UNIDAD CENTROAMERICANA
domingo, 28 de febrero de 2016
viernes, 26 de febrero de 2016
Deberes de caridad
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Nada hay que perfeccione más al hombre que ese sentimiento grandioso que
se llama amor. Nada hay que le santifique más, que el espíritu de caridad. Cuando
la aurora rasga su manto de luz y nos presenta un anciano enfermo, un débil
niño, un menesteroso cargado de andrajos y miseria, del fondo del firmamento parece
descender sobre ellos una hada encantadora coronada de estrellas, llena de
ingentes dones y de religioso silencio: es la caridad. Porque la caridad es luz
vivificante que hace evaporar las lágrimas del sufrimiento que suben al cielo
como mudo testimonio del dolor sobre la tierra, como una plegaria de los que
sufren trasmitida a Dios por la voz de los ángeles. En el orden de la
perfección la caridad es superior a la fe y a la esperanza, porque estas virtudes
no son más que las alas de la caridad, en la que brilla el pensamiento divino.
Por eso ha descendido del cielo para fortalecer el corazón del hombre y le ha
inspirado esos esfuerzos generosos que bajo la forma de fiestas mundanas, de
visitas domiciliarias, de asilos, hospicios y hospitales son el alivio poderoso
de nuestros semejantes. La caridad se abre paso a través de la tierra y llega
al dolorido seno de todos los pueblos como un océano luminoso, cuyas aguas
redentoras inundan de amor todos los corazones, consuelan y alivian las almas
desfallecidas, las esperanzas muertas, los estragos de la miseria.
Ella es mensajera divina que se acerca a todos, los que lloran y les
reparte esperanza y alegría; ella lleva las gracias que el Señor envía a los
tristes que moran en la tierra y conforta al moribundo que exhala sus últimos
suspiros; da de beber al sediento, de comer al hambriento, salud al enfermo,
ropa al desnudo, descanso al peregrino, libertad al preso, tumba al muerto, luz
al ignorante, fortaleza a la razón, correctivo a los errores, consejo al
ignorante, perdón a la injuria, y eleva a Dios por todos la plegaria. El que ejerce
este sublime sacerdocio, recoge en la tierra las bendiciones de los hombres, y
en el cielo, el amor de Dios, porque la caridad es la sublime identidad de Dios
con el alma de la humanidad.
Por eso brilla la caridad, como fúlgida estrella, sobre la frente de la
mujer piadosa; por eso nuestras madres, santas ya por su misión sobre la
tierra, están rodeadas por esa estela luminosa que dirige al virtuoso y le ata
al cielo con esa maravillosa cadena tendida sobre el curso infinito de los
siglos.
La limosna es una de las formas de la caridad y la oración en práctica.
Es el rédito de nuestro capital en el cielo, y, como decía el gran Fenelón, es
letra de cambio sobre la eternidad, que allá encontraremos pagadera a la vista.
El hombre siempre mira la mano con que da y da lo necesario; la mujer da lo
necesario y da también su corazón.
La solidaridad humana es una prueba evidente de que la virtud crece y se
desarrolla fecunda en el corazón humano. Gracias a ella se construyen
hospitales, hospicios, dispensarios y asilos en donde la beneficencia pública
asiste, cura y enseña a los desvalidos; la caridad privada reparte limosnas, vestidos,
medicinas, alimentos y practica visitas domiciliarias a los pobres; funda
sociedades de socorro. Sala-cunas, Gotas de leche que multiplican sus obras de misericordia
sin buscar gloria ni honores, sino la aspiración espontánea del corazón,
confortando a todos con su afecto inteligente y caritativo. Si la infancia está
protegida por los esfuerzos de la caridad, también ha dirigido su mirada hacia
la ancianidad provecta, enferma y desvalida, hospitalizando a los ancianos en
establecimientos cómodos e higiénicos, donde los viejos encuentran generoso
abrigo y sustento en las postrimerías de su tormentosa vida.
Deberes generales del ciudadano
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
A la verdad, el estudio de los derechos y deberes del ciudadano entra de
lleno en la práctica de la enseñanza general, sobre todo, cuando se trata de
los principios fundamentales que deben guiar al hombre a través de su
existencia política y social. Los preceptores son pues, los llamados en primer
término a contribuir eficazmente en la propagación y comprensión de los
principios consignados en nuestra legislación por medio de breves y claras
explicaciones que elevando la razón individual hacia materia tan importante,
comiencen a formar desde las aulas a los que más tarde intervendrán en la
administración del Estado. La enseñanza de los derechos y deberes del hombre se
deriva del principio fundamental de la institución de la escuela, que es la
formación de buenos ciudadanos.
El conocimiento del derecho positivo es necesario para toda asociación
democrática que, como la nuestra, tiene que tomar participio más o menos activo
en todas las manifestaciones del sufragio universal, de las garantías
individuales y de otros derechos imprescriptibles de que todo ciudadano debe
tener un conocimiento más o menos completo.
Es necesario dar al alumno ideas claras sobre el mecanismo y
organización del gobierno, de la administración de justicia, atribuciones de
los supremos poderes, de las autoridades subalternas, garantías individuales,
nociones de derecho político, igualdad civil, ley del trabajo, santidad de la
familia, de la propiedad, entre otros.
1°.- A la cabeza de los deberes debe colocarse la obligación de observar
y respetar la ley. Ese respeto es lo que constituye la fuerza y esplendor de la
nación. Gracias al cumplimiento de estos dos preceptos, se hace efectivo el goce
del derecho, la seguridad del comercio y de la industria, el fácil cumplimiento
de todos los deberes. Está, pues, en el interés general, que todo ciudadano
observe fielmente la ley, pues que así están garantizados los más caros
intereses de la Nación. Las infracciones de la ley son traiciones al bien
público, son la anarquía, el despotismo, el motín latente o en acción.
2°.- Hay deber fiscal, que es la obligación de pagar los impuestos
establecidos por la ley, para que el Estado pueda administrar los servicios
públicos. Sustraerse a este deber es quitarle al Estado los recursos que debe
emplear en favor de la comunidad, estancar la fuente de todo progreso.
3°.- Está el deber militar, porque la Nación tiene necesidad de
defensores; tiene derecho de pedir a sus hijos las cargas del servicio militar
que, equitativamente organizado, llena su alta misión civilizadora, basado como
está, en el sentimiento del honor y del amor patrio.
4°.- Está el deber electoral, ingente función, pues los intereses de la
Nación están en manos de los elegidos del pueblo que toman asiento en los
Congresos, en los Consejos municipales, en la magistratura, y por eso el elector
debe tener conciencia clara de la honradez, idoneidad, fidelidad de sus
mandatarios, dando un voto libre e ilustrado.
5°.- Está el deber escolar, por el que los padres de familia deben
vigilar que sus hijos aprovechen la educación que les da el Estado con el
interés que inspira esa primera y más importante función social. Educar es
prosperar, favorecer el desarrollo intelectual, físico y moral de los futuros
ciudadanos, a fin de que la sociedad pueda más tarde emplear todas las fuerzas
sociales que se deriven de la instrucción. Educar es civilizar, y por tanto,
todos tienen el deber de instruirse para que puedan cumplir mejor sus deberes
de ciudadanos y cooperar en todo sentido al engrandecimiento nacional, que es
una de las formas más augustas del patriotismo.
6°.- Entre los deberes generales está el de desempeñar los empleos
públicos a que sean llamados los ciudadanos. El deber de los empleados públicos
radica en el exacto cumplimiento de las funciones que les han sido confiadas. En
la categoría de los deberes de esta clase hay que deslindar dos condiciones:
una que se refiere al buen desempeño de sus funciones, y otra que se relaciona
con su conducta disciplinaria respecto a sus Jefes y esta está supeditada a los
deberes sociales en general, y su infracción implica una sanción penal.
La función del empleado es personal y directa respeto al cargo que
ejerce. El desempeño de esa función es plena en toda la esfera que le
corresponde, sin poderla abandonar, salvo el permiso de la superioridad. La
buena conducta del empleado da mayor realce a su autoridad, al respeto que debe
a sus Jefes jerárquicos, al decoro de la persona, a la moderación y atenciones
que son debidas al público que concurren a las oficinas administrativas, evitando
los tonos destemplados y los desplantes de ciertos empleados que hacen mal uso
de su posición y se atraen así antipatías y censuras. En los detalles de los deberes
del funcionario público, se comprende el de la correspondencia administrativa,
en la cual no le es permitido, en razón de su cargo, participar en actos que
implican infracciones legales de interés particular, de orden público o de
carácter constitucional. Debe estar muy lejos del prevaricato y de la
infidencia, de la violación de secretos, denegación de justicia, fraude,
negociaciones turbias, en fin, todo lo cual atrae graves responsabilidades que
serán deducidas por los funcionarios respectivos.
Respecto a los cargos gratuitos, como
los concejiles, éstos son honorarios, obligatorios y gratuitos (no existen en la actualidad); y es
aquí, justamente, donde se pone a prueba el patriotismo, porque si bien es
cierto que estos empleados dedican su tiempo a la labor administrativa sin
estipendio alguno, mayor honra y satisfacción debe producirles dedicar sus
capacidades y energías al servicio de las poblaciones que son fragmentos del todo
patria.
martes, 16 de febrero de 2016
Haz a los demás todo lo que quieres que te hagan a ti.
Comparto la siguiente narración por la enseñanza moral que de ella se deriva, siempre y cuando se realice la correspondiente reflexión e interiorización del conocimiento.
"Era una familia
formada por el padre, la madre y un hijo. Después del fallecimiento del padre,
el hijo llevó a su madre a un asilo. El hijo sin paciencia para darle atención
a su anciana madre, y deseoso de aprovechar la vida; justificando su acción en
la falta de tiempo, la visitaba muy de vez en cuando.
Un día el hijo
recibió una llamada del asilo. Le informaron que su madre se estaba muriendo;
fue corriendo para verla antes de que falleciera. Al llegar el hijo, preguntó a
su madre:
- ¿Deseas que
haga algo por ti madre?
La madre
contestó:
- Quiero que coloques
ventiladores en el asilo, porque aquí no tienen. También quiero que compres
refrigeradoras, para que la comida no se dañe más. Muchas veces a lo largo de
estos años, dormí sin probar alimento.
El hijo muy
sorprendido y aturdido, le dijo:
- Madre, hasta
ahora me estás pidiendo estas cosas, precisamente cuando estás a punto de
morir; ¿por qué no me lo pediste antes?
La madre con
mucha tristeza, le miró profundamente y respondió:
- Hijo mío, me acostumbre
a vivir con hambre y calor, pero quiero que compres esas cosas, porque tengo
miedo que tú no te acostumbres a este sitio cuando estés viejo y tus hijos te
coloquen aquí".
lunes, 15 de febrero de 2016
Espíritu de familia. Orden en la casa.
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El espíritu de familia lo forma esa vida dulce, tranquila y ordenada que
solo se encuentra en el seno del hogar; es esa paz inalterable que debe
reinar en él, y donde los padres son los patriarcas de ese cielo en que viven
los niños que son los ángeles; es ese lugar donde nacimos, donde están todas
las reminiscencias de nuestra infancia; es esa casita blanca rodeada de perfumadas
flores, de aves enamoradas, de cantos de alegría, de frutos almibarados, de sol
deslumbrante durante el día e iluminada por las estrellas del cielo durante la
noche; es decir, el nido de los sentimientos del corazón, de las virtudes del
alma que nos acercan a Dios y que marcan nuestro destino en el camino de la
vida. (Concepción
poética del ambiente en familia. En lo que se refiere al entorno natural,
poco queda en nuestro deforestado país.)
El espíritu de familia lo forma esa noble genealogía de amores y
recuerdos, de esperanzas y placeres de la infancia que nunca se olvidan; lo
forma esa primera escuela del hogar que ampara y favorece las primeras dulces
enseñanzas de la madre, los consejos del padre. Y luego, cuando los hijos
llegan a ser hombres, esa dicha de inclinar reverente la cerviz ante la
majestad de una cabeza cana, de besar la frente venerable de una madre, de una
esposa amante, y estrechar contra el pecho las cabecitas rubias de los ángeles
del hogar, como bálsamo de vida que la Providencia nos envía desde el cielo.
Los hijos llegan a la edad de abrazar un campo más extenso a sus actividades y entran
en posesión de una carrera o de un oficio.
La hija se recoge todavía en el seno del hogar, bajo los pliegues del
maternal cariño, a sentir el calor de la familia y la santa meditación del
porvenir. Pero pasan las horas de la adolescencia, y la hija de familia pasa
también el umbral de ese hogar para realizar su definitivo destino como esposa
y madre (actualmente también como profesional), augustas funciones que la hacen digna de todos los merecimientos y
atenciones. Pero el abandonar así los lazos queridos, ellos, los hijos, lleva
en sí el sentimiento del deber, y en la conciencia los rayos de la verdad y del
bien. Y todavía, en las postrimerías de la vida no se olvida el antiguo hogar
solariego, cuando los hijos ya viejos y valetudinarios vuelven hacia él la
mirada entristecida por los recuerdos, hacia ese cementerio de los corazones,
que al fin, nos ha permitido llegar al sepulcro llevando con nosotros los
últimos fulgores de la familia, mezclados con las esperanzas del cielo.
El amor al orden en la casa es un factor importante en el mecanismo de
la economía doméstica. El método consiste en dividir el tiempo del mismo modo
como se hacen los establecimientos de enseñanza. A cada ocupación corresponde
una hora determinada. Distribúyase el trabajo de los servicios y de los
sirvientes sin distraerlos de él para ocuparlos en otra cosa, adoptando un
sistema uniforme de acción a las mismas horas.
La idea del orden, puesta en práctica, puede decirse que es la mitad del
bienestar de la casa. La vista se reposa, con placer en un hogar donde reina la
simetría y el buen gusto, en donde todo se halla en aseo y buen orden; y por
eso admiramos esos hogares en donde impera el trabajo y la actividad que todo
lo alienta y vivifica para crear la prosperidad de la familia y los dulces
goces del hogar.
Una sociedad tan solidaria
del bien como debe ser la familia ha de apoyarse en las inapreciables ventajas
que traen el orden y la economía. El orden y la limpieza prueban hábitos
regulares y dan idea del espíritu de cultura del hombre.
Los amos (palabra que ha
desaparecido nada más en teoría) de casa deben manifestar a sus sirvientes cariño,
tolerancia y apacibilidad, y proceder con ellos con justicia, evitando las
órdenes altivas, hablarles con calma y sin orgullo, puesto que son seres
racionales dignos de amor y consideraciones; así es como se obtiene que los sirvientes
(a lo mejor haya sido reemplazada por algún
eufemismo), establecida la confianza en ellos, sean muchas veces los
mejores amigos y consejeros de la familia.
http://reflexionesvillalta.blogspot.com/p/distribucion-de-roles-en-la-familia_13.html
http://valoresvillalta.blogspot.com/2016/02/deberes-generales-del-ciudadano.html
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Obligaciones filiales
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Probablemente, el
pensamiento del Dr. Guzmán, parezca anticuado y hasta risible para nuestra
civilizada sociedad del siglo XXI; sin embargo, hagamos un esfuerzo por leer sus
palabras; tal vez encontremos el conocimiento que llevado a la práctica sea el
antídoto que nos permita salvar nuestro mundo. [1]
La familia no solo es un conjunto de personas que viven reunidas por el
azar de nacimiento, sino esa comunidad de almas, encargadas de hacer más
perfecta y útil la vida del hogar. El padre se afana por mantenerlo próspero y
atrayente; la madre cuida a cada instante de los pequeños, protege su debilidad
e inocencia, les inculca los primeros rudimentos del saber, vigila su conducta
más tarde, los lleva al templo para adorar a Dios e infundirles las verdades
religiosas; los vela en sus enfermedades con el más solícito cuidado; les
inculca lecciones de virtud, de dignidad, de justicia, de cordura y economía; los
consuela en sus penas y los acompaña en sus goces; y más tarde, ya más entrados
en la vida, coloca a los varones para que ganen su vida honradamente, y por el
matrimonio eleva a las hijas al rango de matronas para que den lustre a la sociedad.
¡Cuánta debe ser, pues, la
gratitud de los hijos hacia los autores de sus días por tantos desvelos y
sacrificios hechos por ellos! En todas las circunstancias de la vida deben considerarlos como los seres
más dignos y venerables, rodearlos de todas las consideraciones y respeto,
prodigarles todos los cuidados y consuelos en los días de desgracia o
enfermedad. La piedad ilustrada, esa que recuerda los dolores ajenos y
reflexiona sobre la obra santa de hacer el bien, nos está diciendo, que los primeros en nuestro corazón y en
nuestro espíritu deben ser nuestros padres; que debemos amarlos hasta el
sacrificio, que debemos engrandecer sus obras y su nombre, y que su memoria, si
brilla en la historia, debemos guardarla en el corazón como una dulce religión
que hemos de trasmitir a los demás.
Un hijo bien educado no debe emprender nada sin consultar con sus
padres, pues ellos, por las luces de la ciencia, por el conocimiento de los
hombres y de las costumbres, por su experiencia, están en aptitud sobrada de velar
por los intereses y felicidad de los hijos. Nuestro respeto y obediencia deben
ser profundos y esta última no debe tener límites sino los señalados por la
razón y la moral, pues la desobediencia, además de ser una falta grave, nos
traerá tarde o temprano los más amargos remordimientos y los más grandes
desengaños. Por la desobediencia desconocemos la autoridad paterna matando el
amor y el cariño, establecemos la rebeldía que anula todo lo santo y bueno que
debe existir en el hogar, damos entrada a la discordia que destroza la
solidaridad y el amor entre los hermanos, dándoles pésimo ejemplo de deslealtad,
aminorando ese celo que debe reinar en la familia para ayudarse mutuamente y
para que el hogar represente ese seno de concordia, que es el alma de todas las
buenas obras, la amplitud del amor y el deber.
Si el nombre, la persona o la memoria de nuestros padres son ya cosas
tan sagradas y estimables ante las cuales debemos quemar incienso; en grado
inferior, pero siempre digno y constante debemos tributar a nuestros mayores de
la familia, a nuestros caros abuelos, esos primeros eslabones del árbol genealógico
de la familia, nuestro respeto, amor y consideraciones. Tanto más, que la
veneración se impone hacia esos seres que van bajando los últimos peldaños de
la vida, hacia la noble y majestuosa vejez, esa que lleva cubierta la cabeza
con los rizos blancos de los años, que vive más la vida de ultratumba que la de los demás
mortales, y que nos revela un sentimiento natural e irresistible de respeto,
algo de sagrado que nos inspira la idea de la inmortalidad.
[1] Cursivas personales
sábado, 6 de febrero de 2016
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