UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

viernes, 26 de febrero de 2016

Deberes de caridad

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán

Nada hay que perfeccione más al hombre que ese sentimiento grandioso que se llama amor. Nada hay que le santifique más, que el espíritu de caridad. Cuando la aurora rasga su manto de luz y nos presenta un anciano enfermo, un débil niño, un menesteroso cargado de andrajos y miseria, del fondo del firmamento parece descender sobre ellos una hada encantadora coronada de estrellas, llena de ingentes dones y de religioso silencio: es la caridad. Porque la caridad es luz vivificante que hace evaporar las lágrimas del sufrimiento que suben al cielo como mudo testimonio del dolor sobre la tierra, como una plegaria de los que sufren trasmitida a Dios por la voz de los ángeles. En el orden de la perfección la caridad es superior a la fe y a la esperanza, porque estas virtudes no son más que las alas de la caridad, en la que brilla el pensamiento divino. Por eso ha descendido del cielo para fortalecer el corazón del hombre y le ha inspirado esos esfuerzos generosos que bajo la forma de fiestas mundanas, de visitas domiciliarias, de asilos, hospicios y hospitales son el alivio poderoso de nuestros semejantes. La caridad se abre paso a través de la tierra y llega al dolorido seno de todos los pueblos como un océano luminoso, cuyas aguas redentoras inundan de amor todos los corazones, consuelan y alivian las almas desfallecidas, las esperanzas muertas, los estragos de la miseria.

Ella es mensajera divina que se acerca a todos, los que lloran y les reparte esperanza y alegría; ella lleva las gracias que el Señor envía a los tristes que moran en la tierra y conforta al moribundo que exhala sus últimos suspiros; da de beber al sediento, de comer al hambriento, salud al enfermo, ropa al desnudo, descanso al peregrino, libertad al preso, tumba al muerto, luz al ignorante, fortaleza a la razón, correctivo a los errores, consejo al ignorante, perdón a la injuria, y eleva a Dios por todos la plegaria. El que ejerce este sublime sacerdocio, recoge en la tierra las bendiciones de los hombres, y en el cielo, el amor de Dios, porque la caridad es la sublime identidad de Dios con el alma de la humanidad.

Por eso brilla la caridad, como fúlgida estrella, sobre la frente de la mujer piadosa; por eso nuestras madres, santas ya por su misión sobre la tierra, están rodeadas por esa estela luminosa que dirige al virtuoso y le ata al cielo con esa maravillosa cadena tendida sobre el curso infinito de los siglos.

La limosna es una de las formas de la caridad y la oración en práctica. Es el rédito de nuestro capital en el cielo, y, como decía el gran Fenelón, es letra de cambio sobre la eternidad, que allá encontraremos pagadera a la vista. El hombre siempre mira la mano con que da y da lo necesario; la mujer da lo necesario y da también su corazón.

La solidaridad humana es una prueba evidente de que la virtud crece y se desarrolla fecunda en el corazón humano. Gracias a ella se construyen hospitales, hospicios, dispensarios y asilos en donde la beneficencia pública asiste, cura y enseña a los desvalidos; la caridad privada reparte limosnas, vestidos, medicinas, alimentos y practica visitas domiciliarias a los pobres; funda sociedades de socorro. Sala-cunas, Gotas de leche que multiplican sus obras de misericordia sin buscar gloria ni honores, sino la aspiración espontánea del corazón, confortando a todos con su afecto inteligente y caritativo. Si la infancia está protegida por los esfuerzos de la caridad, también ha dirigido su mirada hacia la ancianidad provecta, enferma y desvalida, hospitalizando a los ancianos en establecimientos cómodos e higiénicos, donde los viejos encuentran generoso abrigo y sustento en las postrimerías de su tormentosa vida.

Trasmitir a los niños estos sentimientos desde las bancas de las escuelas, es la misión más noble del maestro; es crear almas sensibles, generosas, desprendidas, como las de un Vicente de Paúl, de un San Martín, de un Luis IX, un Fernando III y una reina como Isabel de Hungría; es formar corazones como los de esos grandes filántropos que son la gloria de la humanidad y el amparo de los desgraciados.