresponde
una hora determinada. Distribúyase el trabajo de los servicios y de los
sirvientes sin distraerlos de él para ocuparlos en otra cosa, adoptando un
sistema uniforme de acción a las mismas horas.
La idea del orden, puesta en práctica, puede decirse que es la mitad del
bienestar de la casa. La vista se reposa, con placer en un hogar donde reina la
simetría y el buen gusto, en donde todo se halla en aseo y buen orden; y por
eso admiramos esos hogares en donde impera el trabajo y la actividad que todo
lo alienta y vivifica para crear la prosperidad de la familia y los dulces
goces del hogar.
Una sociedad tan solidaria
del bien como debe ser la familia ha de apoyarse en las inapreciables ventajas
que traen el orden y la economía. El orden y la limpieza prueban hábitos
regulares y dan idea del espíritu de cultura del hombre.
Los amos (palabra que ha
desaparecido nada más en teoría) de casa deben manifestar a sus sirvientes cariño,
tolerancia y apacibilidad, y proceder con ellos con justicia, evitando las
órdenes altivas, hablarles con calma y sin orgullo, puesto que son seres
racionales dignos de amor y consideraciones; así es como se obtiene que los sirvientes
(a lo mejor haya sido reemplazada por algún
eufemismo), establecida la confianza en ellos, sean muchas veces los
mejores amigos y consejeros de la familia.
http://reflexionesvillalta.blogspot.com/p/distribucion-de-roles-en-la-familia_13.html
http://valoresvillalta.blogspot.com/2016/02/deberes-generales-del-ciudadano.html
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http://valoresvillalta.blogspot.com/2016/02/deberes-generales-del-ciudadano.html
Obligaciones filiales
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Probablemente, el
pensamiento del Dr. Guzmán, parezca anticuado y hasta risible para nuestra
civilizada sociedad del siglo XXI; sin embargo, hagamos un esfuerzo por leer sus
palabras; tal vez encontremos el conocimiento que llevado a la práctica sea el
antídoto que nos permita salvar nuestro mundo. [1]
La familia no solo es un conjunto de personas que viven reunidas por el
azar de nacimiento, sino esa comunidad de almas, encargadas de hacer más
perfecta y útil la vida del hogar. El padre se afana por mantenerlo próspero y
atrayente; la madre cuida a cada instante de los pequeños, protege su debilidad
e inocencia, les inculca los primeros rudimentos del saber, vigila su conducta
más tarde, los lleva al templo para adorar a Dios e infundirles las verdades
religiosas; los vela en sus enfermedades con el más solícito cuidado; les
inculca lecciones de virtud, de dignidad, de justicia, de cordura y economía; los
consuela en sus penas y los acompaña en sus goces; y más tarde, ya más entrados
en la vida, coloca a los varones para que ganen su vida honradamente, y por el
matrimonio eleva a las hijas al rango de matronas para que den lustre a la sociedad.
¡Cuánta debe ser, pues, la
gratitud de los hijos hacia los autores de sus días por tantos desvelos y
sacrificios hechos por ellos! En todas las circunstancias de la vida deben considerarlos como los seres
más dignos y venerables, rodearlos de todas las consideraciones y respeto,
prodigarles todos los cuidados y consuelos en los días de desgracia o
enfermedad. La piedad ilustrada, esa que recuerda los dolores ajenos y
reflexiona sobre la obra santa de hacer el bien, nos está diciendo, que los primeros en nuestro corazón y en
nuestro espíritu deben ser nuestros padres; que debemos amarlos hasta el
sacrificio, que debemos engrandecer sus obras y su nombre, y que su memoria, si
brilla en la historia, debemos guardarla en el corazón como una dulce religión
que hemos de trasmitir a los demás.
Un hijo bien educado no debe emprender nada sin consultar con sus
padres, pues ellos, por las luces de la ciencia, por el conocimiento de los
hombres y de las costumbres, por su experiencia, están en aptitud sobrada de velar
por los intereses y felicidad de los hijos. Nuestro respeto y obediencia deben
ser profundos y esta última no debe tener límites sino los señalados por la
razón y la moral, pues la desobediencia, además de ser una falta grave, nos
traerá tarde o temprano los más amargos remordimientos y los más grandes
desengaños. Por la desobediencia desconocemos la autoridad paterna matando el
amor y el cariño, establecemos la rebeldía que anula todo lo santo y bueno que
debe existir en el hogar, damos entrada a la discordia que destroza la
solidaridad y el amor entre los hermanos, dándoles pésimo ejemplo de deslealtad,
aminorando ese celo que debe reinar en la familia para ayudarse mutuamente y
para que el hogar represente ese seno de concordia, que es el alma de todas las
buenas obras, la amplitud del amor y el deber.
Si el nombre, la persona o la memoria de nuestros padres son ya cosas
tan sagradas y estimables ante las cuales debemos quemar incienso; en grado
inferior, pero siempre digno y constante debemos tributar a nuestros mayores de
la familia, a nuestros caros abuelos, esos primeros eslabones del árbol genealógico
de la familia, nuestro respeto, amor y consideraciones. Tanto más, que la
veneración se impone hacia esos seres que van bajando los últimos peldaños de
la vida, hacia la noble y majestuosa vejez, esa que lleva cubierta la cabeza
con los rizos blancos de los años, que vive más la vida de ultratumba que la de los demás
mortales, y que nos revela un sentimiento natural e irresistible de respeto,
algo de sagrado que nos inspira la idea de la inmortalidad.
[1] Cursivas personales
sábado, 6 de febrero de 2016
martes, 12 de enero de 2016
Paternidad y maternidad
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Los padres deben cuidar y atender desde la cuna la educación de los
hijos; de ahí se deducen los títulos de los padres que proceden de los
derechos y deberes que les señalan las leyes de la naturaleza y las
de las naciones. Pero, cuando por el pensamiento se evoca el personaje
maternal, irresistiblemente se graba en la mente el recuerdo de todos los
beneficios, el desprendimiento y abnegación que son inherentes a este nombre e inspiran
tal respeto que no se vacila un momento para acordarle todos los derechos a que es acreedora la
madre. Derechos que se inician desde la cuna del nuevo ser hasta que lo
educa progresivamente; actos importantes que por ley de lo creado le concede
igual parte a la del padre en la creación de su posteridad.
En la naturaleza moral es donde se revela en toda su plenitud y
esplendor este título de la maternidad. Ningún padre puede elevarse a la altura
de la madre en la ternura y abnegación; y sin desmerecer el afecto paternal que
existe muchas veces, en la madre nunca falta y es parte integrante de su vida.
Cuando un hijo muere, el padre llora, pero el tiempo desvanece este dolor; para
la madre es herida que no cura nunca. Ni el trascurso del tiempo, ni las desgracias
de la fortuna, ni las mayores calamidades harán olvidar a una madre las
desgracias del hijo. Así, pues, Dios ha asignado a la maternidad en esta parte
un papel tan preponderante que le da la supremacía en la familia.
Quedan al padre los deberes de orden económico y social que robustecen
su autoridad, todos los elementos de la vida exterior del hogar, el tacto y
poder para dirigir al hijo en las relaciones sociales, el poder de ampararle en
todos los trances, y sobre todo de procurarle una educación completa y
adecuada. Ambos títulos, paternidad y maternidad, se igualan, se ponderan
eficazmente para el mejor gobierno de la familia. La autoridad paterna no se
verá por esto disminuida, si ella se penetra de lo noble que es asociar su
esfuerzo al de su compañera para amar más al hijo, para realizar mejor las
esperanzas de su porvenir, para fortificarlo en sus deberes y sentimientos.
Deberes propios de
la maternidad.
El amor a la descendencia es el sentimiento más
puro y santo. No podía ser de otro modo, ni el hombre podrá desconocer el
eterno agradecimiento que debe a aquella mujer que lo alimentó con su propia
sangre. De allí ese amor sin límites hacia la madre que más tarde se convierte
en una dulce religión. Desde que nace el niño el amor al hijo ocupa todos los instantes
de la mujer: le procura los primeros cuidados aconsejados por la ciencia, le
viste, rodea su sueño de calma, le evita las influencias exteriores, y a poco,
le da su seno para alimentarle.
La lactancia natural, es decir, la leche de la
madre dada al niño es infinitamente preferible, porque es el alimento preparado
por la naturaleza para él y cuya composición se adapta a su nutrición mejor que
la de cualquier otro animal. La estadística comprueba que todos los niños
débiles alimentados con el biberón sucumben de inanición durante los primeros
tiempos; mientras que los alimentados al seno de la madre resisten
ventajosamente y pasan bien los días difíciles de la primera infancia. Para que
la lactancia sea más favorable es necesario atender a la buena salud de la
madre y a su alimentación sana, substancial y regulada, lo que dará una leche
de buena calidad, propia para alimentar al niño. Comenzada la lactancia natural
o artificial, se va, progresivamente, administrando al niño alimentos más
nutritivos en relación con: su edad; y una vez practicado el destete, con la
aparición de los dientes, se seleccionan alimentos más confortantes.
Los pulmones en esta época de la vida son de una grande actividad; la
respiración tiene más amplitud; la calorificación más intensa, y por tanto,
toda precaución respecto a los resfríos y corrientes de aire debe tenerse muy presente.
Aparecidos los dientes, suelen observarse, en algunos niños, varios accidentes
nerviosos que alteran la salud, cierta irritabilidad nerviosa, disturbios
gástricos, a veces convulsiones. En todos estos casos las medicinas caseras y,
en su defecto, la presencia del facultativo, es necesaria.
Deber de educar a
los hijos. Cuando el niño ha llegado a los 7 u 8 años es indispensable escoger
para él un buen preceptor a domicilio, si para ello hay recursos, o un colegio
de merecida reputación.
La indolencia de los padres, la tolerancia en todo con los niños que aún
a los doce y catorce años vagan por calles y plazas no reconocen límites; y
siempre, o casi siempre es la madre la causa de esas concesiones inconvenientes
que más tarde procuran tristes desengaños. Respecto a las niñas, es la
atmósfera de ocio en la que se las deja flotar, la causa del tedio y repulsión
a las ocupaciones.
Si en los albores de la infancia se hubiesen destruido los malos hábitos; si se hubiesen
corregido las pasiones desordenadas; si no se hubiesen prodigado mimos y consentimientos,
de seguro la obediencia, el respeto, la gratitud hubiera sido el ornato de sus
hijos. Pero no, (y que me perdonen las madres lo agrio y cierto de estas
verdades) se celebran hasta los chistes burdos y los deslices más descorteses,
disculpándolo todo con la edad, como si el niño no fuera como esas tiernas
plantas que desde que nacen se deben enderezar. La trivialidad marcha así a la par
de los malos propósitos, gracias a esas concesiones imprudentes de las madres,
que son para los niños las puertas abiertas a todos los caprichos y locuras.
Pésimo sistema que de seguro llevará más tarde la desgracia y el vilipendio a
la familia, teniendo en la casa la calamidad de los hijos malcriados y
consentidos.
La elección de un buen preceptor o preceptora es indispensable y no
fácil cosa entre nosotros. En manos del preceptor vamos a encomendar lo que
tiene de más caro el corazón: la ventura de los hijos, el buen nombre de la familia,
la formación de hombres útiles, propagadores de la verdad y del progreso. Ese
humilde preceptor que tantas veces pasa desapercibido es el que debe trasmitir
la verdad, el saber, la virtud, las buenas costumbres. El maestro es un santo y
paciente misionero que va por la inculta tierra de la inteligencia a la
redención de los espíritus.
Los padres deben ser ejemplos palpitantes de cultura y honradez, de
magnanimidad, de prudencia, de justicia. El hogar debe ser la escuela del
carácter. Preceptos y consejos deben traerse a cada instante, siguiendo la
forma objetiva, para excitar la impresionabilidad del niño y hacerlo respetuoso y obediente, cualquiera que sea el rango que ocupe en la sociedad.
El matrimonio
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La institución del matrimonio procede de nuestra naturaleza, la ley civil lo
perfecciona y la religión lo santifica.
De esa tendencia de los seres humanos a amarse y unirse por libre y
voluntario consentimiento y por la fe que se profesan, el matrimonio arranca
desde la más remota antigüedad. Escrito está en el Génesis: «Id, creced y
multiplicaos.»
No es bajo el concepto de contrato civil que voy a tratar este tema,
sino considerándolo como institución que da origen a la familia, base fundamental
del estado social y político de las naciones, refiriéndolo a las condiciones
físicas y morales que se requieren para hacer próspera, feliz y digna la vida
matrimonial.
Matrimonio por amor. Cuando
el amor es esa pasión pura que consagra por la ternura la unión conyugal y
espiritualiza la más ardiente de las pasiones, se establece entonces en las
almas una eternal parentela que fortifica la constancia, purifica los deseos,
ennoblece la virtud y casi santifica el amor. Por eso el gran Lamartine dijo,
que el amor era una de las manifestaciones más grandes de nuestra naturaleza; y
cuando ese sentimiento era encendido por la belleza, excusado por la debilidad,
expiado por la desgracia, transformado por el arrepentimiento y santificado por
la religión, ese amor se confunde con la virtud.
Envilecida la mujer en el Oriente, desde remotos tiempos, Roma la
levantó dándole el título de matrona que expresa la severa grandeza de la
esposa romana; bajo la influencia de la idea cristiana se creó en el corazón la
ternura espiritualista, y fue Cristo el que emancipó y abrió a la mujer la vida
del sentimiento de una vida superior e in mortal, y al infundirla el amor a
Dios, la hizo partícipe del amor puro hacia el hombre, que es el ideal del
matrimonio.
El amor existe en todas las almas superiores que tienden hacia la unión
de los corazones íntimamente unidos y completándose el uno por el otro. Ante
esta unión nada prevalece: ni embates de la desgracia, ni los reveses de la
fortuna, ni los rigores del tiempo, porque si bien desaparece la belleza del
cuerpo, pero subsiste la belleza al alma, el noble afecto del corazón, el amor
a la descendencia.
¿Se quiere que este amor sincero produzca una unión perfecta? Pues bien,
asociad, en todo lo posible y desde el primer día, a vuestra compañera, a todos
vuestros planes y empresas; ligad vuestras ideas con las de ella; infundid su
aliento en todas vuestras agitaciones; enlazad todas las simpatías; estrechad
todos los lazos e intimidades; haced comunes todas las alegrías, todas las
penas, todos los dolores, porque sólo de ese modo se sanciona y se perpetúa el
amor en el seno del matrimonio.
Deberes entre
esposos. En el orden moral y social actual (al
momento en que fue escrito por el Dr. Guzmán), no es posible invocar en
favor de la mujer su plena emancipación y discernirle la igualdad en el
matrimonio, que según los legisladores y moralistas vendría a desquiciar el
orden económico y social de la familia, a quebrantar los lazos de la unión
conyugal, a comprometer el porvenir de los hijos, a pervertir las costumbres,
estigmas más fatales que la sujeción.
La filosofía y los principios han establecido las bases sobre que debe
descansar el vínculo matrimonial. En primer término la unidad de la dirección en
la familia: la autoridad.
Según esto, la autoridad marital no es un beneficio del que la ejerce, sino del
que la recibe. No está considerada como un derecho, sino como un deber, y solo se legitima siendo justa y saludable
y ejerciéndose dentro de sus racionales límites. Tratándose de los
miembros del hogar es deber común entre esposos establecer la armonía,
considerarse y dignificarse mutuamente y a los que los rodean, esparcir en su
torno ese aliento vital de la virtud, del estímulo, del trabajo, de alentarse entre
sí para llevar con serenidad las penalidades de la vida, de trabajar sin
descanso por alcanzar un bienestar, para darle brillo al hogar y esparcir
después las buenas obras en la sociedad y merecer el aprecio y consideración de
los asociados, de cuidar y atender desde la cuna la educación de los hijos y
procurar el bienestar de las personas que nos rodean.
lunes, 7 de diciembre de 2015
Cultivo de las facultades intelectuales
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Para poder servirse de facultades tan ingentes como son las que se
refieren a la inteligencia, es necesario, primero, saber en que consisten
estas facultades para emplearlas en el decurso de la vida. Me limitaré, pues, a
pasarlas en breve revista, para no ensanchar mucho los límites de este trabajo.
1°.- La razón. Entre las facultades que más elevan al hombre, la razón es la verdadera
revelación de la verdad y de la sabiduría, puesto que es la que por un lado esclarece
y toca el destino humano, y por otro nos une al Ser Supremo. La razón es una
luz y no una fuerza; luz que ilumina el derrotero de las cosas humanas; fuerza
que ejecuta es la voluntad. Esa luz de la razón es la que se proyecta en los
senos de la conciencia para ordenar a ésta lo que es bueno y prohibirle lo malo,
y en esto consiste la naturaleza insuperable de la razón que, al alumbrar la
obscuridad en que puede estar la conciencia, destruye las sombras del error y
hace vivir grande e inmortal la verdad. De tal modo, que la razón viene a ser
la única guía que nos conduce al bien y a la virtud; y en el mundo de las ideas
el razonamiento es el don inapreciable del hombre para aclarar y resolver todos
los problemas que presenta el entendimiento.
2°.- La conciencia. La
conciencia viene a ser así como el santuario del alma. En ese templo invisible,
pero existente y eterno están los altares donde tan pronto se adora al bien,
como el mal, a lo justo, como a lo injusto. De las malas conciencias nacieron
los Nerones y los Calígulas, los Marat y toda la negra prosapia de los tiranos.
En el orden moral la buena conciencia es la que ha creado los grandes
benefactores de la humanidad, los mártires, los humildes servidores de la
caridad y de la beneficencia.
Por eso, si la conciencia es ese santuario sagrado en que se rinde culto
a la virtud y se estigmatiza el vicio, en él debe brillar como fulgente lámpara
la luz de la razón; en la educación de la juventud debe formar el capítulo por
excelencia como reguladora de las buenas acciones y como juez inexorable de las
malas inclinaciones.
3°.- Reflexión meditativa. Hay en el hombre dos naturalezas distintas que no obstante tienen
relación entre sí: las facultades intelectuales que tienden a la tierra, y las
que se elevan a las más sublimes verdades de la vida espiritual. Hay en nuestro
ser dos imperios: la muerte y la inmortalidad. El ser que tiene ideas
constituye un yo, lo mismo que el que tiene sentimientos posee otro yo, y ambos
componen un ser pensante e inmortal.
El hombre posee una facultad perceptiva que se sirve de órganos y que hemos
llamado sensorium;
por medio de aquella trasmitimos las sensaciones al cerebro las
que van a fotografiarse en ese interior, la conciencia. Por medio del
raciocinio el hombre recoge ideas, las compara, las pesa; por medio de la
voluntad ejecuta actos. Es esta conciencia voluntaria la que se llama reflexión, la
cual opera en silencio, hasta que la conciencia examinando los caracteres de
las cosas percibidas por los sentidos, nos da idea clara de su realidad; este
es el medio psicológico de realizar resoluciones que de otro modo no
existirían. En resumen, la reflexión es un acto interior de nuestra conciencia
que produce acciones.
El hombre vive del pensamiento, y para fundar sólidamente la deducción
rigurosa de las cosas humanas acude a la reflexión y alcanza la razón de ellas
a fuerza de razonamientos.
Por eso es necesario en nuestros colegios y escuelas implantar los
métodos de intuición, investigación y experimentación, por medio de los cuales
el alumno conoce las cosas, las analiza y las describe, desarrolla la facultad
razonadora, establece teorías y deduce hechos, y por inducción llega a las
soluciones, realiza hechos por medio de experimentos, comprueba fenómenos. En las
ciencias prácticas este es un método de esclarecimiento que solidifica las
hipótesis y establece la verdad científica.
4°.- La percepción. Es la facultad que, por medio de los sentidos, trasmite al cerebro las
impresiones del mundo exterior. Así, si tocamos un cuerpo caliente, esa
sensación va al cerebro por los nervios y nos da idea del calor; como si
tocamos una masa de nieve tendremos la impresión del frío. Por el intermedio de
los otros sentidos saboreamos todos los dones de la tierra, nos extasiamos en
la armonía de los sonidos y absorbemos el perfume de las flores, contemplamos
por las irradiaciones de la luz todos los espectáculos de la naturaleza. Esta
es la facultad preceptiva.
5.- La memoria. La
memoria es el almacén de la inteligencia y de la sabiduría, por ella recordamos las ideas, las grandes fechas
de la humanidad, las concepciones, juicios e imágenes que nos traen a la
memoria los hechos de la historia que nos hacen convivir con todos los hombres en
el curso de todos los siglos. Si es muy útil perfeccionar las percepciones de
los sentidos, muy bueno es también educar la memoria. El animal irracional
tiene memoria y voluntad, pero eso es en virtud de sus apetitos, de la ley
ineludible de la conservación. Pero el hombre recuerda, elije y aplica las
ideas al desarrollo de los sentimientos morales, de la piedad, del amor, del
progreso, de la virtud. Montaigne la llamó la nodriza de las ideas. La memoria tiene
a sus órdenes un agente poderoso que es la voluntad del alma, y cuando esta
voluntad se pone al servicio de la memoria y de la inteligencia, cría genios y
los héroes del valor, de la sabiduría, de la virtud en favor de la humanidad.
La inteligencia conoce; el alma revela y ama, y la memoria es la que nos
recuerda a Dios, el amor y la esperanza como una revelación de nuestro superior
destino.
La memoria se aumenta, ejercitándola, dijo Cicerón; y por eso el maestro
debe educarla en los alumnos haciéndoles aprender una y más veces trozos
pequeños y escogidos de literatura, de ciencia, de historia, infundiéndoles a
la vez el espíritu de verdad que contienen, los grandes acentos de la
inspiración, el entusiasmo por las grandes ideas y por los acontecimientos
notables. A pesar del sistema de Gall, la memoria es facultad que aún tiene
perplejo al mundo científico. Nadie ha podido fijar la parte del cerebro que la
hace trabajar. Especialistas en psicología han señalado hechos que constituyen
verdaderas rarezas de la memoria. Se admite que ésta trabaja mejor por la
mañana, cuando el cerebro está descansado, que por la noche.
Los fisiólogos confirman que la memoria se rebaja en los anémicos y
dispépticos, y que mejora con los estimulantes, favoreciendo en la masa
cerebral una circulación más intensa; algunas fiebres la disminuyen, y cítase
el caso de un médico distinguido que después de una fiebre pertinaz no
recordaba ni podía comprender la letra F. Un militar que en la guerra del
Transvaal perdió un pedazo de cerebro, de cuya lesión curó, no recordaba el
significado de los números 5 y 7. Cítanse casos numerosos de personas atacadas por
la viruela, pobres de memoria, que la mejoraron sorprendentemente después de la
enfermedad. Parece que las grandes emociones de la vida son un incentivo poderoso
para recordar. En el terror de un trance de muerte, por ejemplo, se ha visto
pasar todo el remoto pasado de la infancia, los recuerdos más insignificantes y
alejados, por la memoria, como si ésta acudiera a algún punto del cerebro donde
estuvieran almacenados.
La facultad recordativa en los animales es un hecho frecuente que
sorprende por la exactitud con que se verifica. Los perros de los mercados de
París aguardan en la puerta de los mataderos los tres días alternados de la
semana en que se beneficia el ganado, sin faltar un solo día.
6°.- Educación de la voluntad. Por la
educación de la voluntad formamos el carácter individual, sustentáculo poderoso
para dar base y vigor a nuestras acciones inspirándonos esa confianza para
obtener éxito en todas nuestras empresas.
En el mundo moral la voluntad presenta todo los grados de fuerza y
acción; nula en el autómata, se desborda en el intransigente. Es la verdadera
dinámica de la inteligencia que actúa una vez que la conciencia ya convencida, necesita
manifestarse por actos directos sobre el mundo exterior. De aquí se deduce que
educar la voluntad es uno de los actos más importantes de nuestra vida social y
moral. No se debe, pues, nulificar la voluntad ni bajo la dirección paternal,
ni menos bajo la acción educadora del maestro, es necesario dirigirla. De otro
modo, crearemos autómatas e ilotas en vez de ciudadanos, es degradar por la
fuerza o el temor las primeras intuiciones del niño, es destruir esa curiosidad
infantil que comienza por el placer que le causan las primeras sensaciones de
la vida, que más tarde serán nociones de virtud, de dignidad, de honor.
Cultivar esa preciosa función es el modo seguro de suprimir caprichos,
indolencias, almas débiles, la falta de dominio de sí mismo, grave obstáculo,
más tarde, en todos los actos de la vida moral y de la vida orgánica.
Libre el hombre, ilustrada su conciencia, sus actos están sometidos a la
voluntad consciente, y dirigidos hacia el bien por los impulsos de las leyes
morales y sociales que le separan de la influencia mórbida de los sentidos, de
las pasiones bajas, del vicio. Los malos hábitos, como la pereza, la
indolencia, los deseos desordenados encuentran campo abierto en voluntades
débiles, en almas sin carácter; y entonces todas las tentaciones que son los
pretextos del perezoso, son otras tantas caídas a las cuales no se resiste, sobre
todo, si la acción pecaminosa cae en el extenso círculo de los vicios. Resistir
las tentaciones, despreciarlas, es tener dominio de sí mismo; se dibuja
entonces la propia individualidad, ese poder de levantarse sin otro auxilio a la
condición de hombre fuerte que sabe poner freno a la vida tumultuosa y
dignificar los días de su existencia. Ese hombre así constituido dará carácter
y timbre de veracidad y confianza a su fisonomía moral arrastrando en su favor la
consideración y respeto de la sociedad. Insisto, pues, en que los maestros
infundan en sus educandos hábitos de orden, puntualidad, medida del tiempo,
división del trabajo en las obligaciones, constancia en repetirlas, para
acomodar nuestros actos a la reglamentación de las horas. Es decir, voluntad
persistente para regularizar todos los actos de nuestra vida; y todo sistema de enseñanza que olvide
el ejercicio de la voluntad
es un sistema antipedagógico que destruirá el molde típico del hombre social.
Formaremos así una generación de padres incapaces, de ciudadanos inútiles,
aniquilando los caracteres de la raza y todas las virtudes cívicas que
engendran el amor a la patria. Ya lo dijo Urbano Gohier: «la abolición de la
voluntad en los individuos vuelve a la nación cobarde y pasiva, presa de todos
los agentes de conquista y desmoralización.» La voluntad es una parte esencial
del mecanismo social: valor, prudencia, perseverancia, exactitud, ideas de
orden, probidad, supremacía de la virtud y del honor serían vanas palabras en
el mundo de la inteligencia y de la sociabilidad.
En ninguna parte se ve más patente la acción de la voluntad ejercitada
que en algunas imperiosas funciones de la vida orgánica. Así, por ejemplo, el
sueño es una función de la cual es muy difícil sustraerse. Fisiológicamente, cada
hombre debería dormir cuando quiere: y es fuera de duda que la costumbre ejerce
en este punto una marcada influencia. Napoleón, Gladstone y otros hombres
célebres habían llegado a cultivar esta facultad hasta el punto de poder dormir
tan pronto como tenían tiempo u oportunidad, en cualquier lugar y de cualquiera
manera. Se citan casos de individuos que pueden respirar a voluntad, según el
dominio que han alcanzado sobre el aparato de la nutrición cerebral. Tal es el
poder de la voluntad educada. Un
hombre sin voluntad es un fragmento inútil del complicado organismo social.
7°.- La imaginación es la
facultad de combinar, transformar y enaltecer, si es posible, las ideas que nos
han hecho percibir los sentidos, por el brillo de la inteligencia, por la fe
que inspira la verdad, por el entusiasmo que producen las grandes acciones, los
hechos providenciales suspendidos en las nieblas del misterio y coloreados por
una fantasía ardiente, por un deseo irresistible de ser útil, de realizar esfuerzos
supremos. Así fue como el gran Colón, a pesar de todos los abismos del Océano y
de las resistencias de la ignorancia, se forjó en la imaginación, por sus
conocimientos náuticos y geográficos la existencia de un nuevo Continente y
para gloria y bienestar de la humanidad surgió la América, el 12 de octubre de
1492.
8°.- Entendimiento. Es la facultad de juzgar y raciocinar. Por el juicio se afirma la
verdad o inexactitud de las ideas; si los sentidos no engañan al apreciar las
sensaciones podrá el entendimiento dictar un juicio. Por el raciocinio se
deduce una idea de otra. Si sembramos una semilla en buen terreno, sabemos que
se producirá una planta con tronco, ramas, flores y frutos; la semilla, pues,
es la productora de frutos.
El raciocinio puede generalizarse de una idea particular a otra general.
Si tomamos un pedazo de hierro, sentimos en el acto su dureza y su peso, y si a
nuestro alcance están otros iguales, nos formamos la idea de la dureza y de la
pesantez. De modo que en el raciocinio preside, como elemento, el análisis, que
es el que confirma la relación que une dos proposiciones, colocando entre ellas
otra intermedia que nos sirve para buscar el fin que nos proponemos. El
raciocinio es así una gimnástica intelectual que ensancha nuestra inteligencia
y nos capacita para llenar todos los actos de la vida.
Las facultades intelectuales se auxilian unas a otras; pero los grados
de energía son diferentes en ellas. Así, la percepción es la primera que nace
en los primeros días de la vida; después, sigue la memoria; la imaginación
adquiere pujanza en la edad viril, cuando los años y el estudio han acumulado
un arsenal de ideas y de hechos, y entonces entra a reinar en toda su plenitud
el entendimiento. Parece, pues, muy racional que en la enseñanza tengan los
maestros muy presente el desarrollo gradual y constante de cada una de estas
facultades, sin exagerar la esfera de acción de cada una de ellas, cultivando
armónicamente sus diferentes modalidades, presentando al alumno las ideas, los
objetos enlazados de manera simple y comprensible, variando en cada facultad el
método para obtener de cada una de ellas todo lo que exige la ciencia y aconsejan
los principios de una pedagogía racional.
La ciencia y el arte poseen elementos numerosos y útiles para educar la
inteligencia y desarrollar las demás facultades.
Pero es necesario, al enseñar, tener presente la edad del alumno, su
desarrollo mental, su carácter, su constitución, pues de otro modo sería forzar
su naturaleza, su desarrollo orgánico. En el niño debe comenzarse por la enseñanza
objetiva, después se generalizan los conocimientos, a medida que la
inteligencia y la memoria vayan asimilando ideas, y esta es la natural
graduación de una enseñanza positiva. «Proceder así, dice Galindo, no es más que
imitar a la naturaleza: los niños en esa edad primera, agitados de curiosidad
incesante, se entretienen en verlo todo, en examinarlo todo y es verdaderamente
admirable el número de percepciones con que diariamente enriquecen su inteligencia.
Así llegamos a conocer las principales propiedades de los cuerpos antes de que
se nos enseñen en los cursos de Física; así descubrimos los axiomas de la
Geometría; así, en fin, acumulamos en nuestro pensamiento incontables verdades
de todas las ciencias, sin darnos cuenta de ello.»
Se deduce de esto, que todo buen sistema de enseñanza debe tender a que
el alumno comprenda y aplique lo que se le enseñe. A la teoría debe seguir la
prueba por la experimentación, y este es el modo didáctico de hacer de nuestros
alumnos hombres prácticos y emprendedores.
Los párrafos
anteriormente compartidos deberían ser motivo de profunda reflexión por los
distintos actores del sistema educativo nacional (MINED El Salvador). Seguiré
compartiendo la obra del Dr. David J. Guzmán, como lo manifesté; en lo
personal, creo que es una joya de la literatura, de ahí que padres de familia, docentes,
alumnos e incluso equipos técnicos del Ministerio, podemos encontrar en las
letras del Dr. Guzmán un valioso recurso que llevado a la reflexión con
nuestros estudiantes, podría coadyuvar con los esfuerzos que se realizan por
mejorar la calidad del sistema educativo. [i]
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