Moral práctica
(Instrucción Cívica)
Dr. David J. Guzmán
Para el filósofo y el cosmopolita todo el planeta es la patria común;
pero no es la tierra en que vimos la luz primera, ni es el aire que vivifico
nuestros pulmones, ni es aquel hogar donde recibimos el primer beso de nuestras
madres, ni la lengua que expresa nuestro pensamiento y sensaciones de la vida.
Por eso, aunque estemos en los confines del mundo, nuestra mirada se vuelve ansiosa
hacia aquel pedazo de tierra donde están nuestros afectos, los recuerdos de la
infancia, la tumba de nuestros mayores y donde nuestra existencia está atada
por lazo indestructible a ese sentimiento digno y noble que constituye el amor
a la patria.
Sentimiento innato en todos los hombres, es un apostolado que predica
con fe sincera el bien de la patria primero que todo, y es el que lleva a los
buenos patriotas a los más grandes sacrificios y a los actos de heroísmo que reclama
el nativo terruño cuando está en peligro. Y es que ese amor santo es la
esperanza del alma, el amor de los recuerdos de gloria y libertad de que gozamos
en el seno de la patria, el vínculo que ata el orgullo del nombre, el amor de
la familia, el poema de todas las razas y de todas las edades. Ejemplos
notabilísimos nos presenta la historia de nuestra América en toda su extensión,
en los que vibran las acciones grandes, la magnanimidad, la virtud, el genio,
el valor, el heroísmo, la constancia y todos los impulsos generosos y propios
de las razas meridionales.
El amor patrio es el que ha creado la solidaridad entre los hombres; los
ha hecho más humanos y generosos.
El amor a la patria es esa noble pasión que ha inspirado tantos milagros
de abnegación y heroísmo; ella abarca cuanto Dios ha creado de bueno y grande
en el corazón humano; herencia preciosa que se trasmiten las naciones y
perpetúa en la historia el triunfo de las más altas virtudes, timbre y gloria
de la civilización a través de las etapas y de todos los tiempos. Esa llama
sagrada no es exclusivo privilegio de los hombres, se comunica a la mujer; y
cuando una nacionalidad parece que va a extinguirse por un cúmulo de derrotas,
de desgracias múltiples, aparecen entonces esas evocaciones misteriosas salidas
de ignorados senos, personajes obscuros que mediante una inspiración divina y
un corazón esforzado, han producido esos milagros del patriotismo; sobran ejemplos de personajes que se convirtieron en héroes y heroínas de la libertad en América.
Es respondiendo a estas ideas que una de las bases de la cultura moral
es ese amor a la patria que debe infundirse a la juventud desde las bancas de
las escuelas, y hacerle comprender que los jóvenes escolares serán un día aptos
para cooperar en el gobierno, en la magistratura, en el ejército, en los
talleres de la inteligencia; exaltando el espíritu recto de la nacionalidad con
el conocimiento de la historia, de la geografía política, de las leyes que nos
rigen, de las proezas de nuestros héroes, de las tradiciones gloriosas que van
formando nuestra historia, de los grandes días cívicos, todo lo cual será
amenizado con ejemplos que interesarán a los niños.
El concepto de patria envuelve, además del sentimiento moral, los
elementos de territorio definido, étnico, de lengua, costumbres, de intereses
comunes, de tradiciones históricas y de las naturales tendencias a
engrandecerla por el trabajo, por las luces, las instituciones, entre otros.
No cabe duda que la constitución física de una nación es el suelo que
pisa y las fronteras que la limitan; pero ellas no son indispensables, puesto
que sin ellas subsistió largo tiempo la Polonia, y la libre y pequeña Bélgica
conserva su existencia, aunque sin barreras definitivas que la separen de los
países limítrofes. La comunidad de origen ha sido siempre el núcleo capital de
las agrupaciones humanas a través de las edades y ha constituido el fundamento de
las naciones.
La lengua contribuyó como poderoso vehículo para integrar y formar
las tradiciones y ligar a los individuos entre sí. Las costumbres y la religión
han procurado la consolidación de las conciencias y el amor al hogar; usos y
costumbres han sido vínculos poderosos para reformar la humana naturaleza,
formando parte ineludible de la vida, del bienestar, de la satisfacción de
todas las almas, de las reminiscencias del pasado que; se conservan a través
del tiempo como ensueños que se adhieren fuertemente al espíritu.
Y luego, la patria supone una tradición histórica que nos coloca, aunque
pequeños, en el rol de las naciones, en el movimiento del progreso; nos da
lugar en la larga e interminable falange de las generaciones pasadas, a
utilizar los preciosos legados que nos han hecho de todo cuanto bueno y útil
realizaron para que a nuestra vez les leguemos ese capital social a las nuevas
generaciones que se levantan.
Por la historia revivimos en el recuerdo de los que aun viven del
esfuerzo de nuestros próceres; revivimos en las luces esparcidas por nuestros
sabios, filósofos, poetas, literatos, guerreros y de todos aquellos que han
puesto su contingente para formarnos una patria digna, próspera, culta y
cordial con el resto de las naciones.
Las reflexiones anteriormente expuestas, pueden ser consideradas como anticuadas e ingenuas; sin embargo, no hay más grande ingenuidad que caer víctima de los dogmas de muchos agitadores de masas, que hablan contra la patria, sus próceres, sus símbolos, sus costumbres. Nuestro país ha sido testigo de la pérdida no solo de valores morales, sino que también cívicos y todo, gracias a esos demagogos que en nombre de la justicia social, la igualdad y el bien común, condujeron a nuestra patria a una lucha cruel, despiadada, que no solo acabó con la vida de unos setenta y cinco mil salvadoreños, sino que también, destruyó la economía de nuestra floreciente nación, que en su momento fue de las más prósperas de la región centroamericana; no sintiendo satisfechos aún, también pretenden acabar con nuestra identidad cultural.
Las reflexiones anteriormente expuestas, pueden ser consideradas como anticuadas e ingenuas; sin embargo, no hay más grande ingenuidad que caer víctima de los dogmas de muchos agitadores de masas, que hablan contra la patria, sus próceres, sus símbolos, sus costumbres. Nuestro país ha sido testigo de la pérdida no solo de valores morales, sino que también cívicos y todo, gracias a esos demagogos que en nombre de la justicia social, la igualdad y el bien común, condujeron a nuestra patria a una lucha cruel, despiadada, que no solo acabó con la vida de unos setenta y cinco mil salvadoreños, sino que también, destruyó la economía de nuestra floreciente nación, que en su momento fue de las más prósperas de la región centroamericana; no sintiendo satisfechos aún, también pretenden acabar con nuestra identidad cultural.