Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El pudor es el velo misterioso de la virtud y la valla contra las
engañosas promesas de la seducción. El pudor revela la pureza de la
conciencia. Es cualidad preciosa en todos los jóvenes en cuyas acciones debe
reinar la moral más severa, apartándose de la relajación de las costumbres; el
pudor forma así una de las condiciones de la belleza y el apoyo de un espíritu recto
e ilustrado.
Las leyes de la fisiología como las de la moral ordenan a la juventud gobernarse castamente
para poder conservar todas las cualidades del cuerpo y del espíritu. Este fin
responde al más alto grado de la educación moral y debe ser preferente objeto
de la vida, pues de él se deriva el bienestar de la Nación y el porvenir de las
razas bajo todas las latitudes. Toda costumbre, toda luz moral que tienda a
encarrilar al hombre en el riel de una higiene bien entendida y en el dominio
de sí mismo, prepara a las generaciones esa vida llena de fuerza, de inocencia
y belleza que forma la verdadera nobleza del ser humano. He aquí por qué la
primera educación es la directriz que hace de la inocencia una virtud; como las
malas influencias en esa época de la vida ocasionan males profundos en lo
físico como en lo moral; y como las nociones del bien se pierden con frecuencia
en las concepciones erróneas que se tienen de la virtud, resulta que es
condición primordial de una buena enseñanza formar el corazón en la moral y
buenos ejemplos.
Nada, pues, se debe olvidar al dirigir el sentimiento y la voluntad por
el buen sendero de la castidad, que es virtud y salud en un período de la vida
en que la imaginación, como fragua donde hierven y se funden todos los ideales,
forja en la mente juvenil las más vivas sensaciones y el desarrollo de pasiones
que parecen arrastrar en arrebatado oleaje todos los afectos nobles y los
sentimientos, más puros del espíritu humano. Es necesario recordar que la
fuerza de atracción sensual ejerce sobre la imaginación de los jóvenes poderosa
impresión y que las nobles acciones y buenos sentimientos alcanzados por la
educación no resisten mucho tiempo a los incentivos del mal ejemplo y de las
malas compañías; y el mal empeora si los jóvenes frecuentan personas de mal
vivir o entregadas a la molicie, al juego, a las bajas pasiones.
Debemos respeto a la sociedad y a la familia contra las cuales atentamos
si manchamos el honor con el fango de una falta. Fuerza y carácter, sentimiento
y dignidad son los pedestales sólidos que sostienen el verdadero mérito del
hombre digno. La demasiada familiaridad con personas apenas relacionadas en el
círculo de nuestro hogar, ocasiona tarde o temprano desagradables consecuencias
y siempre nos da la nota de ligeros entre las personas sensatas.
Las amistades incoloras, acaso impregnadas de malos hábitos, esas que se
cubren con el oropel del cariño y apariencias de honradez, son lazos tendidos a
la inocencia y a la credulidad, porque el malvado tiene envidia a la virtud y
su obra es hacer víctimas. Esas amistades deben evitarse; esas relaciones
perjudican al honor y dignidad de la familia. Las malas amistades y los malos
ejemplos son las horcas caudinas de la juventud.
El arte corruptor, como corcel desbocado, ha lanzado a la publicidad,
con desvergüenza que no reconoce límite toda clase de estampas y fotografías
obscenas para dar amplio pábulo al libertinaje: es la pornografía o sicalipsis que
desconociendo todo pudor y respeto, se ha complacido en los detalles más
íntimos del cuerpo, en avivar los colores, en hacer resaltar las formas para
provocar más los placeres inmundos y livianos y elevar así altares a la
impudicia, a la vanidad, a la villanía. ¿No es esto quitar a la mujer ese manto
de hermosura, la castidad, para prostituir la obra más excelsa del Creador,
matar la noble pasión del amor, arrojar al fango las ilusiones más encantadoras
de la vida?