Lic. Jaime Noé Villalta Umaña
Prof. y Abg.
Platón ha dicho: “que el Estado no prosperará hasta que el verdadero filósofo sea rey o los reyes se hagan verdaderos filósofos.”
En el momento actual, la expresión más adecuada es decir:
“Que nuestra vida política, económica y social no se encaminará hacia su mejoramiento, como no se procure de manera enérgica, dar a los estudiantes universitarios una educación en filosofía moral, que esté acorde con la realidad y con la alta misión que tendrán que desempeñar, como profesionales en los distintos campos.”
El profesional en su diario vivir, no sólo enfrenta problemas con relación a su trabajo, sino también en su profesión, en su contacto con las personas que le rodean, ello hace que muchas veces sin darse cuenta, pise la línea de la moralidad. Porque todas las cosas en el universo tienen un límite, llámese órbita para los planetas o playa para el océano, toda criatura que traspasa esa línea se hipertrofia, degenera y perece. “De aquí no pasarás”, es la ley divina impuesta a cuanto existe.
Ningún hombre escapa a la moralidad, todos sus actos libres tienen una calificación moral que puede ser positiva o negativa; pero además existe un criterio científico capaz de determinar la conducta moral por medio de principios universales y necesarios aplicables a todos los hombres en sentido genérico en cualquier época y latitud. De este modo el tema en comento deja de ser una cuestión de apreciación subjetiva, para constituirse en un orden científico, y es que por su carácter reflexivo, la ética ocupa un lugar especial dentro de las ciencias.
¿Qué es la ética? Reflexión filosófica del comportamiento moral del hombre en sociedad. La ética valora el actuar del hombre en relación con sus semejantes. Establece la esencia de la moral, su origen, las condiciones objetivas y subjetivas del acto moral, da un tratamiento científico a los problemas morales; así su objeto de estudio es pues, “el sector de la realidad humana que llamamos moral, constituido por un tipo peculiar de hechos humanos.”
La ética parte de los hechos tratando de descubrir sus principios generales, a los cuales hace trascender, de los conceptos a las hipótesis y de éstas a las teorías. Es racional y objetiva, proporciona conocimientos sistemáticos, metódicos y hasta donde sea posible verificables. Por ello podemos hablar de una ética científica, cuyo objeto de estudio es la moral. Por tanto, la ética no puede reducirse a un conjunto de normas y prescripciones, su misión es explicar la moral, los actos humanos conscientes y voluntarios de los individuos que afectan a otros, a determinados grupos sociales, o a la sociedad en su conjunto, teniendo como fondo la concepción filosófica del hombre, como un ser social, histórico y creador, en el entendido de que el comportamiento moral no es eterno e inmutable, sino que está subordinado al proceso de transformación que se hace evidente en la historia de la humanidad.
La moral ha existido desde los inicios de la convivencia humana, la experiencia histórica de las distintas civilizaciones nos lo demuestra.
Todas las normas y relaciones morales surgen y se desarrollan respondiendo a una necesidad social; la forma moral de conciencia es patrimonio del ser humano, de modo que la moral es un fenómeno social con carácter histórico, que surgió con el hombre en determinadas condiciones.
En la actualidad, debido al carácter práctico de la ética es considerada como una disciplina normativa, que señala la norma de conducta deseable; el ético es visto desde ésta óptica como un legislador del comportamiento moral de los individuos o de la comunidad; así las cosas se le atribuye a la ética un carácter normativo y reflexivo, que valora el actuar del hombre en sociedad y que le impone normas de conducta en todo campo científico. Dicha concepción hace surgir los primeros códigos de ética. El código más antiguo de servicio social, es el de Francia, que data del 11 de noviembre de 1950; luego el de Chile, en 1959 y el de Estados Unidos en 1960. Los códigos de Servicio Social, buscan la responsabilidad de los hombres en el cumplimiento de sus funciones dentro de una colectividad laboral.
¿Se justifica la existencia de códigos de ética?[1]
Alguien con algún grado de acierto; diría, que de nada valen, si los profesionales carecen de la actitud interna que hace que su acción sea realmente ética; pues para ejercer una carrera dentro de las normas del decoro profesional ninguna ley es buena y útil, si el profesionista es indigno, vil y deshonesto. La moral debe practicarse siempre, a toda hora, en todo lugar y en toda relación.
¿Sobran las leyes, porque muchos no las cumplen? ¿Hay que eliminar los semáforos, porque los conductores no respetan la luz roja?
El código profesional no crea por si la regla, así como la escritura no crea el pensamiento, sin embargo es su expresión. La función de un código de ética es subrayar los principios de acción que escritos o no, se imponen a los profesionales en cualquier lugar y circunstancia. Los funcionarios, empleados públicos y otros, sabrán a qué atenerse, y cuáles son sus derechos y obligaciones en cuanto a su comportamiento moral. Nuestra legislación vigente contiene preceptos de carácter ético. Ahora bien, el comportamiento ético exige una educación moral. ¿De quién o de quiénes es la responsabilidad de educar moralmente?
En su orden; la familia, los grupos religiosos, la escuela, aunque algunos opinen que la responsabilidad de ésta última, es de naturaleza intelectual.
Asimismo, podemos afirmar que la universidad tiene la responsabilidad social de la educación moral; pues ésta tiene un compromiso con la colectividad, como organismo de Enseñanza Superior dispone de los medios más eficientes de influencia psicológica y social, como lo son la Organización y la Cultura. En el entendido de que la enseñanza de la moral debe estar por encima de cualquier divergencia ideológica.
La universidad debe fortalecer de manera esencial el intelecto, para que a través de éste, se eduque la voluntad, la responsabilidad y el desarrollo de aquellas realidades que son espirituales por naturaleza, como la verdad, la belleza, la caridad, la honestidad, la justicia, el servicio, la cooperación, la lealtad, la tolerancia, entre otros. Se necesita no un curso de ética profesional, sino el esfuerzo universitario por crear y prestigiar una cátedra seria de educación moral, que esté acorde con la teoría de los valores; ya que éstos, están por encima de los postulados del derecho positivo. Sin los valores, las relaciones entre los hombres, los grupos y las naciones se tornan difíciles y eminentemente peligrosas. La vocación de paz debe establecerse transformando al hombre desde su interior, debe establecerse el culto a la dignidad humana, eliminando los bajos instintos que se esconden de manera sutil en los más connotados empresarios y profesionales al servicio público y privado de nuestra sociedad; instintos arcaicos que se dejan ver en todos los estratos sociales, pero de manera evidente en aquéllos que ostentan el gobierno de nuestros pueblos, para quiénes la dignidad y la vida misma de las personas humanas son materia prima para fabricación de dólares.
Debe pues, desarrollarse una ética que trate de ayudar a llegar a los más pobres, pues muy común es, escuchar la verborragia de catedráticos y estudiantes que enardecidos por la euforia, manipulan a las masas; según ellos con el objetivo de instaurar un nuevo orden de cosas en el que prevalezcan los valores supremos, entre ellos la justicia social; sin embargo, cuando ya graduados tienen que incorporarse a la vida productiva del país, les vemos actuando de manera servil a aquéllos a quienes otrora atacaban, en su época de estudiantes, olvidando a los de su clase, a quiénes sus intereses decían defender.
De nada valen aquellas hermosas palabras que dicen: “Estudia para que no sea en el futuro el juguete vulgar de las pasiones, ni el esclavo servil de los tiranos”.
En el actual mundo, globalizado o mundializado, existen planteamientos filosóficos liberales que están muy lejos de ser la esperanza de los oprimidos; pues, para ellos los muy pobres no existen, son inconcebibles y sólo son abordados por el estadístico o por el poeta.
Las naciones poderosas analógicamente hablando, ven a los países subdesarrollados como barcos salvavidas y a los pobres como náufragos en el mar, las posibilidades para los náufragos son pocas, porque la vida de quienes se encuentran en los barcos salvavidas, peligraría si tratarán de rescatarlos.
¿Quiénes se encuentran en los barcos salvavidas? La respuesta es obvia.
Las consideraciones anteriormente expuestas, nos llevan a concluir que el papel que las universidades deben asumir es complejo, delicado y serio, pues tienen un compromiso social con los presentes y futuras generaciones; y además, tienen que competir con los grandes problemas creados por las sociedades modernas y que se contraponen a los valores elementales, como son la justicia, la seguridad y el bien común. Debe lucharse contra la falta de respeto a la vida y a la dignidad de las personas. Son grandes los retos que se tienen que enfrentar; pero nuestras sociedades deben educarse moralmente, por tanto, es momento de actuar pero no-conforme rudos caprichos, sino de una manera organizada, planificada, con estrategias claras de lo que queremos hacer para poder conquistar una sociedad en la que se le garantice a las personas las condiciones de una existencia digna. La humanidad en general enfrenta un reto: “ vencerse a sí misma”; Los individuos debemos responsabilizarnos de nuestros actos y no depositar en otros las soluciones a nuestros propios conflictos, derivados muchas veces de nuestros apetitos desenfrenados de egoísmo, envidia, vanidad, avaricia, deshonestidad, entre otros; juntos debemos buscar la solución, empresarios, gobernantes, partidos políticos, maestros, estudiantes e instituciones no gubernamentales.
Los Centros de Educación Superior deben fortalecer los aprendizajes significativos, que coadyuven en la delicada misión de transformar la conducta humana, empleando métodos que permitan interiorizar el conocimiento y luego ponerlo en práctica.
Nunca olvidemos que todos anhelamos vivir en una sociedad en la que podamos confiar en nuestros semejantes, una sociedad sin temores, libre de los vicios que contaminen nuestra condición espiritual como seres humanos, por ello es necesario transformar nuestra personalidad, nuestra forma de pensar y actuar.
Debemos vivir en armonía con aquéllas bellas palabras pronunciadas por el humilde carpintero de Galilea, cuando dijo: “Haz a otros, lo que quieres que te hagan a ti”.
[1] Ley de Ética Gubernamental