UNIDAD CENTROAMERICANA
sábado, 5 de diciembre de 2015
viernes, 4 de diciembre de 2015
Calumnia, envidia, maledicencia, fraude, delación
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El puñal que abre ancha herida y arrebata la vida es cruel e infame;
pero el puñal que causa más daño persistente, más dolor, pena más intensa, es
el que en las sombras hiere el alma y blande la calumnia. Esta hiere a mansalva
la honra, entenebrece la vida de los seres, inocula como reptil su letal
veneno, y clava su zarpa en la indefensa víctima. La zarza espinosa arranca al
pasar el blanco vellón de las ovejas, y en las sendas escabrosas de la vida la
calumnia arranca el honor y vierte su aliento impuro sobre todo lo que enaltece
el espíritu y eleva el corazón.
Amor, virtud, amistad, genio, saber, abnegación, heroísmo, inocencia,
nada vale a sus ojos, y clava su saeta envenenada en un Dios que redimió al mundo,
en un Dante que condujo al destierro, en Aristóteles que tuvo que envenenarse
para libertarse de sus calumniadores. Heráclito se retiró a los bosques para
librarse del odio y calumnias de sus conciudadanos; Bacón fue tratado de Brujo
y Petrarca odiado por sus versos; Descartes huyó a Holanda por sus ideas
filosóficas, y Sócrates tomó la cicuta por sus virtudes que sus enemigos
declaraban crímenes, y Anaxágoras encadenado por haber emitido una idea elevada
del Ser Supremo. Y así, la calumnia va azotando, como incendiaria tea, los
suntuosos palacios como la humilde choza del campesino, llevando a todos los
mortales el dolor, la tristeza y la ruina. Pero suena la hora de la redención,
llega el alba de la esperanza, y la verdad alumbra todos los senos del oprobio
que causó la calumnia y el vil calumniador dobla la cerviz ante la justicia
divina.
La maledicencia es hija legítima de la calumnia; es la murmuración, deleite
de las almas bajas, para las que desollar al prójimo, es una necesidad vital.
Para ganar méritos que no tiene, se apoya en la envidia y la venganza; es como
esas bolas de nieve que de débil copo que eran cuando comienzan a rodar, se
tornan al final en esas masas que aplastan cuanto encuentran.
No hay que creer que la maledicencia solo exista en la palabra; está en
una sonrisa burlona, en una mirada torva y malévola que dicen más por la duda
que inspiran y
muchas veces injuriosas. ¡Cuántas veces una mirada imprudente mancha una
frente pura, como una sonrisa aleve puede ser estigma de ignominia!
La murmuración es enemiga insidiosa que se alimenta lanzando palabras
mal intencionadas, términos indecisos, el vulgar «se dice» que hace un crimen o
una locura de una acción inofensiva o involuntaria. Es verdad que la ley moral
nos ordena que amemos al prójimo como a nosotros mismos, pero lo que es el
maldiciente con todo y catecismo le da a la humanidad contra una esquina.
La envidia es una innoble pasión que a modo de pólipo del organismo
moral, brota en las entrañas de las almas pequeñas, degenera en ellas toda
sensibilidad y amor, destruye el sujeto moral de la persona, perturbando todos los
resortes de la vida social y de la familia. La envidia atisba al mérito y a la
dignidad, a la virtud y a la belleza y aliada con la calumnia va por el mundo
sembrando la discordia y las penas, el egoísmo y la ignominia.
Cuando la estimación propia está basada en un principio de justicia,
cuando los méritos se presentan sin ostentación, entonces es un sentimiento
noble de nuestra naturaleza y las alabanzas deben recibirse con modestia.
Enseñemos, pues, a nuestra juventud a ser modesta y humilde.
El fraude o engaño es toda acción contraría a la verdad o a la rectitud.
Tiene por auxiliares a la mentira y a la intriga; y bien desgraciada es una
sociedad que se ve rodeada de gentes que anteponen a todo honor y a toda
justicia el engaño para acarrear pérdidas de dignidad y de dinero, y enciende
en los ánimos esa guerra de iras y represalias propias para perturbar el orden
de los negocios o las legítimas aspiraciones del mérito. Por eso lo que se predica
en nuestro medio ambiente, en relación con virtudes tan nobles como la
sinceridad y la probidad; está destinada a concluir con la industria del
fraude, que es la de los caballeros de industria, con la holgazanería de los
que quieren vivir de los otros, que es la industria de la pereza.
Delación. El punto se reduce, tratándose de escolares, a esta pregunta: ¿Tiene el
maestro el mismo derecho que un juez para obligar a que se le diga la verdad?
Casi todos los moralistas y pedagogos eminentes contestan categóricamente: el
maestro no goza de los mismos derechos del juez; el paralelo entre un
institutor y una Corte es falso. El maestro, pues, no puede compeler al alumno
a que cometida por un compañero debe ser el último recurso que toque, pues de
otro modo caería en la represión inquisitorial prohibida por la ley. Hay en la
palabra del maestro una fuerza que bien dirigida, puede mover los sentimientos de
hidalguía del escolar, para obligarle a decir la verdad y delate a un
compañero, ni puede castigarlo porque no habla. El maestro puede servirse de
otros medios para esclarecer la verdad; la insistencia directa a la denuncia de
una falta.
La chismografía es una peste que asola todos los buenos sentimientos,
crea odios, a veces dilatados, acostumbra al niño a la venganza. No es racional
ni humanitario hacer al alumno preguntas comprometedoras de su honor, en punto a
delatar a un compañero culpable, aún sabiéndolo. Es preferible para el maestro
eliminarse en todo asunto que involucre culpabilidad del alumno y excitar la
caballerosidad de los escolares para que ellos mismos castiguen al que ha
procurado eludir la responsabilidad. Es decir, no mentir, ni delatar es una
clase de ética que se da en la muy famosa escuela militar de West Point (EE.
UU. De América.)
Del punto de vista político me atengo en un todo a la opinión del
ilustre y digno Presidente del Ecuador, General Leónidas Plaza: «Quiero que
sepa, señor Gobernador, que durante el período de mi mando en el Ecuador no
habrá policía secreta en su ruin aspecto inquisitorial de perenne espionaje y
delación continua: dos grandes inmoralidades que manchan a los Gobiernos y
crean conflictos sociales, cuya amargura hemos paladeado en repetidas
ocasiones.»
jueves, 3 de diciembre de 2015
Sócrates…un mensaje para los correveidile
Observación: No tengo conocimiento cierto, en relación al autor del diálogo siguiente o que dicha experiencia haya sido vivida por Sócrates; pudo incluso ser escrita o vivenciada por otro personaje del ayer o del presente. La comparto por la enseñanza moral que de dicho diálogo se infiere para el cotidiano vivir.
Sócrates tenía gran reputación como hombre sabio de la antigua Grecia. Cierto día un hombre vino a él a contarle sobre un amigo. Se le acercó y dijo:
Sócrates tenía gran reputación como hombre sabio de la antigua Grecia. Cierto día un hombre vino a él a contarle sobre un amigo. Se le acercó y dijo:
- ¿Sabes lo que acabo de oír sobre tu amigo?
Sócrates respondió:
- Un momento. Antes de que me cuentes, me gustaría hacerte un test, al que llamo el de los tres tamices.
- ¿Los tres tamices? - Inquirió aquel hombre.
- ¡Sí! - dijo Sócrates. - Antes de contar cualquier cosa de los demás, es bueno tomar el tiempo para filtrar lo que se quiere decir. A eso le llamo el test de los tres tamices.
- El primer tamiz es la verdad. - Continuó Sócrates. ¿Has comprobado si lo que me vas a decir es la verdad?
- ¡No! - Contestó el hombre - Solo tengo lo que he oído hablar de tu amigo.
- ¡Muy bien! - respondió Sócrates - Así que no sabes si es la verdad. Ahora continuemos con el segundo tamiz, el de la bondad. ¿Lo que deseas decirme sobre mi amigo es bueno?
- ¡Ah, no, por el contrario! Dijo el hombre.
- Entonces, - dijo Sócrates - quieres contarme cosas malas acerca de él, y ni siquiera estás seguro de que sean verdaderas. Tal vez aún puedas pasar la prueba, veamos el tercer tamiz, el de la utilidad. ¿Es útil que sepa qué me habría hecho este amigo?
- ¡No! - Contestó el hombre.
Ante esto, concluye Sócrates, diciendo:
- Lo que querías decirme no es ni cierto, ni bueno, ni útil. ¿Por qué deseabas contármelo?
Sócrates respondió:
- Un momento. Antes de que me cuentes, me gustaría hacerte un test, al que llamo el de los tres tamices.
- ¿Los tres tamices? - Inquirió aquel hombre.
- ¡Sí! - dijo Sócrates. - Antes de contar cualquier cosa de los demás, es bueno tomar el tiempo para filtrar lo que se quiere decir. A eso le llamo el test de los tres tamices.
- El primer tamiz es la verdad. - Continuó Sócrates. ¿Has comprobado si lo que me vas a decir es la verdad?
- ¡No! - Contestó el hombre - Solo tengo lo que he oído hablar de tu amigo.
- ¡Muy bien! - respondió Sócrates - Así que no sabes si es la verdad. Ahora continuemos con el segundo tamiz, el de la bondad. ¿Lo que deseas decirme sobre mi amigo es bueno?
- ¡Ah, no, por el contrario! Dijo el hombre.
- Entonces, - dijo Sócrates - quieres contarme cosas malas acerca de él, y ni siquiera estás seguro de que sean verdaderas. Tal vez aún puedas pasar la prueba, veamos el tercer tamiz, el de la utilidad. ¿Es útil que sepa qué me habría hecho este amigo?
- ¡No! - Contestó el hombre.
Ante esto, concluye Sócrates, diciendo:
- Lo que querías decirme no es ni cierto, ni bueno, ni útil. ¿Por qué deseabas contármelo?
martes, 1 de diciembre de 2015
Orgullo y vanidad. Verdad y mentira
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La gloria es un sentimiento que nos eleva sobre el común de los mortales
por grandes dificultades vencidas, por el bien hecho a los hombres, por el
triunfo de la verdad, por la exaltación de la virtud. Esa gloria atribuida a
los hombres no es más que lo que llamamos celebridad, como la que han alcanzado
todos los grandes hombres de la historia.
La verdadera gloria sólo pertenece a Dios en el cielo, y en la tierra a
la virtud grande, heroica y bienhechora. Pertenece a los humildes que dejan
tras sí brillantes estelas de beneficios y virtudes; al Cristo que nació en un
pesebre y redimió al género humano, a un Vicente de Paul que recogió huérfanos
y fundó hospitales, a un Carlos Borromeo que asistió a los apestados de Milán,
a Colón que descubrió un nuevo Continente, a Watt y Stephenson que inventando
la máquina a vapor acercaron a todos los hombres y fusionaron las razas y las
civilizaciones, a Morse y Marconi que nos han dado la clave para hablar
instantáneamente con todos los pueblos.
El orgullo y la vanidad de la nobleza se timbran en sus blasones, pronto
comidos por la polilla, en los soberbios alcázares derrumbados por el huracán
de los siglos.
Vanidad, aquella palabra de Luis XIV: «El Estado soy yo»; de aquel poder
que después de memorables victorias acabó con los tesoros de la Francia y con
la sangre de sus hijos.
La vanidad es el vicio de las almas vulgares. Es un sentimiento que
simula cualidades que no se tienen; es el borrón de la belleza en las mujeres y
en el hombre el sello de la estulticie que lo lleva a entrometerse en las cosas
más serias y difíciles de la vida. El vanidoso en nada repara, ni en agraviar,
ni infamar honras, ni en desmerecer las buenas reputaciones, el decoro de la
virtud, el brillo del talento, las luces del sabio.
Por eso es que la modestia es una de las cualidades que más deben
recomendarse a los jóvenes, para que en ellos se afirme la sinceridad y la
rectitud que es el incentivo de todos los corazones grandes y nobles. Que en
sus almas resplandezca el candor y la sensibilidad alejando lo ficticio, que es
el velo que oculta la hipocresía y enardece la perfidia.
Verdad
es todo lo que se cree de todo corazón y con la luz del espíritu, con el apoyo
del consenso de la opinión ilustrada o por la naturaleza divina de las obras.
La veracidad es la honradez en acción y lo que da al hombre la grandeza de
carácter, la estimación y confianza de todos los que lo rodean. La mentira, por
el contrario, lleva careta frágil que cae al primer impulso de la verdad y
exhibe el rostro avergonzado del cobarde y el doblez de conducta del embustero.
El hombre mentiroso es vil y contagioso, y por eso huyen de él las gentes
honradas, esfinge: de dos caras que ya juega con la honra, como aparenta veracidad
en favor del calumniado. Mentir es el ambiente de los logreros, de los avaros,
de los ambiciosos de títulos, de prebendas, de dinero o de poder. Ser veraz, es
propio de los grandes caracteres, de los hombres honrados. Prisionero Régulo de
los cartagineses le enviaron a Roma para solicitar la paz, con la condición que
si ésta no se obtenía volviera a su cautiverio. Se presentó ante el Senado, y en
vez de pedir la paz sostuvo la guerra contra Cartago; se le aconsejó que no
volviera, alegando que no faltaría a su palabra, pues que el juramento que dio fue forzado; y romano de
aquellos tiempos volvió al poder de sus enemigos que lo hicieron morir en el
tormento.
Por eso, en todas las esferas de la vida, a pesar de las injusticias
humanas, a pesar de la predicación de los falsos, apóstoles, a pesar de las
iniquidades del despotismo, la verdad resplandecerá como sol de vida; y por la
verdad se ofrecieron en sublime holocausto los mártires del cristianismo, y por
la defensa de las verdades políticas y sociales perecieron los héroes en los
campos de batalla, y los filósofos en las mazmorras.
La mentira, esa «Reina del mundo», como la llama Calderón, engaña al
noble con la vanidad, al soberbio con, la grandeza, al pobre con voluntad y al
rico con alabanzas. El jesuita guayaquileño, Lupercio de Argensola, escribió con
mucha gracia:
Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Y esta otra:
Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos
Ni es cielo ni es azul.
La inmoralidad de la mentira procede, las más veces, de influencias
exteriores o del interés personal que disfraza la verdad, oculta el sentimiento
de lo real, y esos dos vicios son los que más pervierten el carácter y alejan de
los niños la veracidad y hacen de ellos seres falsos e hipócritas. Es por eso
que jamás se deben emplear medios violentos para obtener la verdad, ni recurrir
a los halagos, ni a los castigos, ni a la delación, que debe proscribirse, como
ya se dirá más abajo, porque con esos procederes no se hace más que avivar la
malicia y la astucia. No todos los grados de la mentira son acreedores al mismo
rigor; pero siempre debe apelarse a los sentimientos de dignidad y honor para
formar de los niños caracteres francos, leales y sinceros; y hágaseles
comprender que la mentira hace perder la confianza, que la confesión de las
faltas si no las excusa, disminuye su gravedad, que alejada la buena fe y la franqueza
el educando será siempre perjudicial e indigno. Por la mentira se falta a Dios,
se esteriliza el cariño de la familia, de la amistad, se mata la mutua
confianza. La mentira es el primer grado de la traición. Cubrir una falta con
una falsedad es como querer tapar una mancha con un agujero.
Pereza y ociosidad. Avaricia. Prodigalidad
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Para los pensadores contemporáneos la idea madre de la educación está en
iniciar al niño o adolescente en las primeras nociones del bien y advertirle las del mal; y siguiendo
las ideas de Sócrates en los conocimientos que procuran la salud del espíritu y
del cuerpo, la virtud y la fuerza que conducen a formar un hombre útil a los
demás. Para formar ese hombre es necesario infundir en la mente del niño la
idea salvadora del trabajo.
Hoy día el elemento económico forma la base del desenvolvimiento de las
fuerzas productoras; el capital asegura independencia, progreso general,
elevación de las actividades del espíritu, que en suma, capital y trabajo
llevan un ideal digno: el progreso y la felicidad de la patria.
Ya lo dijo Carlyle: sólo hay miseria donde no hay deseos de trabajar. Samuel
Smiles, el gran educador inglés, proclamó el trabajo individual como ley que
educa y dignifica a los hombres. Pues bien, para matar la pereza y la
ociosidad, genitoras de todos los vicios, necesario es apelar a la madre de
familia, que es la primera educadora en el seno del hogar (independientemente de las nuevas teorías); su influjo sobre el
tierno infante es decisivo, forma al futuro ciudadano y al futuro trabajador, iniciándolo
desde los albores de la vida en todas aquellas faenas útiles que despertarán en
él el deseo de avanzar, de contemplar sus propias obras, de incrustar el hábito
de estar ocupado, de servir de algo, hábito que con el tiempo le enseña a
apreciar lo útil. Por el contrario el ocio es costumbre viciosa que hace decaer
la voluntad, inutiliza el propio esfuerzo. Y esa falta de firmeza aleja al
hombre del estímulo y le abre anchas las puertas del vicio. Incumbe, pues, a
los educadores continuar en la escuela la obra meritoria de la madre. La
función hace al órgano y la ejecución de las labores graduales a que se debe
dedicar el niño; éstas son siempre gratas si se logra impresionarle sobre su
bondad y mérito, y no olvidará el camino durante el resto de su vida; queda en
él impresa la sensación de que emplear bien el tiempo, es utilidad y satisfacción,
es formar así el carácter y la voluntad que son los óbices en que naufragan los perezosos. El
desgraciado que vaga todo el día a la buenaventura, al azar del vicio, no es
más que el pesado gravamen, el deshonor de
la sociedad y de la familia, la pesadilla de todo el mundo, el
candidato obligado de las cárceles, el bochinchero de oficio, el estafador
constante, el vago ineludible que casi siempre se engolfa en el crimen, camino
del patíbulo.
Si la avaricia que no es más que el apetito desordenado de obtener
riquezas, es una de las trasgresiones del deber, es porque inferimos daño a
otro o privamos a la sociedad del beneficio de las riquezas adquiridas, si de
éstas se hace un estancamiento absoluto. La codicia sórdida es la que absorbe
bienes y dinero sin gastar nada en ellos, la que inmoviliza los resortes del
progreso, los legítimos goces del trabajo, la protección de la orfandad, la
negación de la caridad y de la limosna, la ruina de la verdadera economía. La
avaricia arrebata a otros lo que se niega a sí mismo y empaña así todo
sentimiento noble, todo esfuerzo generoso para evitar el más pequeño gasto,
como aquella rica dama que ordenó se la inhumase enteramente desnuda para
evitar el empleo de una camisa.
Prodigalidad es despilfarro, mal uso de lo que se tiene sin atender a
los más sagrados deberes. Así es que el pródigo roba a sus hijos la parte de
bienestar que les toca.
Beneficencia y magnanimidad no son amigas del pródigo, porque éste no
conoce el espíritu de caridad, ni los arranques nobles del corazón; bota el
dinero en los placeres, en los alardes del orgullo o de la vanidad, ignora lo
que es hacer el bien, su vida es atender a su persona, hacerse notar. El avaro
es el antípoda de todo progreso, de todo bienestar, porque su tendencia es
acumular monedas, como el pródigo tiene el vértigo de disipar lo propio y lo
ajeno.
El espíritu de economía nos hace sobrios alejándonos de ruines placeres
que aminoran la vida y el bolsillo, nos brinda aquellos goces que la sociedad
ha establecido como fórmulas indispensables de las buenas costumbres. Formar un
capital para los hijos es una satisfacción y un dulce deber. No son las
riquezas el único incentivo del trabajo y del amor, sino que ellas vienen a
aumentar los encantos de la vida y el bienestar de todas las clases sociales.
Castidad y pornografía
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El pudor es el velo misterioso de la virtud y la valla contra las
engañosas promesas de la seducción. El pudor revela la pureza de la
conciencia. Es cualidad preciosa en todos los jóvenes en cuyas acciones debe
reinar la moral más severa, apartándose de la relajación de las costumbres; el
pudor forma así una de las condiciones de la belleza y el apoyo de un espíritu recto
e ilustrado.
Las leyes de la fisiología como las de la moral ordenan a la juventud gobernarse castamente
para poder conservar todas las cualidades del cuerpo y del espíritu. Este fin
responde al más alto grado de la educación moral y debe ser preferente objeto
de la vida, pues de él se deriva el bienestar de la Nación y el porvenir de las
razas bajo todas las latitudes. Toda costumbre, toda luz moral que tienda a
encarrilar al hombre en el riel de una higiene bien entendida y en el dominio
de sí mismo, prepara a las generaciones esa vida llena de fuerza, de inocencia
y belleza que forma la verdadera nobleza del ser humano. He aquí por qué la
primera educación es la directriz que hace de la inocencia una virtud; como las
malas influencias en esa época de la vida ocasionan males profundos en lo
físico como en lo moral; y como las nociones del bien se pierden con frecuencia
en las concepciones erróneas que se tienen de la virtud, resulta que es
condición primordial de una buena enseñanza formar el corazón en la moral y
buenos ejemplos.
Nada, pues, se debe olvidar al dirigir el sentimiento y la voluntad por
el buen sendero de la castidad, que es virtud y salud en un período de la vida
en que la imaginación, como fragua donde hierven y se funden todos los ideales,
forja en la mente juvenil las más vivas sensaciones y el desarrollo de pasiones
que parecen arrastrar en arrebatado oleaje todos los afectos nobles y los
sentimientos, más puros del espíritu humano. Es necesario recordar que la
fuerza de atracción sensual ejerce sobre la imaginación de los jóvenes poderosa
impresión y que las nobles acciones y buenos sentimientos alcanzados por la
educación no resisten mucho tiempo a los incentivos del mal ejemplo y de las
malas compañías; y el mal empeora si los jóvenes frecuentan personas de mal
vivir o entregadas a la molicie, al juego, a las bajas pasiones.
Debemos respeto a la sociedad y a la familia contra las cuales atentamos
si manchamos el honor con el fango de una falta. Fuerza y carácter, sentimiento
y dignidad son los pedestales sólidos que sostienen el verdadero mérito del
hombre digno. La demasiada familiaridad con personas apenas relacionadas en el
círculo de nuestro hogar, ocasiona tarde o temprano desagradables consecuencias
y siempre nos da la nota de ligeros entre las personas sensatas.
Las amistades incoloras, acaso impregnadas de malos hábitos, esas que se
cubren con el oropel del cariño y apariencias de honradez, son lazos tendidos a
la inocencia y a la credulidad, porque el malvado tiene envidia a la virtud y
su obra es hacer víctimas. Esas amistades deben evitarse; esas relaciones
perjudican al honor y dignidad de la familia. Las malas amistades y los malos
ejemplos son las horcas caudinas de la juventud.
El arte corruptor, como corcel desbocado, ha lanzado a la publicidad,
con desvergüenza que no reconoce límite toda clase de estampas y fotografías
obscenas para dar amplio pábulo al libertinaje: es la pornografía o sicalipsis que
desconociendo todo pudor y respeto, se ha complacido en los detalles más
íntimos del cuerpo, en avivar los colores, en hacer resaltar las formas para
provocar más los placeres inmundos y livianos y elevar así altares a la
impudicia, a la vanidad, a la villanía. ¿No es esto quitar a la mujer ese manto
de hermosura, la castidad, para prostituir la obra más excelsa del Creador,
matar la noble pasión del amor, arrojar al fango las ilusiones más encantadoras
de la vida?
domingo, 29 de noviembre de 2015
Dignidad humana
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La dignidad humana radica en los sentimientos de honor y probidad como
leyes sociales y morales que dominan en toda sociedad culta y moralizada. El
ideal de todo hombre de honor es ser probo y justo, caracteres que deben
brillar ya en los negocios particulares, ya en los de orden público; no
predominando el interés personal sobre el interés público las energías sociales
tenderán a la prosperidad general.
Para honra de la pedagogía moderna están suprimidos los castigos
infamantes, y ya desaparecieron la palmeta, las disciplinas, las orejas de
burro y otras invenciones grotescas que usaban en las aulas los maestros medievales, tallados en épocas de retroceso.
Hoy los medios para dirigir y conmover el alma racional son el honor y
la vergüenza; y si se logra infundir en el niño el sentimiento de su propia
dignidad y estimación y el temor al desprecio que inspiran las malas acciones, le
habremos abierto ancho y luminoso camino hacia el bien.
Hay en la naturaleza de la niñez una sensibilidad innata cuando sus
padres o maestros elogian sus buenas acciones, y sienten temor cuando el
aguijón de la conciencia les acusa de faltas que sabe son merecedoras del
desagrado y justo enojo de sus directores; y esas impresiones son más duraderas
y más eficaces que los ridículos castigos de antaño. Bueno es grabar estas
ideas en el espíritu de los niños y para eso no faltan palabras agradables o de
desaprobación que hacen mejor efecto. Hay que acompañar también los buenos
ejemplos; hacerles comprender el valor de las acciones meritorias, la eficacia
de las virtudes, el menosprecio de que se hacen dignos los que faltan a sus deberes,
al respeto a la autoridad del maestro, las consideraciones hacia sus
compañeros. De este modo se opera la ductilidad del espíritu, se rinde la
voluntad, se doman las asperezas del carácter, se hace más eficaz el estímulo y
de ese modo aprecian mejor todo lo que es justo, sensato y honroso.
Respecto al maestro, sin necesidad de decirlo, recordaré que cuando
reprenda debe hacerlo con circunspección en términos graves y serenos, sin esos
arrebatos de cólera que lejos de convencer vuelven al alumno hipócrita,
contrito de mentira; así como el elogio debe discernirse con esa serenidad que
inspira el bien y la justicia, y bueno es hacerlo en presencia de otras
personas, lo que valoriza doblemente la estimación y buena reputación que
alcanzan los niños obedientes, honrados y aplicados. Nada hay que dignifique más
al hombre que el cumplimiento de las leyes morales y sociales y de los deberes
que se dirigen a la felicidad de los demás mortales y al bienestar propio. En
el hombre se descubre algo de divino; el pensamiento de Dios se trasparenta en
él; en su imaginación se retrata el universo sensible; se alimenta de
esperanzas porque cree en el cielo; resplandece como estrella cuando es
virtuoso y justo, cuando combate por la razón y el bien de sus semejantes, cuando
en él se exaltan la virtud y el genio que son los destellos de la divinidad.
Las buenas costumbres
Dr. David J. Guzmán
Las necesidades y las pasiones humanas han sido siempre las
tendencias naturales que se originan en la organización física y moral; ellas
se desarrollan imperiosamente, ya con tendencias al bien, ya al mal, y llegan
según el estado de la razón individual a formar en el individuo una segunda
naturaleza, buena o mala según los móviles que la animan. Esta segunda
naturaleza son las costumbres que, encaminadas al bien y al sentimiento de la
moral, forman ley y hacen parte del espíritu de las instituciones políticas, de
la vida social y de la doméstica.
Las leyes de la sociología y de la historia general del derecho
contienen las pruebas de esta acción recíproca tan interesante para la vida de
las formas sociales, sus analogías y diferencias. Así, se confirma en todas
partes que donde se debilita la autoridad de las buenas costumbres, corresponde
una legislación viciada e inconexa; que si las instituciones domésticas
degeneran, en cambio imperan las atribuciones del Estado; a agrupaciones
domésticas más disciplinadas y solidarias corresponden atribuciones menos extensas
del Poder. Las costumbres tienen su eficiencia fisiológica en los actos y
movimientos que el cerebro les imprime y tiende a reproducir las impresiones
que ha experimentado, en fuerza de las acciones sensoriales; repeticiones que
forman una facultad adquirida por el organismo a fuerza de repetir los mismos
actos los que llegan a efectuarse espontáneamente, aun sin la voluntad
individual. Este hábito o costumbre bien dirigido y aplicado a las
circunstancias de la educación o a la vida material y moral del individuo,
puede ser fuente de bienestar para el individuo o para la familia, para el
Estado, una vez que las costumbres entran en la formación de las leyes, en la
constitución del estado social y en la felicidad doméstica. En todos los
períodos de la historia vemos la influencia de las costumbres tomar un marcado
ascendiente en la marcha de la civilización de los pueblos. Aquella afrentosa serie
de emperadores que dominaron en Roma fue la época más tenebrosa en que imperaba
la idea del goce bajo la forma de infamia, crimen y depravación, de la
extravagancia y de la sangre arrastrando en pos de sí las altas y bajas clases.
Los filósofos eran los únicos que sostenían la dignidad humana y el antiguo
esplendor del imperio, ya entonces en plena decadencia. Se vio al
ilustre Séneca, al poeta Lucano participar de los delitos de un Nerón elogiando
con sus versos los crímenes del tirano y el desenfreno y vicios del pueblo.
Había llegado ese pueblo romano a un alto grado de civilización y su historia
estaba llena con los más grandes hechos, contemplándose entonces sacrificios heroicos
como el de Atis y Mucio Escévola; pero el despotismo imperial y la corrupción
de aquella sociedad había culminado a tal grado que abrió el camino a la invasión
de los bárbaros, y con ellos la ruina del imperio.
Si abrimos los anales del imperio árabe (632-644) bajo la portentosa
dominación de los Califas, en aquella época en que dominaron las costumbres
austeras, la religión, la ciencia, las virtudes heroicas, ¡qué conquistas tan
extensas, qué elevación en las ciencias, en las artes, en monumentos prodigiosos
que aun desafían el curso de los siglos! Córdova, Sevilla, Granada, Samarcanda,
Bagdad, Alejandría, joyas de ese imperio, eran a la vez el concilio de los
sabios, el emporio de la filosofía, de las escuelas, bibliotecas, de la
enseñanza, cuyo precioso legado es hoy el florón más preciado de la ciencia
moderna. Y bajo esas mismas tendencias la Grecia con sus enseñanzas, sus
costumbres rígidas, su moral inflexible fue la cuna de héroes y sabios inmortalizados
a través de todas las generaciones. Bajo la dominación del paganismo Italia se
había sumido en los horrores de la depravación de las costumbres, hasta que surgieron
León X y Clemente VII, mecenas del genio cristiano que elevaron los
sentimientos, crearon las costumbres austeras, las virtudes cristianas
destinadas a renovar el espíritu humano por el esparcimiento del Evangelio
sobre el haz de la tierra.
jueves, 17 de julio de 2014
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