UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

martes, 1 de diciembre de 2015

Pereza y ociosidad. Avaricia. Prodigalidad

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Para los pensadores contemporáneos la idea madre de la educación está en iniciar al niño o adolescente en las primeras nociones  del bien y advertirle las del mal; y siguiendo las ideas de Sócrates en los conocimientos que procuran la salud del espíritu y del cuerpo, la virtud y la fuerza que conducen a formar un hombre útil a los demás. Para formar ese hombre es necesario infundir en la mente del niño la idea salvadora del trabajo.

Hoy día el elemento económico forma la base del desenvolvimiento de las fuerzas productoras; el capital asegura independencia, progreso general, elevación de las actividades del espíritu, que en suma, capital y trabajo llevan un ideal digno: el progreso y la felicidad de la patria.

Ya lo dijo Carlyle: sólo hay miseria donde no hay deseos de trabajar. Samuel Smiles, el gran educador inglés, proclamó el trabajo individual como ley que educa y dignifica a los hombres. Pues bien, para matar la pereza y la ociosidad, genitoras de todos los vicios, necesario es apelar a la madre de familia, que es la primera educadora en el seno del hogar (independientemente de las nuevas teorías); su influjo sobre el tierno infante es decisivo, forma al futuro ciudadano y al futuro trabajador, iniciándolo desde los albores de la vida en todas aquellas faenas útiles que despertarán en él el deseo de avanzar, de contemplar sus propias obras, de incrustar el hábito de estar ocupado, de servir de algo, hábito que con el tiempo le enseña a apreciar lo útil. Por el contrario el ocio es costumbre viciosa que hace decaer la voluntad, inutiliza el propio esfuerzo. Y esa falta de firmeza aleja al hombre del estímulo y le abre anchas las puertas del vicio. Incumbe, pues, a los educadores continuar en la escuela la obra meritoria de la madre. La función hace al órgano y la ejecución de las labores graduales a que se debe dedicar el niño; éstas son siempre gratas si se logra impresionarle sobre su bondad y mérito, y no olvidará el camino durante el resto de su vida; queda en él impresa la sensación de que emplear bien el tiempo, es utilidad y satisfacción, es formar así el carácter y la voluntad que son los óbices en que naufragan los perezosos. El desgraciado que vaga todo el día a la buenaventura, al azar del vicio, no es más que el pesado gravamen, el deshonor de la sociedad y de la familia, la pesadilla de todo el mundo, el candidato obligado de las cárceles, el bochinchero de oficio, el estafador constante, el vago ineludible que casi siempre se engolfa en el crimen, camino del patíbulo.

Si la avaricia que no es más que el apetito desordenado de obtener riquezas, es una de las trasgresiones del deber, es porque inferimos daño a otro o privamos a la sociedad del beneficio de las riquezas adquiridas, si de éstas se hace un estancamiento absoluto. La codicia sórdida es la que absorbe bienes y dinero sin gastar nada en ellos, la que inmoviliza los resortes del progreso, los legítimos goces del trabajo, la protección de la orfandad, la negación de la caridad y de la limosna, la ruina de la verdadera economía. La avaricia arrebata a otros lo que se niega a sí mismo y empaña así todo sentimiento noble, todo esfuerzo generoso para evitar el más pequeño gasto, como aquella rica dama que ordenó se la inhumase enteramente desnuda para evitar el empleo de una camisa.

Prodigalidad es despilfarro, mal uso de lo que se tiene sin atender a los más sagrados deberes. Así es que el pródigo roba a sus hijos la parte de bienestar que les toca.

Beneficencia y magnanimidad no son amigas del pródigo, porque éste no conoce el espíritu de caridad, ni los arranques nobles del corazón; bota el dinero en los placeres, en los alardes del orgullo o de la vanidad, ignora lo que es hacer el bien, su vida es atender a su persona, hacerse notar. El avaro es el antípoda de todo progreso, de todo bienestar, porque su tendencia es acumular monedas, como el pródigo tiene el vértigo de disipar lo propio y lo ajeno.

El espíritu de economía nos hace sobrios alejándonos de ruines placeres que aminoran la vida y el bolsillo, nos brinda aquellos goces que la sociedad ha establecido como fórmulas indispensables de las buenas costumbres. Formar un capital para los hijos es una satisfacción y un dulce deber. No son las riquezas el único incentivo del trabajo y del amor, sino que ellas vienen a aumentar los encantos de la vida y el bienestar de todas las clases sociales.