Dr. David J. Guzmán
En esta página transcribiré de
manera progresiva, algunos apartados de la obra titulada “Instrucción Cívica,
Moral Práctica y Social”, del Dr. David J. Guzmán. Este libro llegó a mis manos
como un regalo de una profesora normalista; fue publicado en el año 1914, sin
embargo muchas de sus líneas contienen información valiosa, que llevada a la
práctica, podría dar excelentes resultados en nuestro siglo, siempre y cuando se realice la correspondiente interiorización a través de la reflexión crítica.
Sobre el vestido.
El decoro
y la decencia nos impulsan, al vivir en sociedad, a procurarnos un vestido
limpio, cómodo, amplio, decente, económico, sin fijarnos en las ridiculeces y severidad de las modas,
que de todo lo excéntrico tienen, menos de leyes higiénicas que garanticen el
cuerpo de las influencias exteriores que nos rodean.
Concretándonos
a nuestro clima tropical, nuestro vestido se compone de las mismas piezas que
usan los europeos, pero debe ser más simple, más ligero, de colores claros, que
mitigan los ardores solares, empleando telas de algodón, lino, hilo, según las
fortunas. Una regla importante que se recomienda para estos países es el empleo
de vestidos de lana ligeros, claros, suaves y amplios, la flanela (franela), por
ejemplo. Tienen éstos la benéfica influencia de aislar el cuerpo y sustraerlo a
la elevada temperatura ambiente, lo preservan de los cambios bruscos que se
suceden entre el día y la noche, y a veces del frío intenso del relente. Por
esto es que los marinos usan vestidos de gruesa lana en todas las latitudes; y
profesiones y oficios hay en que los obreros trabajan en focos de color
intenso, como los vidrieros, fundidores, panaderos etc., cuyos abrigos o
indumentaria debe ser la misma. Para nuestras tropas en marcha debería
adaptarse el traje que usan los europeos en sus colonias del trópico.
El aseo
personal del ajuar debe ser objeto de la más constante solicitud, pues él
influye poderosamente en la conservación de la salud amagada a cada instante
por las perniciosas influencias exteriores. Así, el escolar debe usar vestidos
limpios e higiénicos, como ya se ha dicho, bañarse con frecuencia, limpiarse la
dentadura con líquidos desinfectantes y aromáticos, recortarse y asear las uñas
etc. En cuanto al aseo de las salas de estudio, de clases, comedores,
dormitorios, patios, excusados etc., esta es una condición indispensable de
salud y bienestar en todo establecimiento bien organizado.
El trabajo
El trabajo es ley del movimiento en toda la naturaleza y la principal
herencia del hombre. «In sudarem vultus tui vesceris panem ». Esa es la ley que Dios impuso
a la primera rebeldía del hombre después del pecado original.
Dados los conceptos anteriores, sin el trabajo, condición universal de
todos los seres organizados, no se concibe ni la sublime gestación de los
mundos, ni las maravillas de la naturaleza, ni los portentos que ha realizado
la humanidad a través de las generaciones.
Así, los pueblos que no han sentido el aleteo de las ideas, ni admirado
el esplendor del trabajo; los pueblos que viven sumidos en el ocio, la pereza y
la indolencia, son los pueblos salvajes, pobres, hambrientos, sin cultura, que
carecen de lo más necesario y que viven arrebatándose las subsistencias y
matándose para saciar el hambre.
Y luego, el trabajo es una
necesidad ineludible del hombre, ya esté aislado, ya en sociedad; y en ambas
situaciones siente el acicate imperioso de las privaciones y busca con empeño
irreductible los medios de acallarlas. Y como la naturaleza le brinda su
inextinguible arsenal de materias útiles, trabaja por la subsistencia
individual o de su familia poniendo en acción todas las artes de su actividad e
inteligencia.
En la sociedad ese es el lazo común que une todas las actividades
de la vida civil, todas las exigencias del progreso, todas las energías hacia
una vida superior, digna del hombre y de la gloria de las naciones, como todo
lo que vivifica en el mundo material ese agente oculto y misterioso del trabajo
en el seno ubérrimo de la naturaleza.
Por el trabajo humano, el arado rompió
los suelos, abrió el surco e hizo brotar todas las dádivas de la naturaleza,
colmando al hombre de dones y ventura; por el trabajo se horadaron las
montañas; altiva la locomotora invadió el reino de las tinieblas para fraternizar
a los pueblos y llevar sus productos de uno a otro confín; por los cables
submarinos puso al habla a todos los continentes; del interior de las minas se
extrajeron metales preciosos y hallazgos valiosos para la ciencia y el
comercio. La labor de los hombres de ciencia mejoró los climas, formó canales, desaguó
lagos, construyó diques, puentes, caminos, alcázares del arte, palacios
suntuosos; salvó la barrera de los mares con los grandes transatlánticos y
dominó el imperio del aire con el aeroplano; y penetrando muy lejos, allá, en
el fondo de las constelaciones, sorprendió el secreto de los mundos
extraterrestres, midió y pesó los astros y se .hizo dueño de todas las leyes
fundamentales que forman la astronomía, el monumento más digno del espíritu humano.
Cabe aquí, pues, recomendar en primer lugar, a los maestros y directores
de la juventud, tener a los niños siempre ocupados, fuera de los trabajos
reglamentarios, y ocuparlos con método, sin fatiga, infundiéndoles firmeza de
ánimo, estudio y observación en los recreos, en los campos, en los paseos, en todas
partes; es decir, que las lecciones dadas en las clases se traduzcan en la vida
real en lecciones realmente objetivas, para elevar el espíritu de observación y
desarrollar el
germen fecundo y regenerador del trabajo. Aun insisto diciendo: que el
estudio, el recreo y el trabajo escolar deben ordenarse de manera que las
ocupaciones graves y serias no cansen y más bien sean atrayentes mediante la
división del tiempo y de la materia; pues la irregularidad en este punto es uno
de los mayores inconvenientes de la educación física y moral. Y es por eso que
los jóvenes educados en la casa no presentan nunca el vigor, la agilidad, el
buen color que se encarnan en la vida arreglada del colegio.
El
sueño
Lock, decía, que el sueño es el mejor cordial que la naturaleza ha
procurado al hombre.
La necesidad del sueño depende de la edad, de la constitución, de la
vida activa. En el niño se impone imperiosamente y debe durar de 8 a 10 horas,
según la edad y es una especie de prolongación de la incubación uterina. Así, a
niños muy tiernos, sueño prolongado; y progresivamente se va disminuyendo la
duración del sueño diurno; hacia el fin del tercer año puede acortársele algo
más, salvo el caso de enfermedad, de calor excesivo, de fatiga manifiesta.
Respecto a los jóvenes escolares, la regla debe ser: levantarse
temprano, la hora de las cinco a. m. es la de saltar de la cama, tanto para
ocuparse de los cuidados de tocador, como para respirar el aire puro que es un
incentivo en el desarrollo del trabajo; débese también acostar a los jóvenes en
hora temprana, creándoles un hábito muy útil para la edad adulta. Además, si la
vida se pasa fuera de las aulas, durante la noche, se evitan así los placeres peligrosos,
la disipación, los insomnios prolongados que causan el cansancio nervioso, en
fin, este es el carril para, llevar una vida ordenada, matando el ocio, la
tendencia al juego, el abuso de licores etc., que perturban la salud, desquician
la conciencia y disponen a la vida licenciosa y desordenada.
Conviene para la ampliación de las reglas higiénicas; tener presente:
que el sueño tiene como hábitos característicos la disminución de la frecuencia
de las pulsaciones del: corazón y de los movimientos respiratorios,
acentuándose la pausa de la expiración; la dilatación de los vasos
superficiales en la región cefálica, con disminución de los glóbulos
sanguíneos; aumento relativo del sudor y de la temperatura de la piel; la
disminución el ácido carbónico de la respiración, y la mayor absorción de
oxígeno; disminución de la secreción urinaria correlativa de la menor actividad
respiratoria; descenso del calor animal y cierta suspensión de las funciones
sensorio-motrices: tales son los efectos fisiológicos que presiden el sueño.
Por consiguiente, disminuyendo la circulación y la respiración, hay falta de
calor animal, y débese, por tanto, suplirlo por medio de ropas de cama aparentes,
teniendo en cuenta que aumentando la secreción sudoral, durante el sueño, es
necesario el abrigo suficiente; el ácido carbónico de la respiración tiende a
acumularse en los dormitorios, lo mismo que la materia orgánica expirada;
y como por la absorción disminuye el oxígeno, se impone una ventilación
apropiada para renovarlo, evitando colocar en los cuartos plantas que exhalan
ácido carbónico durante la noche, lo mismo que animales menores que suelen
pernoctar con sus amos.
Temperancia
al alcohol, morfina, tabaco
Los hombres de todos los países, ya sea civilizado o al estado salvaje
se hallan inclinados periódicamente, a formarse una vida cerebral
artificial; quieren sentir más allá de la realidad que les rodea, a veces es el
deseo de atenuar vivas impresiones que les atenacean bajo la influencia de un
sueño despierto; otras veces aguijonean la imaginación para solicitar
inspiración, delirios fantásticos, alucinaciones fugitivas para suavizar las
asperezas de la vida. El árabe saborea el haschich que le inspira ideas
risueñas; el turco y el chino se sumen en el estupor del opio; los obreros
europeos se inclinan ante la diosa ginebra y el insidioso ajenjo; el americano
solicita los ardores del wiskey y del aguardiente; el habitante de Taití se
embrutece con el kava, y toda esta serie de adoradores del dios de las
tinieblas buscan a esa divinidad: voluble que se llama sensación. En todos reina
esa necesidad facticia de formarse una vida cerebral egoísta, inverosímil, emociones
absurdas, esa especie de alimento de las almas vencidas, obscuras.
Y para esto nada falta en la vida humana bajo todos los aspectos que se
tome la existencia: goces inesperados debilidades morales, pesares presentes y
pasados, decepciones, incertidumbre del porvenir, luchas contra la envidia y la
calumnia. Las almas fuertes afrontan con valor la desgracia y esperan mejores
tiempos; las débiles se irritan, se abaten, se debilitan y caen postradas en el
combate y van a pedir a la embriaguez un lenitivo, bien falso, a sus dolores,
una fuerza fugaz para encubrir las realidades de la vida y por fin, y como
último recurso, anuladas todas las influencias morales y sociales, el suicidio.
A esto hay que agregar que el mal es contagioso y que la imitación cunde en los cerebros débiles,
cuando no sea efecto también de la sensualidad y de los malos hábitos.
Contra ese alud de apetitos desordenados y de ideas extravagantes vienen
luchando a brazo partido y con heroico empeño la higiene y las sociedades de
temperancia, incapaces hasta el día para detener esa ola vertiginosa de la borrachera.
Los factores físicos que presiden a esa situación moral del individuo
son las drogas embriagadoras: alcohol, opio, tabaco, haschich, kava, etc.;
drogas cuyos efectos son excitar, sentir fuerte; pero a poco viene el olvido y
el cortejo de síntomas mórbidos de que se hablará más adelante y cuya influencia
desastrosa se ejerce sobre la degeneración física y moral de nuestra
especie. Se ha temido mucho el cólera morbo, decía Balzac, cuando el alcohol es
un azote más temible y mortífero. Las guerras, que tantas vidas ciegan tienen
término; las epidemias son dominadas por la higiene, sólo el alcohol vive y
adelanta todos los días su obra destructora.
Al alcohol, bajo sus diversas formas, es al que recurren las poblaciones
para procurarse los inmorales y peligrosos deseos de la embriaguez. Al
principio tiene una acción excitante sobre el cerebro, objetivo capital del
bebedor. En pequeñas dosis imprime al cerebro cierta alegría natural y
comunicativa: las ideas afluyen a profusión, la memoria se acrece, la
imaginación toma vuelos desconocidos, la realidad aparece bajo colores
engañosos, como rayos de un prisma que se desvanecen según la luz; se aleja la
tristeza, se evocan recuerdos gratos. Pero sube la dosis, se repiten las
libaciones, y entonces cambia el cuadro: a los encantos de ese primer sueño,
suceden concepciones intelectuales chocantes, fantásticas, dislocadas. Se va
más allá, ¡ah, entonces la vida cerebral entra en el desvarío, en el abatimiento
de ánimo y de fuerza; los músculos se relajan, la respiración es ansiosa,
difícil, la postración nerviosa se acentúa, y la muerte no tarda en llegar en
medio del lúgubre cortejo de graves síntomas! Este es el alcoholismo
accidental.
Si se trata de la embriaguez crónica, el cuadro no es menos triste y
desconsolador. Ese hombre entregado al licor, embrutecido por su acción
deletérea, mina todos los resortes del organismo. Pierde el apetito, el afán irresistible
es el licor; su sensibilidad está destruida, el insomnio le persigue, los
vértigos le asaltan, titubea, no puede andar, se tropieza a cada paso.
Siguiendo el mal su marcha viene la parálisis, las convulsiones, el
enflaquecimiento y vejez prematuros, la inercia intelectual, el idiotismo, la
demencia, el delirio melancólico, la pérdida de todo sentimiento moral y
afectivo, la impulsión al suicidio; es decir, la más triste y horrible
degeneración física y moral del hombre, la muerte lenta, tenebrosa, más odiosa
para el infeliz que se dejó dominar por tan execrable vicio, pesando inútilmente
sobre la sociedad.
Bajo el aspecto social el mal se presta a tristes consideraciones; los
peligros que amenazan a la sociedad son múltiples y graves y la estadística los
señala con la inexorable exactitud de las cifras, al grado que el optimismo duda
poder poner un dique poderoso a ese alud devastador. Las enfermedades
engendradas por el alcoholismo aumentan la mortalidad de una manera aterradora,
la longevidad y la natalidad disminuyen bajo su influencia, la tras misión
hereditaria, grave porque afecta al porvenir, aunque sea, como es probado, por
la inclinación a la bebida; la degradación de las formas, la pérdida del vigor
intelectual y físico, los estragos de la tisis, de la escrófula, de la sífilis,
de la enajenación mental, el aumento de la criminalidad. Tales son las
principales consecuencias del abuso del alcohol y bebidas que de él se derivan.
Traer al borracho al buen camino haciéndole olvidar su vicio, es
tentativa ardua e infructuosa en la mayoría de los casos, sin que por esto no
ceda a veces a los consejos de la medicina y a los nobles empeños del
moralista. Pero no es raro que obtenida una abstención gradual y metódica y
después completa, aceptada y sostenida por el ebrio, sean eficaces los consejos
de la higiene, el sentimiento de la dignidad y del deber, la evocación de los
principios morales y religiosos, la intimidación médica por el cuadro sombrío,
anteriormente descrito.
Desde la invención del alambique se entronizó el alcohol y las numerosas
bebidas espirituosas fabricadas en ese aparato. La embriaguez producida por el
alcohol es mucho más grave que la del vino, dado que éste, si no es adulterado,
contiene substancias tónicas que en algo contrarrestan el abuso. El vino muerde
como la víbora; el alcohol hiere como el puñal que desgarra las entrañas.
La causa de la sobriedad o temperancia nació en los Estados Unidos de
América, en 1813, creándose las sociedades de temperancia; los apóstoles de la
redención moral del hombre llevaron y aún llevan sus predicaciones y sus esfuerzos
a casi todos los países civilizados del mundo. A esta obra benefactora hay que
agregar la enérgica propaganda médica patentizada por medio de fotografías que hacen
ver los destrozos ocasionados por el alcohol en los órganos, las publicaciones
de la prensa, las conferencias que continuamente se dan en todos los centros
sociales, y aún se ha solicitado varias veces el auxilio de una legislación que
por medio de eficaces y severas represiones, pongan coto a los peligros y
escándalos de que se ve amenazada constantemente la sociedad; lleve su
vigilancia a las ventas de licores, prohíba los aguardientes adulterados,
limite los estancos y cantinas, prohíba severamente los licores a los
adolescentes, abarate los vinos, en una palabra, sin atentar a la libertad de
comercio, castigar el envenenamiento alcohólico; instituir premios de
temperancia, estimular fuertemente en las escuelas la propaganda contra el
alcohol por medio de cartillas explicativas del mal, en fin, acorralar
al lobo en su última cueva.
El opio del que se extraen varios alcaloides, entre ellos, la morfina,
es el alcohol de las razas asiáticas, y por dicha, la morfina, que yo sepa, no
tiene entre nosotros, carta de naturaleza, aunque sus efectos son igualmente
desastrosos. Los chinos y cochinchinos, los malacos, los japoneses lo fuman;
los turcos lo tragan de preferencia. De cualquier modo que sea, sus efectos
sobre la economía son idénticos: alteran la economía, excitan el cerebro,
paralizan los nervios, dañan al estómago, entorpecen la inteligencia, producen
el insomnio, dolores musculares, agitación, desvaríos, marasmo, opresión y
palpitaciones cardíacas, indolencia, embrutecimiento, anorexia completa y una
alteración total de todas las energías físicas y morales que conducen a la
muerte. Tal es la plaga de las naciones del Extremo Oriente, plaga similar del
alcoholismo con las mismas consecuencias perniciosas.
El tabaco viene después del opio y su difusión por todo el orbe es tal
(lo fuman más de 800 millones de habitantes) que la cuestión de higiene
interesa a toda la humanidad; y aunque se le coloca en el último rango en la
lista de los modificadores de la vida cerebral, no por eso deja de ser uno de
los más temibles, tanto más, cuanto que se le cree inofensivo. Muchos son los
que opinan en contra y en pro de la droga americana; ni sería propio de este
trabajo expresar todo cuanto se ha dicho y legislado desde remotos tiempos
contra el uso del tabaco.
Que el legislador y el moralista recuerden que en el abuso está el mal
de todas las cosas humanas. Que el abuso del tabaco es el que causa la
alteración del olfato, la producción de afecciones de la garganta, la ruina de
los dientes, la frecuencia del cáncer de los labios y de la lengua, la
perversión de la digestión, la parálisis general, la demencia, en las que el
tabaco es causa cooperativa. Tal es el resultado que rinden las estadísticas
bien confrontadas. En el orden intelectual el asunto adquiere una importancia que
incumbe señalar en estas líneas: son los efectos del tabaco sobre la
inteligencia y la memoria. Los perjuicios en estos casos son reales y
comprobados. El abuso del tabaco, sustrayendo a la actividad cerebral muchas horas
del día, infiere un golpe más o menos profundo a la facultad de la atención,
sacrificando a un efímero placer ese atributo de la inteligencia. Se ha hecho
en Francia una estadística muy significativa, respecto a las escuelas públicas
en las que es permitido el uso del tabaco, resultando una relación inversa
entre las cifras que representan el consumo individual y las que causan el
resultado de los exámenes. Hay más, ese abuso alcanza también a la acción
depresiva que ejerce sobre la memoria. La pérdida de ésta se nota, sobre todo,
en las palabras o nombres propios, al grado que se cita el caso de un médico,
gran fumador, que llegó a olvidar el nombre de sus hijos, y es corriente decir:
gran fumador, pequeña memoria.
Que la higiene y la moral prohíben en absoluto el uso del tabaco a los
adolescentes, es precepto severo que atestigua el peligro. Es vano creer que el
uso constante de la droga sea un incentivo para aumentar la actividad
intelectual y que dé bríos a la fantasía, cuando no es más que un fugaz
excitante, propio apenas para producir una fecundidad enfermiza que en nada
avalora las producciones científicas o literarias.
¿Cómo atenuar los efectos del tabaco? Cuestión difícil; la solicitud
constante de la higiene se ha hecho sentir desde hace tiempo. En Inglaterra se
han fundado sociedades de temperancia contra el tabaco. La manipulación de los
tabacos lavados les ha quitado en gran parte de su principio activo, la
nicotina; la ciencia ha dado preceptos que deben tomarse muy en firme.
Sin utilidad, condenado por el buen gusto, anatematizado por el aseo y
por los perjuicios orgánicos que ocasiona, acaso, el progreso de la ciencia y
el esfuerzo de las naciones lleguen un día, no a suprimir la droga de Nicot, pero
al menos, a oponer dique poderoso que contenga en parte el estrago de sus
nocivos efectos.
Sensualidad
y vicios carnales
Sensualidad, propensión a los deleites carnales. Ella confunde muchas
veces el apetito de la necesidad con el abuso del placer a detrimento de la
dignidad y de la salud. La saciedad está bajo el imperio de los sentidos, pero
si llega a la hartura es del dominio de las pasiones intemperantes. El animal
se sacia, y suspende su comida, guarda su presa para más tarde; pero el hombre
va más allá, come por saciedad y por costumbre hasta llegar a la impotencia de
los órganos. Los apetitos de la sensualidad hallan consejo en los sentimientos del
corazón y en las energías de la inteligencia, como precio a las ruinas morales
que ocasionan los excesos de los sentidos. La materia es flaca; casi siempre va
en pos de quimeras y deleites que los sentimientos morales y los temores de la
pérdida de la salud, no siempre dominan, no obstante que son como avisos
adelantados a los desbordes de las pasiones carnales.
La religión y la higiene tienen entonces intereses concordantes. Una
pide moderación y sacrificio en nombre de los intereses del alma; la otra
reclama en nombre de los intereses del cuerpo; la primera tiene una moral más
elevada y segura que la segunda, que no obstante, reprime los excesos; la una
advierte, la otra manda; y cuando el nivel intelectual y el sentido moral
predominan, los excesos han rebajado el furor de la carne y la moral y el buen sentido
dan su sanción para dominar los apetitos desordenados, o al menos, atenúan ese
sensualismo estúpido que se apodera de las almas débiles y aminora todos los
sentimientos nobles, apaga toda idea de respeto y consideración social, y hace
del hombre un bruto sin ley, sin amor, sin moral, un Heliogábalo, con el
cortejo de males y tiranías a que conducen los desbordes del sensualismo.
Y entre los múltiples placeres que forman la corona de la sensualidad
hay uno muy temible, siempre en acción; es el que consiste en abusar de los
placeres de la mesa.
Algunos de los sensualismos son intermitentes; el de la mesa es de uso
constante; hay algunos que desaparecen con la edad; éste ejerce su imperio en
todo tiempo, sin contrapeso, con la gula, que es el enemigo de la salud. Dos buenos
caminos nos señala la higiene: por la moderación se va a la salud, por el abuso
a la enfermedad. A las principales funciones están asignados apetitos o
necesidades. El apetito alimenticio es la expresión de una necesidad orgánica
ineludible, inherente a la renovación y vida de los órganos. En los animales
está limitado al lleno de esa necesidad que jamás traspasan por instinto, que
es una especie de cordura natural. Para el hombre el problema es complicado,
porque los apetitos se exaltan por el deseo, ingiriéndose en éste la voluntad y
las pasiones en una medida que traspasa las leyes de la fisiología,
constituyéndose apetitos facticios e ilegítimos. El estómago pide lo necesario,
y el paladar pide a veces más de lo que es necesario para saciar y no se sacia
nunca, y es el esclavo del deseo carnal que, en resumidas cuentas, influye
desastrosamente sobre el desarrollo de la inteligencia, embota la sensibilidad
y hace de un joven bien dotado, una máquina inconsciente, un idiota anticipado.
Vicios carnales. La
moderación es el alma de la salud y de la cordura; pero estas dos amables
mentoras son tan raras en el mundo de las pasiones que para la generalidad de
los hombres no pasan de ser más que una bella teoría filosófica, nunca
practicada. Y, si bien es cierto que el hombre somete con su inteligencia todo
lo creado, no es menos cierto también que su voluntad dominada por el oleaje de
las pasiones, de los placeres, es un dique casi siempre impotente para contener
los excesos de la imaginación y los desórdenes de los apetitos que consumen los años de florecimiento de la edad
viril. Por eso, decía Mirabeau, viéndose achacoso en los últimos tiempos de su brillante
carrera: «Mis jóvenes años, como antepasados pródigos, han desheredado a los
últimos».
Por eso es que los desórdenes causados por los malos hábitos conducen a
las enfermedades del cuerpo y tienen marcada influencia en las del espíritu,
como el idiotismo, la epilepsia y la enajenación mental, la degeneración de la memoria
en todos los grados y del sistema nervioso en general, que, influenciando
arteramente la red nerviosa, conducen a la monomanía. Los hábitos viciosos
consisten en actos nuevos que no entran en los de carácter fisiológico que
constituyen funciones orgánicas normales. Aquellos son los genitores de los
desastres de la salud. Los dos principales son el onanismo y el alcoholismo; de
este último ya se trató lo suficiente en líneas anteriores; y en cuanto al
primero me limito a decir, que es el vicio de los jóvenes inexpertos; que él
ocasiona desórdenes corporales, estigmas bien marcados y asoladores que llegan
hasta el marasmo, la pereza consuetudinaria, la ineptitud marcada. Y por ahí se
va a la creación de casos serios de enfermedades incurables hasta el día, como
la tisis o tuberculosis, la demencia, la histeria, la hipocondría, la
neurastenia, etc.
En vista de este triste cuadro se imponen las medidas activas y severas,
si queremos desterrar de nuestros establecimientos docentes ese mal, que por lo
mismo que vive oculto, como el áspid en las malezas, debe perseguírsele sin
descanso. Lo que se acostumbra en los países adelantados es ejercer, a cada
instante, una vigilancia continua y tenaz, severa, dormitorios bien alumbrados,
con celdas in dependientes y cerradas, ejercicios corporales hasta el cansancio
en las horas de la tarde y en los casos conocidos, baños fríos, natación,
distracciones honestas. A la par de estos recursos de carácter pedagógico e
higiénico, la religión constituye un poderoso resorte de las fuerzas morales; no
solamente preceptúa las condiciones primeras de la vida, sino la realización de
sus preceptos que dominan la existencia de cada hombre.
Alimentación
El alimento debe ser sano, variado y proporcionado al número de personas
que se sienten a la mesa; precepto es éste que no se toma en cuenta en la mayor
parte de los establecimientos de enseñanza. Y si la frugalidad y la sobriedad
son indispensables, no es menos cierto que es necesario atender a las
condiciones de la vida activa del escolar o de los individuos entregados ya sea
a un trabajo intelectual, ya a los que se dedican a labores manuales o a
ejercicios más a menos activos.
El todo en esta materia consiste en la selección y preparación de los
manjares, en evitar excitantes en las comidas, condiciones todas que son de
importancia en la alimentación, lo mismo que la regularidad en las horas de servir
las comidas para acostumbrar al estómago a reaccionar favorablemente sobre los
alimentos.
La ciencia moderna ha hecho sobre el particular notables progresos
estudiando todas las cuestiones fisiológicas relativas al trabajo digestivo. Es
muy importante conocer el poder nutritivo y asimilable de las substancias que
se consumen.
En el orden de la asimilación las substancias se colocan así: huevos
poco cocidos, pescado, volatería blanca, ídem negra, carne de mamíferos asada,
granos, hierbas, frutas maduras, legumbres frescas, pan, papas, pastelería. Al tratar
de los efectos asimilables de los alimentos deben evitarse las grasas en exceso
en su preparación, pues dichos cuerpos son de una digestión difícil y penosa,
sobre todo, en nuestros climas calientes, porque sobrecargan la función del
hígado. Las carnes van en el orden siguiente: carnero, buey, cordero, ternero,
puerco. Estas pueden ser más o menos nutritivas según la edad y condiciones de
salud de los animales, tiempo del destace, modo de prepararlas, etc. La de
puerco, que es la más usada por nuestro pueblo, es la más difícil de digerir, a
causa de la abundancia de su grasa, la dureza y densidad de sus fibras; las
carnes saladas son de laboriosa digestión, porque por la salazón se contraen y
hacen más densas sus fibras; fuera de las mil impurezas que suele contener la
sal misma. En cuanto a bebidas, ninguna de naturaleza espirituosa; aguas puras,
filtradas, si es posible, hoy que los filtros económicos rinden un líquido muy
aceptable. Entre los principios inmediatos, y apreciables de los vegetales
están el almidón y las féculas que se contienen en las raíces, espigas y
tubérculos, elementos que introducidos en la circulación van a parar al hígado
donde se transforman en azúcar, alimento de primer orden y de naturaleza
respiratoria. El azúcar de caña y de uva, contenido en muchos vegetales de
nuestras zonas son alimentos y condimentos a la vez. Son también apreciables
las gomas, aceites y grasas vegetales; las primeras se identifican con las
féculas, y en cuanto a las segundas contienen principios inmediatos similares a
las que rinden los animales y son elementos de calorificación.
En suma, las materias vegetales se componen de fibrina vegetal,
substancia que procede del gluten; de albúmina vegetal, parte soluble y
coagulable de los jugos vegetables; de caseína vegetal, parte coagulable por
los ácidos, es la legumina. Hay, además, con los vegetales ácidos que se eliminan
por la orina y otros que se transforman en ácido carbónico y suelen combinarse
con los álcalis de la sangre. Todas estas materias son elementos nutritivos y
respirables que el régimen vegetariano conceptúa suficientes y de buena ley
para sostener la nutrición. Pero, según las investigaciones fisiológicas de
Cay, Schitt, Skinner, Socin, Jans Slonaker y otros, resulta que los animales alimentados
exclusivamente con cereales se desarrollan mal y más tardíamente, viven menos
tiempo; entre los hombres, los campesinos de los Abruzzos, los Bengalies que
son vegetarianos, disminuyen de peso, de fuerza muscular y del tórax; son de
pequeña estatura, y Hutchinson observó que en ellos las enfermedades eran más
dilatadas y con dificultad recobraban las fuerzas y el peso, lo que no sucedía
en los que eran sometidos al régimen de la carne. En conclusión, el mejor
régimen, según la mayoría de los higienistas, es el mixto, es decir, vegetales
y carnes. Debe tenerse en cuenta también que la alimentación guarda estrecha
relación con las necesidades del organismo, el trabajo muscular y cerebral; y
tratándose de niños viene a sumarse a los precedentes factores, esa época del crecimiento en
la que el cuerpo, ensanchando todos sus elementos celulares, pide más alimentos
y substancias determinadas que aumenten la calorificación y mineralización de
los tejidos.
Ejercicios gimnásticos y deportes
La cultura física tiene por objeto desarrollar todos los órganos del
cuerpo y hacerle sano y fuerte para que pueda resistir a todos los accidentes de la vida, como también para
formar una constitución robusta que permita al hombre resistir a las
enfermedades y dar todas las energías a las facultades intelectuales. Todo buen
sistema de educación física debe comprender una serie de ejercicios combinados
que desarrollen en los órganos el sistema músculo-tendinoso, cooperando
eficazmente a dar forma, crecimiento y fuerza a esos órganos y belleza a las
formas; sirven a la vez para corregir las deformaciones debidas a las
posiciones viciosas y hábitos incorrectos del niño o a los malos métodos de
escribir sin la colocación debida del cuerpo.
Es indudable que la implantación de todo sistema de educación física
debe obedecer a las condiciones físicas de los niños, tales como la talla, el
desarrollo de los órganos, la edad, el clima, el carácter, las costumbres, la
alimentación, el estado de salud.
La talla del alumno está en relación directa con su peso; esa estatura varía
según los países y relaciones de raza, la edad, sexos, siendo admitido por los
higienistas que el hombre alcanza su talla definitiva a los 30 años, queda estacionaria
hasta los 50, siendo entonces de 1 m - 684 milímetros (5 pies, 2 pulgadas, 3
líneas). A los 20 años, la talla de los habitantes de los campos es un poco
menor que la de los que viven en las ciudades; la talla de las clases
acomodadas es más elevada que la de las clases pobres. Respecto a los climas,
la talla es favorecida y se acrece en los climas calientes.
El peso del hombre, según Quetelet, alcanza su máximo hacia los 40 años,
y decrece sensiblemente hacia los 60; el peso medio de un adulto es de 44 kilos
7 gramos, abstracción hecha del sexo y de la edad. El peso medio del
adolescente es muy semejante al del anciano en los dos sexos.
Las modificaciones que el clima impone al desarrollo orgánico,
influyendo en el carácter y costumbres de los pueblos, se presta a
consideraciones que son del resorte de estos estudios, y debo, aunque sea de
paso, señalarlos a la atención del maestro. En los países cálidos el fenómeno dominante
es la grande actividad de la exhalación pulmonar y cutánea, actividad bajo cuya
influencia se producen las modificaciones siguientes: disminución de la función
respiratoria y decrecimiento del calor animal, y por consiguiente, falta de
actividad funcional en el pulmón y en el hígado, resultando languidez en los
actos de la vida orgánica, consecuencia obligada de esto es la molicie, la inercia,
la pereza que domina en los pueblos meridionales por la debilidad del sistema
muscular que ocasiona flojedad, repulsión por los ejercicios físicos, por el
movimiento forzado. Este modo de ser es el que produce la vida sedentaria, la
que inclina la imaginación que es muy movible e impresionable a la
contemplación de lo maravilloso, a las acciones edificantes, a los sacrificios
sublimes, creando así el espíritu místico y fecundo de las religiones. De esos
climas surgieron el cristianismo en Siria, el budismo en la India, el
mahometismo en Arabia, Zoroastro en Persia, Confucio en China.
Estos datos históricos demuestran cuan marcada es la influencia de los
climas en el ser orgánico y moral del hombre, la que debe tenerse en cuenta al
tratar de la cultura física en la medida de las condiciones individuales de los
sujetos.
El juego de los órganos desarrolla calor, hace circular los jugos
nutritivos, favorece la asimilación de las substancias que mantienen la vida.
El trabajo muscular es la esencia del movimiento, bajo el influjo nervioso y el
que ejerce una acción incontestable sobre la composición de la sangre; toma a
ésta su oxígeno y le da en cambio los residuos de la combustión que se efectúa
en el músculo. Influye, además, sobre la producción del calor que por medio de
la sangre se extiende a todas las partes del cuerpo influenciando todas las
funciones vitales.
Por el ejercicio moderado e inteligente se dirige a voluntad el
movimiento muscular; se activa la circulación de la sangre, se acrece el
apetito, se facilita la digestión. La piel transpira y activa las secreciones y
los actos orgánicos concurren mejor al sostén del organismo.
Al lado de estas ventajas orgánicas aparecen beneficios muy salientes en
favor de las facultades morales brilla con más fuerza e imperio el dominio de
la inteligencia, el ejercicio hace al hombre más social, más amable, más comunicativo,
a la vez que le presta valor, hidalguía, fuerza y destreza. ¿No es este el
ideal de la raza elegante, ágil, robusta y sana, apta para todas las labores
del espíritu y para servir de poderoso antemural a los peligros que amenacen a
la patria?
Ejercicios. Los ejercicios corporales y los juegos son deportes modernos, adoptados
por todos los países civilizados, y a la hora presente están preparando
generaciones robustas y llenas de energía para rendir a la patria señalados servicios.
El juego es para el niño la forma más natural y práctica de la cultura
física; pues se comprende que después de la inmovilidad que ocasiona el estudio
en las clases criando una especie de molicie, el ejercicio viene a restablecer el
equilibrio; y por eso un buen preceptor debe ordenar y variar los juegos
haciéndolos agradables al niño, dirigiéndolos en el sentido de dar flexibilidad
y vigor al cuerpo, sin fatigar y tomando él mismo parte en ellos para dar el
ejemplo, asociándose a sus placeres y entretenimientos. Al reposo del estudio
responde esa alegría, esa necesidad imperiosa de moverse que hace que el niño
corra, salte, baile como gozando de una libertad que tanto necesita. Y suprimir
esa libertad sería tan punible como privar al escolar del alimento y de bebida,
pues el juego forma uno de los caracteres de la voluntad de la energía. Hay en
los juegos y ejercicios facultades tan nobles como las de observación,
atención y juicio que desarrollan la imaginación y el cálculo; es un modo fácil
y útil de dar sensaciones agradables a la vida, energías a la voluntad, armonía
a las facultades asociadas al perfeccionamiento del individuo. La gimnasia y
los juegos tienen por objeto el movimiento; no se rechazan sino que se
completan, pues ambos concurren al mismo fin y deben ejercerse al aire libre, a
plena luz, al ambiente fresco.
Los juegos de pelota y de balón son atrayentes para el niño, y la
iniciación de otros; pero en ellos ya está, por decirlo así, el vehículo
obligado del sentimiento de solidaridad y el aprecio entre compañeros, de la
verdad y de la justicia, y de esa alegría que es la mejor medicina del alma y
el mejor sustentáculo de la dignidad y nobleza de la vida.
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