Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La dignidad humana radica en los sentimientos de honor y probidad como
leyes sociales y morales que dominan en toda sociedad culta y moralizada. El
ideal de todo hombre de honor es ser probo y justo, caracteres que deben
brillar ya en los negocios particulares, ya en los de orden público; no
predominando el interés personal sobre el interés público las energías sociales
tenderán a la prosperidad general.
Para honra de la pedagogía moderna están suprimidos los castigos
infamantes, y ya desaparecieron la palmeta, las disciplinas, las orejas de
burro y otras invenciones grotescas que usaban en las aulas los maestros medievales, tallados en épocas de retroceso.
Hoy los medios para dirigir y conmover el alma racional son el honor y
la vergüenza; y si se logra infundir en el niño el sentimiento de su propia
dignidad y estimación y el temor al desprecio que inspiran las malas acciones, le
habremos abierto ancho y luminoso camino hacia el bien.
Hay en la naturaleza de la niñez una sensibilidad innata cuando sus
padres o maestros elogian sus buenas acciones, y sienten temor cuando el
aguijón de la conciencia les acusa de faltas que sabe son merecedoras del
desagrado y justo enojo de sus directores; y esas impresiones son más duraderas
y más eficaces que los ridículos castigos de antaño. Bueno es grabar estas
ideas en el espíritu de los niños y para eso no faltan palabras agradables o de
desaprobación que hacen mejor efecto. Hay que acompañar también los buenos
ejemplos; hacerles comprender el valor de las acciones meritorias, la eficacia
de las virtudes, el menosprecio de que se hacen dignos los que faltan a sus deberes,
al respeto a la autoridad del maestro, las consideraciones hacia sus
compañeros. De este modo se opera la ductilidad del espíritu, se rinde la
voluntad, se doman las asperezas del carácter, se hace más eficaz el estímulo y
de ese modo aprecian mejor todo lo que es justo, sensato y honroso.
Respecto al maestro, sin necesidad de decirlo, recordaré que cuando
reprenda debe hacerlo con circunspección en términos graves y serenos, sin esos
arrebatos de cólera que lejos de convencer vuelven al alumno hipócrita,
contrito de mentira; así como el elogio debe discernirse con esa serenidad que
inspira el bien y la justicia, y bueno es hacerlo en presencia de otras
personas, lo que valoriza doblemente la estimación y buena reputación que
alcanzan los niños obedientes, honrados y aplicados. Nada hay que dignifique más
al hombre que el cumplimiento de las leyes morales y sociales y de los deberes
que se dirigen a la felicidad de los demás mortales y al bienestar propio. En
el hombre se descubre algo de divino; el pensamiento de Dios se trasparenta en
él; en su imaginación se retrata el universo sensible; se alimenta de
esperanzas porque cree en el cielo; resplandece como estrella cuando es
virtuoso y justo, cuando combate por la razón y el bien de sus semejantes, cuando
en él se exaltan la virtud y el genio que son los destellos de la divinidad.