Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El puñal que abre ancha herida y arrebata la vida es cruel e infame;
pero el puñal que causa más daño persistente, más dolor, pena más intensa, es
el que en las sombras hiere el alma y blande la calumnia. Esta hiere a mansalva
la honra, entenebrece la vida de los seres, inocula como reptil su letal
veneno, y clava su zarpa en la indefensa víctima. La zarza espinosa arranca al
pasar el blanco vellón de las ovejas, y en las sendas escabrosas de la vida la
calumnia arranca el honor y vierte su aliento impuro sobre todo lo que enaltece
el espíritu y eleva el corazón.
Amor, virtud, amistad, genio, saber, abnegación, heroísmo, inocencia,
nada vale a sus ojos, y clava su saeta envenenada en un Dios que redimió al mundo,
en un Dante que condujo al destierro, en Aristóteles que tuvo que envenenarse
para libertarse de sus calumniadores. Heráclito se retiró a los bosques para
librarse del odio y calumnias de sus conciudadanos; Bacón fue tratado de Brujo
y Petrarca odiado por sus versos; Descartes huyó a Holanda por sus ideas
filosóficas, y Sócrates tomó la cicuta por sus virtudes que sus enemigos
declaraban crímenes, y Anaxágoras encadenado por haber emitido una idea elevada
del Ser Supremo. Y así, la calumnia va azotando, como incendiaria tea, los
suntuosos palacios como la humilde choza del campesino, llevando a todos los
mortales el dolor, la tristeza y la ruina. Pero suena la hora de la redención,
llega el alba de la esperanza, y la verdad alumbra todos los senos del oprobio
que causó la calumnia y el vil calumniador dobla la cerviz ante la justicia
divina.
La maledicencia es hija legítima de la calumnia; es la murmuración, deleite
de las almas bajas, para las que desollar al prójimo, es una necesidad vital.
Para ganar méritos que no tiene, se apoya en la envidia y la venganza; es como
esas bolas de nieve que de débil copo que eran cuando comienzan a rodar, se
tornan al final en esas masas que aplastan cuanto encuentran.
No hay que creer que la maledicencia solo exista en la palabra; está en
una sonrisa burlona, en una mirada torva y malévola que dicen más por la duda
que inspiran y
muchas veces injuriosas. ¡Cuántas veces una mirada imprudente mancha una
frente pura, como una sonrisa aleve puede ser estigma de ignominia!
La murmuración es enemiga insidiosa que se alimenta lanzando palabras
mal intencionadas, términos indecisos, el vulgar «se dice» que hace un crimen o
una locura de una acción inofensiva o involuntaria. Es verdad que la ley moral
nos ordena que amemos al prójimo como a nosotros mismos, pero lo que es el
maldiciente con todo y catecismo le da a la humanidad contra una esquina.
La envidia es una innoble pasión que a modo de pólipo del organismo
moral, brota en las entrañas de las almas pequeñas, degenera en ellas toda
sensibilidad y amor, destruye el sujeto moral de la persona, perturbando todos los
resortes de la vida social y de la familia. La envidia atisba al mérito y a la
dignidad, a la virtud y a la belleza y aliada con la calumnia va por el mundo
sembrando la discordia y las penas, el egoísmo y la ignominia.
Cuando la estimación propia está basada en un principio de justicia,
cuando los méritos se presentan sin ostentación, entonces es un sentimiento
noble de nuestra naturaleza y las alabanzas deben recibirse con modestia.
Enseñemos, pues, a nuestra juventud a ser modesta y humilde.
El fraude o engaño es toda acción contraría a la verdad o a la rectitud.
Tiene por auxiliares a la mentira y a la intriga; y bien desgraciada es una
sociedad que se ve rodeada de gentes que anteponen a todo honor y a toda
justicia el engaño para acarrear pérdidas de dignidad y de dinero, y enciende
en los ánimos esa guerra de iras y represalias propias para perturbar el orden
de los negocios o las legítimas aspiraciones del mérito. Por eso lo que se predica
en nuestro medio ambiente, en relación con virtudes tan nobles como la
sinceridad y la probidad; está destinada a concluir con la industria del
fraude, que es la de los caballeros de industria, con la holgazanería de los
que quieren vivir de los otros, que es la industria de la pereza.
Delación. El punto se reduce, tratándose de escolares, a esta pregunta: ¿Tiene el
maestro el mismo derecho que un juez para obligar a que se le diga la verdad?
Casi todos los moralistas y pedagogos eminentes contestan categóricamente: el
maestro no goza de los mismos derechos del juez; el paralelo entre un
institutor y una Corte es falso. El maestro, pues, no puede compeler al alumno
a que cometida por un compañero debe ser el último recurso que toque, pues de
otro modo caería en la represión inquisitorial prohibida por la ley. Hay en la
palabra del maestro una fuerza que bien dirigida, puede mover los sentimientos de
hidalguía del escolar, para obligarle a decir la verdad y delate a un
compañero, ni puede castigarlo porque no habla. El maestro puede servirse de
otros medios para esclarecer la verdad; la insistencia directa a la denuncia de
una falta.
La chismografía es una peste que asola todos los buenos sentimientos,
crea odios, a veces dilatados, acostumbra al niño a la venganza. No es racional
ni humanitario hacer al alumno preguntas comprometedoras de su honor, en punto a
delatar a un compañero culpable, aún sabiéndolo. Es preferible para el maestro
eliminarse en todo asunto que involucre culpabilidad del alumno y excitar la
caballerosidad de los escolares para que ellos mismos castiguen al que ha
procurado eludir la responsabilidad. Es decir, no mentir, ni delatar es una
clase de ética que se da en la muy famosa escuela militar de West Point (EE.
UU. De América.)
Del punto de vista político me atengo en un todo a la opinión del
ilustre y digno Presidente del Ecuador, General Leónidas Plaza: «Quiero que
sepa, señor Gobernador, que durante el período de mi mando en el Ecuador no
habrá policía secreta en su ruin aspecto inquisitorial de perenne espionaje y
delación continua: dos grandes inmoralidades que manchan a los Gobiernos y
crean conflictos sociales, cuya amargura hemos paladeado en repetidas
ocasiones.»