UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

martes, 8 de marzo de 2016

Inviolabilidad de la vida humana

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Grave y trascendental cuestión es la de la inviolabilidad de la vida humana, más para ser tratada de lo alto de la cátedra jurídica, que del humilde pupitre de un didáctico o filósofo, cuyo fondo de erudición solo puede derivarlo de las enseñanzas morales de las aulas.

Repetir aquí todo lo dicho en pro o en contra de la pena capital, sobre la justicia o injusticia que envuelve, sobre el derecho que unos afirman tiene la sociedad para imponerla y la negativa de otros, por qué ataca los principios de la justicia universal y la felicidad de todas las asociaciones políticas (Beccaria), esto, y más, sería caer en una redundancia inútil.

Apelando a la ley natural esta rechaza el homicidio, y no permite matar a otro, sino en propia defensa. El deber de la propia conservación da el derecho de quitar la vida al agresor. Que la sociedad debe proteger y defender a los asociados, es incuestionable; pero matar para garantizar los ciudadanos es una consecuencia falsa y monstruosa.

La sociedad no se venga, castiga después de madura reflexión. Para castigar un crimen, comete otro más odioso y ejecutado en medio de la seguridad y de la meditación, castigo que tiene todas las formas de la venganza. (En este apartado es preciso reflexionar sobre la transformación de la concepción de la pena como castigo, sus fines quedan establecidos en la Constitución de la República de El Salvador (1983), artículo 27 inciso 3° que a la letra dice: “El Estado organizará los centros penitenciarios con objeto de corregir a los delincuentes, educarlos y formarles hábitos de trabajo, procurando su readaptación y la prevención de delitos”.)[1]

¡Lindo espectáculo el de llevar al patíbulo a un hombre para servir a la ávida curiosidad de un populacho, entre báquicos cantares, para ir a presenciar el último suspiro de un condenado!

¿No sería mejor, más conveniente que las penas fueran de carácter moral, divisibles, remisibles, reparables, ejemplares, correctivas? La pena capital no ejemplariza, ni moraliza, todo lo contrario. Ejemplo de enmienda no da, puesto que es sabido que varios de los que presenciaron esas ejecuciones han caído más tarde bajo la cuchilla de la Guillotina o perforado el pecho por las balas. Ese cadáver que arrojáis a la fosa común os lega una familia sin pan ni hogar, una viuda que se prostituye para vivir, hijos que roban para comer. Dumolard, ladrón a los cinco años, era huérfano de un guillotinado. En 1894 fue ejecutado en Melun un tal Mora, en la misma plaza, donde el año precedente había asistido a una ruidosa ejecución capital. El temor de la muerte no fue para este joven bandido un ejemplo que lo sustrajera de la comisión de sus terribles atentados. No es, pues, justa, ni ejemplar la pena de muerte.

El doctor Cabral dice: «El freno más propio para prevenir el crimen no es el espectáculo terrible pero momentáneo de la muerte de un malvado, sino el ejemplo constante de un hombre privado de su libertad, que está, pagando con su trabajo doloroso, el daño que ha causado.» Mas humanitario y digno de una civilización avanzada es arrancar del patíbulo a un hombre que puede mejorarse, acaso, ser un hombre útil por medio de la enseñanza, de los consejos de la moral, del buen ejemplo; relegado en una penitenciaría, bajo un buen sistema de corrección, de seguridad, de trabajo que lo estimule, que lo moralice, decrecería la criminalidad y desaparecería el afrentoso espectáculo de los cadalsos. Más de once naciones han abolido el patíbulo en sus constituciones, y en nuestra América Central, Costa-Rica, se lleva la gloria de haberla suprimido hace tiempo, sin que por eso sean comunes ahí los grandes crímenes; todo lo contrario. En 1908, Mr. Guyot Dessaigne, Ministro de Justicia, propuso al Parlamento francés un proyecto de abolición de la pena capital, reemplazándola por una nueva pena: el internamiento perpetuo como en Italia (la Constitución prohíbe este tipo de penas); todo acompañado de una documentación admirablemente completa; pero prevaleció el miedo de los legisladores contra todos los argumentos de la razón, de la filosofía, del derecho. Así para los sofistas, defensores del patíbulo, la defensa de la inviolabilidad de la vida humana, es obra solo de los retóricos y filósofos, movimientos de humanitarismos; pero ellos, los sofistas, abultan los crímenes, multiplican el número de criminales, enloquecen a las masas con el espectáculo siniestro de los crímenes, todo por conservar la última de las supersticiones penales del código, resto de barbarie que lleva el espíritu de nuestras leyes.

La Psiquiatría ha abierto nuevos horizontes a la medicina legal, y los médicos criminalistas por medio del estudio de las enfermedades mentales han llegado a la conclusión, de que muchos grandes criminales no son más que enajenados que pueden volverse a la vida normal por medio de un tratamiento adecuado. Mientras llega el día en que nuestros legisladores concluyan con la pena de muerte, iniciemos en la escuela ideas de moral, de religión, de nobleza de alma y sanidad del corazón, de confraternidad y humanitarismo, de todas las virtudes tutelares de la sociedad, que esos grandes elementos sean como los precursores que, en día no lejano, contribuyan a establecer en la atmósfera social primero, y después en el seno de las Asambleas, la ley redentora de la vida humana.

Es necesario reflexionar sobre la concepción del Dr. Guzmán, sin embargo, en la actualidad muchas de las consideraciones referidas se han transformado una y otra vez, a través de las décadas. La crisis delincuencial que se vive en el momento actual hace que algunos sectores se pronuncien a favor de la pena de muerte; ahora bien, sí es de imperiosa necesidad que se tomen medidas para proteger la vida de las personas; pues es obligación del Estado, tal como lo establece el artículo 2 de la Constitución (1983). 

En conclusión, la vida debe protegerse.

Honestidad

La honestidad es un valor moral que consiste en ser y actuar con probidad, rectitud, justicia, sinceridad y veracidad. 
Es la capacidad de una persona para decir la verdad, sobre sí misma o el entorno. 
La práctica de este valor es fundamental en todas las relaciones humanas, tanto de amistad, como en el noviazgo, entre cónyuges, familia, en el trabajo, en fin. La persona honesta es franca, pero también fiel en sus compromisos de estudio, laborales y con el Estado (paga sus tributos).
El leñador
Hace mucho tiempo, en un lejano lugar vivía un leñador con su familia. Todos los días salía a cortar leña, la que luego vendía, así podía conseguir el sustento para su mujer e hijos. 
En una ocasión que regresaba con la carga de leña al pasar por el puente, se le cayó el hacha al río, la que fue arrastrada por la corriente. 
El leñador que era de escasos recursos, muy triste se lamentaba. 
- ¿Qué haré ahora que no tengo el hacha? ¿Cómo conseguiré sustento para mi familia?
De pronto y para su sorpresa apareció en las aguas del río un bella ninfa, quien le dijo:
- Espera buen leñador, yo te traeré el hacha.
La ninfa se hundió en las aguas del río, saliendo luego con una hacha brillante de oro puro; y preguntó:
- ¿Es está tu hacha?
El leñador contestó: 
- No, esa no es la mía.
La ninfa se hunde una vez más en las aguas y saca un hacha de plata, preguntando:
- ¿Es esta?
El desconsolado leñador, le dice tristemente:
- No es mi hacha.
Por tercera vez la ninfa se sumerge en las aguas y esta vez emerge con un hacha de hierro en sus manos; y pregunta:
- ¿Es esta el hacha que se te cayó?
Muy contento el leñador contesta:
- Esa es mi hacha.
El leñador agradeció a la ninfa, quien le dijo:
- Dejaré que conserves el hacha de oro y la de plata, porque a pesar de tu necesidad, fuiste honesto y dijiste la verdad. 

viernes, 26 de febrero de 2016

Deberes de caridad

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán

Nada hay que perfeccione más al hombre que ese sentimiento grandioso que se llama amor. Nada hay que le santifique más, que el espíritu de caridad. Cuando la aurora rasga su manto de luz y nos presenta un anciano enfermo, un débil niño, un menesteroso cargado de andrajos y miseria, del fondo del firmamento parece descender sobre ellos una hada encantadora coronada de estrellas, llena de ingentes dones y de religioso silencio: es la caridad. Porque la caridad es luz vivificante que hace evaporar las lágrimas del sufrimiento que suben al cielo como mudo testimonio del dolor sobre la tierra, como una plegaria de los que sufren trasmitida a Dios por la voz de los ángeles. En el orden de la perfección la caridad es superior a la fe y a la esperanza, porque estas virtudes no son más que las alas de la caridad, en la que brilla el pensamiento divino. Por eso ha descendido del cielo para fortalecer el corazón del hombre y le ha inspirado esos esfuerzos generosos que bajo la forma de fiestas mundanas, de visitas domiciliarias, de asilos, hospicios y hospitales son el alivio poderoso de nuestros semejantes. La caridad se abre paso a través de la tierra y llega al dolorido seno de todos los pueblos como un océano luminoso, cuyas aguas redentoras inundan de amor todos los corazones, consuelan y alivian las almas desfallecidas, las esperanzas muertas, los estragos de la miseria.

Ella es mensajera divina que se acerca a todos, los que lloran y les reparte esperanza y alegría; ella lleva las gracias que el Señor envía a los tristes que moran en la tierra y conforta al moribundo que exhala sus últimos suspiros; da de beber al sediento, de comer al hambriento, salud al enfermo, ropa al desnudo, descanso al peregrino, libertad al preso, tumba al muerto, luz al ignorante, fortaleza a la razón, correctivo a los errores, consejo al ignorante, perdón a la injuria, y eleva a Dios por todos la plegaria. El que ejerce este sublime sacerdocio, recoge en la tierra las bendiciones de los hombres, y en el cielo, el amor de Dios, porque la caridad es la sublime identidad de Dios con el alma de la humanidad.

Por eso brilla la caridad, como fúlgida estrella, sobre la frente de la mujer piadosa; por eso nuestras madres, santas ya por su misión sobre la tierra, están rodeadas por esa estela luminosa que dirige al virtuoso y le ata al cielo con esa maravillosa cadena tendida sobre el curso infinito de los siglos.

La limosna es una de las formas de la caridad y la oración en práctica. Es el rédito de nuestro capital en el cielo, y, como decía el gran Fenelón, es letra de cambio sobre la eternidad, que allá encontraremos pagadera a la vista. El hombre siempre mira la mano con que da y da lo necesario; la mujer da lo necesario y da también su corazón.

La solidaridad humana es una prueba evidente de que la virtud crece y se desarrolla fecunda en el corazón humano. Gracias a ella se construyen hospitales, hospicios, dispensarios y asilos en donde la beneficencia pública asiste, cura y enseña a los desvalidos; la caridad privada reparte limosnas, vestidos, medicinas, alimentos y practica visitas domiciliarias a los pobres; funda sociedades de socorro. Sala-cunas, Gotas de leche que multiplican sus obras de misericordia sin buscar gloria ni honores, sino la aspiración espontánea del corazón, confortando a todos con su afecto inteligente y caritativo. Si la infancia está protegida por los esfuerzos de la caridad, también ha dirigido su mirada hacia la ancianidad provecta, enferma y desvalida, hospitalizando a los ancianos en establecimientos cómodos e higiénicos, donde los viejos encuentran generoso abrigo y sustento en las postrimerías de su tormentosa vida.

Trasmitir a los niños estos sentimientos desde las bancas de las escuelas, es la misión más noble del maestro; es crear almas sensibles, generosas, desprendidas, como las de un Vicente de Paúl, de un San Martín, de un Luis IX, un Fernando III y una reina como Isabel de Hungría; es formar corazones como los de esos grandes filántropos que son la gloria de la humanidad y el amparo de los desgraciados.

Deberes generales del ciudadano

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán

A la verdad, el estudio de los derechos y deberes del ciudadano entra de lleno en la práctica de la enseñanza general, sobre todo, cuando se trata de los principios fundamentales que deben guiar al hombre a través de su existencia política y social. Los preceptores son pues, los llamados en primer término a contribuir eficazmente en la propagación y comprensión de los principios consignados en nuestra legislación por medio de breves y claras explicaciones que elevando la razón individual hacia materia tan importante, comiencen a formar desde las aulas a los que más tarde intervendrán en la administración del Estado. La enseñanza de los derechos y deberes del hombre se deriva del principio fundamental de la institución de la escuela, que es la formación de buenos ciudadanos.

El conocimiento del derecho positivo es necesario para toda asociación democrática que, como la nuestra, tiene que tomar participio más o menos activo en todas las manifestaciones del sufragio universal, de las garantías individuales y de otros derechos imprescriptibles de que todo ciudadano debe tener un conocimiento más o menos completo.

Es necesario dar al alumno ideas claras sobre el mecanismo y organización del gobierno, de la administración de justicia, atribuciones de los supremos poderes, de las autoridades subalternas, garantías individuales, nociones de derecho político, igualdad civil, ley del trabajo, santidad de la familia, de la propiedad, entre otros.

1°.- A la cabeza de los deberes debe colocarse la obligación de observar y respetar la ley. Ese respeto es lo que constituye la fuerza y esplendor de la nación. Gracias al cumplimiento de estos dos preceptos, se hace efectivo el goce del derecho, la seguridad del comercio y de la industria, el fácil cumplimiento de todos los deberes. Está, pues, en el interés general, que todo ciudadano observe fielmente la ley, pues que así están garantizados los más caros intereses de la Nación. Las infracciones de la ley son traiciones al bien público, son la anarquía, el despotismo, el motín latente o en acción.

2°.- Hay deber fiscal, que es la obligación de pagar los impuestos establecidos por la ley, para que el Estado pueda administrar los servicios públicos. Sustraerse a este deber es quitarle al Estado los recursos que debe emplear en favor de la comunidad, estancar la fuente de todo progreso.

3°.- Está el deber militar, porque la Nación tiene necesidad de defensores; tiene derecho de pedir a sus hijos las cargas del servicio militar que, equitativamente organizado, llena su alta misión civilizadora, basado como está, en el sentimiento del honor y del amor patrio.

4°.- Está el deber electoral, ingente función, pues los intereses de la Nación están en manos de los elegidos del pueblo que toman asiento en los Congresos, en los Consejos municipales, en la magistratura, y por eso el elector debe tener conciencia clara de la honradez, idoneidad, fidelidad de sus mandatarios, dando un voto libre e ilustrado.

5°.- Está el deber escolar, por el que los padres de familia deben vigilar que sus hijos aprovechen la educación que les da el Estado con el interés que inspira esa primera y más importante función social. Educar es prosperar, favorecer el desarrollo intelectual, físico y moral de los futuros ciudadanos, a fin de que la sociedad pueda más tarde emplear todas las fuerzas sociales que se deriven de la instrucción. Educar es civilizar, y por tanto, todos tienen el deber de instruirse para que puedan cumplir mejor sus deberes de ciudadanos y cooperar en todo sentido al engrandecimiento nacional, que es una de las formas más augustas del patriotismo.

6°.- Entre los deberes generales está el de desempeñar los empleos públicos a que sean llamados los ciudadanos. El deber de los empleados públicos radica en el exacto cumplimiento de las funciones que les han sido confiadas. En la categoría de los deberes de esta clase hay que deslindar dos condiciones: una que se refiere al buen desempeño de sus funciones, y otra que se relaciona con su conducta disciplinaria respecto a sus Jefes y esta está supeditada a los deberes sociales en general, y su infracción implica una sanción penal.

La función del empleado es personal y directa respeto al cargo que ejerce. El desempeño de esa función es plena en toda la esfera que le corresponde, sin poderla abandonar, salvo el permiso de la superioridad. La buena conducta del empleado da mayor realce a su autoridad, al respeto que debe a sus Jefes jerárquicos, al decoro de la persona, a la moderación y atenciones que son debidas al público que concurren a las oficinas administrativas, evitando los tonos destemplados y los desplantes de ciertos empleados que hacen mal uso de su posición y se atraen así antipatías y censuras. En los detalles de los deberes del funcionario público, se comprende el de la correspondencia administrativa, en la cual no le es permitido, en razón de su cargo, participar en actos que implican infracciones legales de interés particular, de orden público o de carácter constitucional. Debe estar muy lejos del prevaricato y de la infidencia, de la violación de secretos, denegación de justicia, fraude, negociaciones turbias, en fin, todo lo cual atrae graves responsabilidades que serán deducidas por los funcionarios respectivos.

Respecto a los cargos gratuitos, como los concejiles, éstos son honorarios, obligatorios y gratuitos (no existen en la actualidad); y es aquí, justamente, donde se pone a prueba el patriotismo, porque si bien es cierto que estos empleados dedican su tiempo a la labor administrativa sin estipendio alguno, mayor honra y satisfacción debe producirles dedicar sus capacidades y energías al servicio de las poblaciones que son fragmentos del todo patria.


martes, 16 de febrero de 2016

Haz a los demás todo lo que quieres que te hagan a ti.

Comparto la siguiente narración por la enseñanza moral que de ella se deriva, siempre y cuando se realice la correspondiente reflexión e interiorización del conocimiento.

"Era una familia formada por el padre, la madre y un hijo. Después del fallecimiento del padre, el hijo llevó a su madre a un asilo. El hijo sin paciencia para darle atención a su anciana madre, y deseoso de aprovechar la vida; justificando su acción en la falta de tiempo, la visitaba muy de vez en cuando.

Un día el hijo recibió una llamada del asilo. Le informaron que su madre se estaba muriendo; fue corriendo para verla antes de que falleciera. Al llegar el hijo, preguntó a su madre:

- ¿Deseas que haga algo por ti madre?

La madre contestó:

- Quiero que coloques ventiladores en el asilo, porque aquí no tienen. También quiero que compres refrigeradoras, para que la comida no se dañe más. Muchas veces a lo largo de estos años, dormí sin probar alimento.

El hijo muy sorprendido y aturdido, le dijo:

- Madre, hasta ahora me estás pidiendo estas cosas, precisamente cuando estás a punto de morir; ¿por qué no me lo pediste antes?

La madre con mucha tristeza, le miró profundamente y respondió:

- Hijo mío, me acostumbre a vivir con hambre y calor, pero quiero que compres esas cosas, porque tengo miedo que tú no te acostumbres a este sitio cuando estés viejo y tus hijos te coloquen aquí".

lunes, 15 de febrero de 2016

Espíritu de familia. Orden en la casa.

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán

El espíritu de familia lo forma esa vida dulce, tranquila y ordenada que solo se encuentra en el seno del hogar; es esa paz inalterable que debe reinar en él, y donde los padres son los patriarcas de ese cielo en que viven los niños que son los ángeles; es ese lugar donde nacimos, donde están todas las reminiscencias de nuestra infancia; es esa casita blanca rodeada de perfumadas flores, de aves enamoradas, de cantos de alegría, de frutos almibarados, de sol deslumbrante durante el día e iluminada por las estrellas del cielo durante la noche; es decir, el nido de los sentimientos del corazón, de las virtudes del alma que nos acercan a Dios y que marcan nuestro destino en el camino de la vida. (Concepción poética del ambiente en familia. En lo que se refiere al entorno natural, poco queda en nuestro deforestado país.)

El espíritu de familia lo forma esa noble genealogía de amores y recuerdos, de esperanzas y placeres de la infancia que nunca se olvidan; lo forma esa primera escuela del hogar que ampara y favorece las primeras dulces enseñanzas de la madre, los consejos del padre. Y luego, cuando los hijos llegan a ser hombres, esa dicha de inclinar reverente la cerviz ante la majestad de una cabeza cana, de besar la frente venerable de una madre, de una esposa amante, y estrechar contra el pecho las cabecitas rubias de los ángeles del hogar, como bálsamo de vida que la Providencia nos envía desde el cielo. Los hijos llegan a la edad de abrazar un campo más extenso a sus actividades y entran en posesión de una carrera o de un oficio.

La hija se recoge todavía en el seno del hogar, bajo los pliegues del maternal cariño, a sentir el calor de la familia y la santa meditación del porvenir. Pero pasan las horas de la adolescencia, y la hija de familia pasa también el umbral de ese hogar para realizar su definitivo destino como esposa y madre (actualmente también como profesional), augustas funciones que la hacen digna de todos los merecimientos y atenciones. Pero el abandonar así los lazos queridos, ellos, los hijos, lleva en sí el sentimiento del deber, y en la conciencia los rayos de la verdad y del bien. Y todavía, en las postrimerías de la vida no se olvida el antiguo hogar solariego, cuando los hijos ya viejos y valetudinarios vuelven hacia él la mirada entristecida por los recuerdos, hacia ese cementerio de los corazones, que al fin, nos ha permitido llegar al sepulcro llevando con nosotros los últimos fulgores de la familia, mezclados con las esperanzas del cielo.

El amor al orden en la casa es un factor importante en el mecanismo de la economía doméstica. El método consiste en dividir el tiempo del mismo modo como se hacen los establecimientos de enseñanza. A cada ocupación corresponde una hora determinada. Distribúyase el trabajo de los servicios y de los sirvientes sin distraerlos de él para ocuparlos en otra cosa, adoptando un sistema uniforme de acción a las mismas horas.

La idea del orden, puesta en práctica, puede decirse que es la mitad del bienestar de la casa. La vista se reposa, con placer en un hogar donde reina la simetría y el buen gusto, en donde todo se halla en aseo y buen orden; y por eso admiramos esos hogares en donde impera el trabajo y la actividad que todo lo alienta y vivifica para crear la prosperidad de la familia y los dulces goces del hogar.

Una sociedad tan solidaria del bien como debe ser la familia ha de apoyarse en las inapreciables ventajas que traen el orden y la economía. El orden y la limpieza prueban hábitos regulares y dan idea del espíritu de cultura del hombre.

Los amos (palabra que ha desaparecido nada más en teoría) de casa deben manifestar a sus sirvientes cariño, tolerancia y apacibilidad, y proceder con ellos con justicia, evitando las órdenes altivas, hablarles con calma y sin orgullo, puesto que son seres racionales dignos de amor y consideraciones; así es como se obtiene que los sirvientes (a lo mejor haya sido reemplazada por algún eufemismo), establecida la confianza en ellos, sean muchas veces los mejores amigos y consejeros de la familia.




http://reflexionesvillalta.blogspot.com/p/distribucion-de-roles-en-la-familia_13.html
http://valoresvillalta.blogspot.com/2016/02/deberes-generales-del-ciudadano.html

Obligaciones filiales

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Probablemente, el pensamiento del Dr. Guzmán, parezca anticuado y hasta risible para nuestra civilizada sociedad del siglo XXI; sin embargo, hagamos un esfuerzo por leer sus palabras; tal vez encontremos el conocimiento que llevado a la práctica sea el antídoto que nos permita salvar nuestro mundo. [1]

La familia no solo es un conjunto de personas que viven reunidas por el azar de nacimiento, sino esa comunidad de almas, encargadas de hacer más perfecta y útil la vida del hogar. El padre se afana por mantenerlo próspero y atrayente; la madre cuida a cada instante de los pequeños, protege su debilidad e inocencia, les inculca los primeros rudimentos del saber, vigila su conducta más tarde, los lleva al templo para adorar a Dios e infundirles las verdades religiosas; los vela en sus enfermedades con el más solícito cuidado; les inculca lecciones de virtud, de dignidad, de justicia, de cordura y economía; los consuela en sus penas y los acompaña en sus goces; y más tarde, ya más entrados en la vida, coloca a los varones para que ganen su vida honradamente, y por el matrimonio eleva a las hijas al rango de matronas para que den lustre a la sociedad. ¡Cuánta debe ser, pues, la gratitud de los hijos hacia los autores de sus días por tantos desvelos y sacrificios hechos por ellos! En todas las circunstancias de la vida deben considerarlos como los seres más dignos y venerables, rodearlos de todas las consideraciones y respeto, prodigarles todos los cuidados y consuelos en los días de desgracia o enfermedad. La piedad ilustrada, esa que recuerda los dolores ajenos y reflexiona sobre la obra santa de hacer el bien, nos está diciendo, que los primeros en nuestro corazón y en nuestro espíritu deben ser nuestros padres; que debemos amarlos hasta el sacrificio, que debemos engrandecer sus obras y su nombre, y que su memoria, si brilla en la historia, debemos guardarla en el corazón como una dulce religión que hemos de trasmitir a los demás.

Un hijo bien educado no debe emprender nada sin consultar con sus padres, pues ellos, por las luces de la ciencia, por el conocimiento de los hombres y de las costumbres, por su experiencia, están en aptitud sobrada de velar por los intereses y felicidad de los hijos. Nuestro respeto y obediencia deben ser profundos y esta última no debe tener límites sino los señalados por la razón y la moral, pues la desobediencia, además de ser una falta grave, nos traerá tarde o temprano los más amargos remordimientos y los más grandes desengaños. Por la desobediencia desconocemos la autoridad paterna matando el amor y el cariño, establecemos la rebeldía que anula todo lo santo y bueno que debe existir en el hogar, damos entrada a la discordia que destroza la solidaridad y el amor entre los hermanos, dándoles pésimo ejemplo de deslealtad, aminorando ese celo que debe reinar en la familia para ayudarse mutuamente y para que el hogar represente ese seno de concordia, que es el alma de todas las buenas obras, la amplitud del amor y el deber.

Si el nombre, la persona o la memoria de nuestros padres son ya cosas tan sagradas y estimables ante las cuales debemos quemar incienso; en grado inferior, pero siempre digno y constante debemos tributar a nuestros mayores de la familia, a nuestros caros abuelos, esos primeros eslabones del árbol genealógico de la familia, nuestro respeto, amor y consideraciones. Tanto más, que la veneración se impone hacia esos seres que van bajando los últimos peldaños de la vida, hacia la noble y majestuosa vejez, esa que lleva cubierta la cabeza con los rizos blancos de los años, que vive más la vida de ultratumba que la de los demás mortales, y que nos revela un sentimiento natural e irresistible de respeto, algo de sagrado que nos inspira la idea de la inmortalidad.


[1] Cursivas personales

martes, 12 de enero de 2016

Paternidad y maternidad

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Los padres deben cuidar y atender desde la cuna la educación de los hijos; de ahí se deducen los títulos de los padres que proceden de los derechos y deberes que les señalan las leyes de la naturaleza y las de las naciones. Pero, cuando por el pensamiento se evoca el personaje maternal, irresistiblemente se graba en la mente el recuerdo de todos los beneficios, el desprendimiento y abnegación que son inherentes a este nombre e inspiran tal respeto que no se vacila un momento para acordarle todos los derechos a que es acreedora la madre. Derechos que se inician desde la cuna del nuevo ser hasta que lo educa progresivamente; actos importantes que por ley de lo creado le concede igual parte a la del padre en la creación de su posteridad.

En la naturaleza moral es donde se revela en toda su plenitud y esplendor este título de la maternidad. Ningún padre puede elevarse a la altura de la madre en la ternura y abnegación; y sin desmerecer el afecto paternal que existe muchas veces, en la madre nunca falta y es parte integrante de su vida. Cuando un hijo muere, el padre llora, pero el tiempo desvanece este dolor; para la madre es herida que no cura nunca. Ni el trascurso del tiempo, ni las desgracias de la fortuna, ni las mayores calamidades harán olvidar a una madre las desgracias del hijo. Así, pues, Dios ha asignado a la maternidad en esta parte un papel tan preponderante que le da la supremacía en la familia.

Quedan al padre los deberes de orden económico y social que robustecen su autoridad, todos los elementos de la vida exterior del hogar, el tacto y poder para dirigir al hijo en las relaciones sociales, el poder de ampararle en todos los trances, y sobre todo de procurarle una educación completa y adecuada. Ambos títulos, paternidad y maternidad, se igualan, se ponderan eficazmente para el mejor gobierno de la familia. La autoridad paterna no se verá por esto disminuida, si ella se penetra de lo noble que es asociar su esfuerzo al de su compañera para amar más al hijo, para realizar mejor las esperanzas de su porvenir, para fortificarlo en sus deberes y sentimientos.

Deberes propios de la maternidad. El amor a la descendencia es el sentimiento más puro y santo. No podía ser de otro modo, ni el hombre podrá desconocer el eterno agradecimiento que debe a aquella mujer que lo alimentó con su propia sangre. De allí ese amor sin límites hacia la madre que más tarde se convierte en una dulce religión. Desde que nace el niño el amor al hijo ocupa todos los instantes de la mujer: le procura los primeros cuidados aconsejados por la ciencia, le viste, rodea su sueño de calma, le evita las influencias exteriores, y a poco, le da su seno para alimentarle. 

La lactancia natural, es decir, la leche de la madre dada al niño es infinitamente preferible, porque es el alimento preparado por la naturaleza para él y cuya composición se adapta a su nutrición mejor que la de cualquier otro animal. La estadística comprueba que todos los niños débiles alimentados con el biberón sucumben de inanición durante los primeros tiempos; mientras que los alimentados al seno de la madre resisten ventajosamente y pasan bien los días difíciles de la primera infancia. Para que la lactancia sea más favorable es necesario atender a la buena salud de la madre y a su alimentación sana, substancial y regulada, lo que dará una leche de buena calidad, propia para alimentar al niño. Comenzada la lactancia natural o artificial, se va, progresivamente, administrando al niño alimentos más nutritivos en relación con: su edad; y una vez practicado el destete, con la aparición de los dientes, se seleccionan alimentos más confortantes.

Los pulmones en esta época de la vida son de una grande actividad; la respiración tiene más amplitud; la calorificación más intensa, y por tanto, toda precaución respecto a los resfríos y corrientes de aire debe tenerse muy presente. Aparecidos los dientes, suelen observarse, en algunos niños, varios accidentes nerviosos que alteran la salud, cierta irritabilidad nerviosa, disturbios gástricos, a veces convulsiones. En todos estos casos las medicinas caseras y, en su defecto, la presencia del facultativo, es necesaria.

Deber de educar a los hijos. Cuando el niño ha llegado a los 7 u 8 años es indispensable escoger para él un buen preceptor a domicilio, si para ello hay recursos, o un colegio de merecida reputación.

La indolencia de los padres, la tolerancia en todo con los niños que aún a los doce y catorce años vagan por calles y plazas no reconocen límites; y siempre, o casi siempre es la madre la causa de esas concesiones inconvenientes que más tarde procuran tristes desengaños. Respecto a las niñas, es la atmósfera de ocio en la que se las deja flotar, la causa del tedio y repulsión a las ocupaciones.

Si en los albores de la infancia se hubiesen destruido los malos hábitos; si se hubiesen corregido las pasiones desordenadas; si no se hubiesen prodigado mimos y consentimientos, de seguro la obediencia, el respeto, la gratitud hubiera sido el ornato de sus hijos. Pero no, (y que me perdonen las madres lo agrio y cierto de estas verdades) se celebran hasta los chistes burdos y los deslices más descorteses, disculpándolo todo con la edad, como si el niño no fuera como esas tiernas plantas que desde que nacen se deben enderezar. La trivialidad marcha así a la par de los malos propósitos, gracias a esas concesiones imprudentes de las madres, que son para los niños las puertas abiertas a todos los caprichos y locuras. Pésimo sistema que de seguro llevará más tarde la desgracia y el vilipendio a la familia, teniendo en la casa la calamidad de los hijos malcriados y consentidos.

La elección de un buen preceptor o preceptora es indispensable y no fácil cosa entre nosotros. En manos del preceptor vamos a encomendar lo que tiene de más caro el corazón: la ventura de los hijos, el buen nombre de la familia, la formación de hombres útiles, propagadores de la verdad y del progreso. Ese humilde preceptor que tantas veces pasa desapercibido es el que debe trasmitir la verdad, el saber, la virtud, las buenas costumbres. El maestro es un santo y paciente misionero que va por la inculta tierra de la inteligencia a la redención de los espíritus.

Los padres deben ser ejemplos palpitantes de cultura y honradez, de magnanimidad, de prudencia, de justicia. El hogar debe ser la escuela del carácter. Preceptos y consejos deben traerse a cada instante, siguiendo la forma objetiva, para excitar la impresionabilidad del niño y hacerlo respetuoso y obediente, cualquiera que sea el rango que ocupe en la sociedad.