UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

lunes, 15 de febrero de 2016

Espíritu de familia. Orden en la casa.

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán

El espíritu de familia lo forma esa vida dulce, tranquila y ordenada que solo se encuentra en el seno del hogar; es esa paz inalterable que debe reinar en él, y donde los padres son los patriarcas de ese cielo en que viven los niños que son los ángeles; es ese lugar donde nacimos, donde están todas las reminiscencias de nuestra infancia; es esa casita blanca rodeada de perfumadas flores, de aves enamoradas, de cantos de alegría, de frutos almibarados, de sol deslumbrante durante el día e iluminada por las estrellas del cielo durante la noche; es decir, el nido de los sentimientos del corazón, de las virtudes del alma que nos acercan a Dios y que marcan nuestro destino en el camino de la vida. (Concepción poética del ambiente en familia. En lo que se refiere al entorno natural, poco queda en nuestro deforestado país.)

El espíritu de familia lo forma esa noble genealogía de amores y recuerdos, de esperanzas y placeres de la infancia que nunca se olvidan; lo forma esa primera escuela del hogar que ampara y favorece las primeras dulces enseñanzas de la madre, los consejos del padre. Y luego, cuando los hijos llegan a ser hombres, esa dicha de inclinar reverente la cerviz ante la majestad de una cabeza cana, de besar la frente venerable de una madre, de una esposa amante, y estrechar contra el pecho las cabecitas rubias de los ángeles del hogar, como bálsamo de vida que la Providencia nos envía desde el cielo. Los hijos llegan a la edad de abrazar un campo más extenso a sus actividades y entran en posesión de una carrera o de un oficio.

La hija se recoge todavía en el seno del hogar, bajo los pliegues del maternal cariño, a sentir el calor de la familia y la santa meditación del porvenir. Pero pasan las horas de la adolescencia, y la hija de familia pasa también el umbral de ese hogar para realizar su definitivo destino como esposa y madre (actualmente también como profesional), augustas funciones que la hacen digna de todos los merecimientos y atenciones. Pero el abandonar así los lazos queridos, ellos, los hijos, lleva en sí el sentimiento del deber, y en la conciencia los rayos de la verdad y del bien. Y todavía, en las postrimerías de la vida no se olvida el antiguo hogar solariego, cuando los hijos ya viejos y valetudinarios vuelven hacia él la mirada entristecida por los recuerdos, hacia ese cementerio de los corazones, que al fin, nos ha permitido llegar al sepulcro llevando con nosotros los últimos fulgores de la familia, mezclados con las esperanzas del cielo.

El amor al orden en la casa es un factor importante en el mecanismo de la economía doméstica. El método consiste en dividir el tiempo del mismo modo como se hacen los establecimientos de enseñanza. A cada ocupación corresponde una hora determinada. Distribúyase el trabajo de los servicios y de los sirvientes sin distraerlos de él para ocuparlos en otra cosa, adoptando un sistema uniforme de acción a las mismas horas.

La idea del orden, puesta en práctica, puede decirse que es la mitad del bienestar de la casa. La vista se reposa, con placer en un hogar donde reina la simetría y el buen gusto, en donde todo se halla en aseo y buen orden; y por eso admiramos esos hogares en donde impera el trabajo y la actividad que todo lo alienta y vivifica para crear la prosperidad de la familia y los dulces goces del hogar.

Una sociedad tan solidaria del bien como debe ser la familia ha de apoyarse en las inapreciables ventajas que traen el orden y la economía. El orden y la limpieza prueban hábitos regulares y dan idea del espíritu de cultura del hombre.

Los amos (palabra que ha desaparecido nada más en teoría) de casa deben manifestar a sus sirvientes cariño, tolerancia y apacibilidad, y proceder con ellos con justicia, evitando las órdenes altivas, hablarles con calma y sin orgullo, puesto que son seres racionales dignos de amor y consideraciones; así es como se obtiene que los sirvientes (a lo mejor haya sido reemplazada por algún eufemismo), establecida la confianza en ellos, sean muchas veces los mejores amigos y consejeros de la familia.




http://reflexionesvillalta.blogspot.com/p/distribucion-de-roles-en-la-familia_13.html
http://valoresvillalta.blogspot.com/2016/02/deberes-generales-del-ciudadano.html

Obligaciones filiales

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Probablemente, el pensamiento del Dr. Guzmán, parezca anticuado y hasta risible para nuestra civilizada sociedad del siglo XXI; sin embargo, hagamos un esfuerzo por leer sus palabras; tal vez encontremos el conocimiento que llevado a la práctica sea el antídoto que nos permita salvar nuestro mundo. [1]

La familia no solo es un conjunto de personas que viven reunidas por el azar de nacimiento, sino esa comunidad de almas, encargadas de hacer más perfecta y útil la vida del hogar. El padre se afana por mantenerlo próspero y atrayente; la madre cuida a cada instante de los pequeños, protege su debilidad e inocencia, les inculca los primeros rudimentos del saber, vigila su conducta más tarde, los lleva al templo para adorar a Dios e infundirles las verdades religiosas; los vela en sus enfermedades con el más solícito cuidado; les inculca lecciones de virtud, de dignidad, de justicia, de cordura y economía; los consuela en sus penas y los acompaña en sus goces; y más tarde, ya más entrados en la vida, coloca a los varones para que ganen su vida honradamente, y por el matrimonio eleva a las hijas al rango de matronas para que den lustre a la sociedad. ¡Cuánta debe ser, pues, la gratitud de los hijos hacia los autores de sus días por tantos desvelos y sacrificios hechos por ellos! En todas las circunstancias de la vida deben considerarlos como los seres más dignos y venerables, rodearlos de todas las consideraciones y respeto, prodigarles todos los cuidados y consuelos en los días de desgracia o enfermedad. La piedad ilustrada, esa que recuerda los dolores ajenos y reflexiona sobre la obra santa de hacer el bien, nos está diciendo, que los primeros en nuestro corazón y en nuestro espíritu deben ser nuestros padres; que debemos amarlos hasta el sacrificio, que debemos engrandecer sus obras y su nombre, y que su memoria, si brilla en la historia, debemos guardarla en el corazón como una dulce religión que hemos de trasmitir a los demás.

Un hijo bien educado no debe emprender nada sin consultar con sus padres, pues ellos, por las luces de la ciencia, por el conocimiento de los hombres y de las costumbres, por su experiencia, están en aptitud sobrada de velar por los intereses y felicidad de los hijos. Nuestro respeto y obediencia deben ser profundos y esta última no debe tener límites sino los señalados por la razón y la moral, pues la desobediencia, además de ser una falta grave, nos traerá tarde o temprano los más amargos remordimientos y los más grandes desengaños. Por la desobediencia desconocemos la autoridad paterna matando el amor y el cariño, establecemos la rebeldía que anula todo lo santo y bueno que debe existir en el hogar, damos entrada a la discordia que destroza la solidaridad y el amor entre los hermanos, dándoles pésimo ejemplo de deslealtad, aminorando ese celo que debe reinar en la familia para ayudarse mutuamente y para que el hogar represente ese seno de concordia, que es el alma de todas las buenas obras, la amplitud del amor y el deber.

Si el nombre, la persona o la memoria de nuestros padres son ya cosas tan sagradas y estimables ante las cuales debemos quemar incienso; en grado inferior, pero siempre digno y constante debemos tributar a nuestros mayores de la familia, a nuestros caros abuelos, esos primeros eslabones del árbol genealógico de la familia, nuestro respeto, amor y consideraciones. Tanto más, que la veneración se impone hacia esos seres que van bajando los últimos peldaños de la vida, hacia la noble y majestuosa vejez, esa que lleva cubierta la cabeza con los rizos blancos de los años, que vive más la vida de ultratumba que la de los demás mortales, y que nos revela un sentimiento natural e irresistible de respeto, algo de sagrado que nos inspira la idea de la inmortalidad.


[1] Cursivas personales

martes, 12 de enero de 2016

Paternidad y maternidad

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Los padres deben cuidar y atender desde la cuna la educación de los hijos; de ahí se deducen los títulos de los padres que proceden de los derechos y deberes que les señalan las leyes de la naturaleza y las de las naciones. Pero, cuando por el pensamiento se evoca el personaje maternal, irresistiblemente se graba en la mente el recuerdo de todos los beneficios, el desprendimiento y abnegación que son inherentes a este nombre e inspiran tal respeto que no se vacila un momento para acordarle todos los derechos a que es acreedora la madre. Derechos que se inician desde la cuna del nuevo ser hasta que lo educa progresivamente; actos importantes que por ley de lo creado le concede igual parte a la del padre en la creación de su posteridad.

En la naturaleza moral es donde se revela en toda su plenitud y esplendor este título de la maternidad. Ningún padre puede elevarse a la altura de la madre en la ternura y abnegación; y sin desmerecer el afecto paternal que existe muchas veces, en la madre nunca falta y es parte integrante de su vida. Cuando un hijo muere, el padre llora, pero el tiempo desvanece este dolor; para la madre es herida que no cura nunca. Ni el trascurso del tiempo, ni las desgracias de la fortuna, ni las mayores calamidades harán olvidar a una madre las desgracias del hijo. Así, pues, Dios ha asignado a la maternidad en esta parte un papel tan preponderante que le da la supremacía en la familia.

Quedan al padre los deberes de orden económico y social que robustecen su autoridad, todos los elementos de la vida exterior del hogar, el tacto y poder para dirigir al hijo en las relaciones sociales, el poder de ampararle en todos los trances, y sobre todo de procurarle una educación completa y adecuada. Ambos títulos, paternidad y maternidad, se igualan, se ponderan eficazmente para el mejor gobierno de la familia. La autoridad paterna no se verá por esto disminuida, si ella se penetra de lo noble que es asociar su esfuerzo al de su compañera para amar más al hijo, para realizar mejor las esperanzas de su porvenir, para fortificarlo en sus deberes y sentimientos.

Deberes propios de la maternidad. El amor a la descendencia es el sentimiento más puro y santo. No podía ser de otro modo, ni el hombre podrá desconocer el eterno agradecimiento que debe a aquella mujer que lo alimentó con su propia sangre. De allí ese amor sin límites hacia la madre que más tarde se convierte en una dulce religión. Desde que nace el niño el amor al hijo ocupa todos los instantes de la mujer: le procura los primeros cuidados aconsejados por la ciencia, le viste, rodea su sueño de calma, le evita las influencias exteriores, y a poco, le da su seno para alimentarle. 

La lactancia natural, es decir, la leche de la madre dada al niño es infinitamente preferible, porque es el alimento preparado por la naturaleza para él y cuya composición se adapta a su nutrición mejor que la de cualquier otro animal. La estadística comprueba que todos los niños débiles alimentados con el biberón sucumben de inanición durante los primeros tiempos; mientras que los alimentados al seno de la madre resisten ventajosamente y pasan bien los días difíciles de la primera infancia. Para que la lactancia sea más favorable es necesario atender a la buena salud de la madre y a su alimentación sana, substancial y regulada, lo que dará una leche de buena calidad, propia para alimentar al niño. Comenzada la lactancia natural o artificial, se va, progresivamente, administrando al niño alimentos más nutritivos en relación con: su edad; y una vez practicado el destete, con la aparición de los dientes, se seleccionan alimentos más confortantes.

Los pulmones en esta época de la vida son de una grande actividad; la respiración tiene más amplitud; la calorificación más intensa, y por tanto, toda precaución respecto a los resfríos y corrientes de aire debe tenerse muy presente. Aparecidos los dientes, suelen observarse, en algunos niños, varios accidentes nerviosos que alteran la salud, cierta irritabilidad nerviosa, disturbios gástricos, a veces convulsiones. En todos estos casos las medicinas caseras y, en su defecto, la presencia del facultativo, es necesaria.

Deber de educar a los hijos. Cuando el niño ha llegado a los 7 u 8 años es indispensable escoger para él un buen preceptor a domicilio, si para ello hay recursos, o un colegio de merecida reputación.

La indolencia de los padres, la tolerancia en todo con los niños que aún a los doce y catorce años vagan por calles y plazas no reconocen límites; y siempre, o casi siempre es la madre la causa de esas concesiones inconvenientes que más tarde procuran tristes desengaños. Respecto a las niñas, es la atmósfera de ocio en la que se las deja flotar, la causa del tedio y repulsión a las ocupaciones.

Si en los albores de la infancia se hubiesen destruido los malos hábitos; si se hubiesen corregido las pasiones desordenadas; si no se hubiesen prodigado mimos y consentimientos, de seguro la obediencia, el respeto, la gratitud hubiera sido el ornato de sus hijos. Pero no, (y que me perdonen las madres lo agrio y cierto de estas verdades) se celebran hasta los chistes burdos y los deslices más descorteses, disculpándolo todo con la edad, como si el niño no fuera como esas tiernas plantas que desde que nacen se deben enderezar. La trivialidad marcha así a la par de los malos propósitos, gracias a esas concesiones imprudentes de las madres, que son para los niños las puertas abiertas a todos los caprichos y locuras. Pésimo sistema que de seguro llevará más tarde la desgracia y el vilipendio a la familia, teniendo en la casa la calamidad de los hijos malcriados y consentidos.

La elección de un buen preceptor o preceptora es indispensable y no fácil cosa entre nosotros. En manos del preceptor vamos a encomendar lo que tiene de más caro el corazón: la ventura de los hijos, el buen nombre de la familia, la formación de hombres útiles, propagadores de la verdad y del progreso. Ese humilde preceptor que tantas veces pasa desapercibido es el que debe trasmitir la verdad, el saber, la virtud, las buenas costumbres. El maestro es un santo y paciente misionero que va por la inculta tierra de la inteligencia a la redención de los espíritus.

Los padres deben ser ejemplos palpitantes de cultura y honradez, de magnanimidad, de prudencia, de justicia. El hogar debe ser la escuela del carácter. Preceptos y consejos deben traerse a cada instante, siguiendo la forma objetiva, para excitar la impresionabilidad del niño y hacerlo respetuoso y obediente, cualquiera que sea el rango que ocupe en la sociedad.

El matrimonio

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La institución del matrimonio procede de  nuestra naturaleza, la ley civil lo perfecciona y la religión lo santifica.
De esa tendencia de los seres humanos a amarse y unirse por libre y voluntario consentimiento y por la fe que se profesan, el matrimonio arranca desde la más remota antigüedad. Escrito está en el Génesis: «Id, creced y multiplicaos.»
No es bajo el concepto de contrato civil que voy a tratar este tema, sino considerándolo como institución que da origen a la familia, base fundamental del estado social y político de las naciones, refiriéndolo a las condiciones físicas y morales que se requieren para hacer próspera, feliz y digna la vida matrimonial.

Matrimonio por amor. Cuando el amor es esa pasión pura que consagra por la ternura la unión conyugal y espiritualiza la más ardiente de las pasiones, se establece entonces en las almas una eternal parentela que fortifica la constancia, purifica los deseos, ennoblece la virtud y casi santifica el amor. Por eso el gran Lamartine dijo, que el amor era una de las manifestaciones más grandes de nuestra naturaleza; y cuando ese sentimiento era encendido por la belleza, excusado por la debilidad, expiado por la desgracia, transformado por el arrepentimiento y santificado por la religión, ese amor se confunde con la virtud.

Envilecida la mujer en el Oriente, desde remotos tiempos, Roma la levantó dándole el título de matrona que expresa la severa grandeza de la esposa romana; bajo la influencia de la idea cristiana se creó en el corazón la ternura espiritualista, y fue Cristo el que emancipó y abrió a la mujer la vida del sentimiento de una vida superior e in mortal, y al infundirla el amor a Dios, la hizo partícipe del amor puro hacia el hombre, que es el ideal del matrimonio.

El amor existe en todas las almas superiores que tienden hacia la unión de los corazones íntimamente unidos y completándose el uno por el otro. Ante esta unión nada prevalece: ni embates de la desgracia, ni los reveses de la fortuna, ni los rigores del tiempo, porque si bien desaparece la belleza del cuerpo, pero subsiste la belleza al alma, el noble afecto del corazón, el amor a la descendencia.

¿Se quiere que este amor sincero produzca una unión perfecta? Pues bien, asociad, en todo lo posible y desde el primer día, a vuestra compañera, a todos vuestros planes y empresas; ligad vuestras ideas con las de ella; infundid su aliento en todas vuestras agitaciones; enlazad todas las simpatías; estrechad todos los lazos e intimidades; haced comunes todas las alegrías, todas las penas, todos los dolores, porque sólo de ese modo se sanciona y se perpetúa el amor en el seno del matrimonio.

Deberes entre esposos. En el orden moral y social actual (al momento en que fue escrito por el Dr. Guzmán), no es posible invocar en favor de la mujer su plena emancipación y discernirle la igualdad en el matrimonio, que según los legisladores y moralistas vendría a desquiciar el orden económico y social de la familia, a quebrantar los lazos de la unión conyugal, a comprometer el porvenir de los hijos, a pervertir las costumbres, estigmas más fatales que la sujeción.

La filosofía y los principios han establecido las bases sobre que debe descansar el vínculo matrimonial. En primer término la unidad de la dirección en la familia: la autoridad. Según esto, la autoridad marital no es un beneficio del que la ejerce, sino del que la recibe. No está considerada como un derecho, sino como un deber, y solo se legitima siendo justa y saludable y ejerciéndose dentro de sus racionales límites. Tratándose de los miembros del hogar es deber común entre esposos establecer la armonía, considerarse y dignificarse mutuamente y a los que los rodean, esparcir en su torno ese aliento vital de la virtud, del estímulo, del trabajo, de alentarse entre sí para llevar con serenidad las penalidades de la vida, de trabajar sin descanso por alcanzar un bienestar, para darle brillo al hogar y esparcir después las buenas obras en la sociedad y merecer el aprecio y consideración de los asociados, de cuidar y atender desde la cuna la educación de los hijos y procurar el bienestar de las personas que nos rodean.


lunes, 7 de diciembre de 2015

Cultivo de las facultades intelectuales

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Para poder servirse de facultades tan ingentes como son las que se refieren a la inteligencia, es necesario, primero, saber en que consisten estas facultades para emplearlas en el decurso de la vida. Me limitaré, pues, a pasarlas en breve revista, para no ensanchar mucho los límites de este trabajo.

1°.- La razón. Entre las facultades que más elevan al hombre, la razón es la verdadera revelación de la verdad y de la sabiduría, puesto que es la que por un lado esclarece y toca el destino humano, y por otro nos une al Ser Supremo. La razón es una luz y no una fuerza; luz que ilumina el derrotero de las cosas humanas; fuerza que ejecuta es la voluntad. Esa luz de la razón es la que se proyecta en los senos de la conciencia para ordenar a ésta lo que es bueno y prohibirle lo malo, y en esto consiste la naturaleza insuperable de la razón que, al alumbrar la obscuridad en que puede estar la conciencia, destruye las sombras del error y hace vivir grande e inmortal la verdad. De tal modo, que la razón viene a ser la única guía que nos conduce al bien y a la virtud; y en el mundo de las ideas el razonamiento es el don inapreciable del hombre para aclarar y resolver todos los problemas que presenta el entendimiento.

2°.- La conciencia.  La conciencia viene a ser así como el santuario del alma. En ese templo invisible, pero existente y eterno están los altares donde tan pronto se adora al bien, como el mal, a lo justo, como a lo injusto. De las malas conciencias nacieron los Nerones y los Calígulas, los Marat y toda la negra prosapia de los tiranos.

En el orden moral la buena conciencia es la que ha creado los grandes benefactores de la humanidad, los mártires, los humildes servidores de la caridad y de la beneficencia.

Por eso, si la conciencia es ese santuario sagrado en que se rinde culto a la virtud y se estigmatiza el vicio, en él debe brillar como fulgente lámpara la luz de la razón; en la educación de la juventud debe formar el capítulo por excelencia como reguladora de las buenas acciones y como juez inexorable de las malas inclinaciones.

3°.- Reflexión meditativa. Hay en el hombre dos naturalezas distintas que no obstante tienen relación entre sí: las facultades intelectuales que tienden a la tierra, y las que se elevan a las más sublimes verdades de la vida espiritual. Hay en nuestro ser dos imperios: la muerte y la inmortalidad. El ser que tiene ideas constituye un yo, lo mismo que el que tiene sentimientos posee otro yo, y ambos componen un ser pensante e inmortal.

El hombre posee una facultad perceptiva que se sirve de órganos y que hemos llamado sensorium; por medio de aquella trasmitimos las sensaciones al cerebro las que van a fotografiarse en ese interior, la conciencia. Por medio del raciocinio el hombre recoge ideas, las compara, las pesa; por medio de la voluntad ejecuta actos. Es esta conciencia voluntaria la que se llama reflexión, la cual opera en silencio, hasta que la conciencia examinando los caracteres de las cosas percibidas por los sentidos, nos da idea clara de su realidad; este es el medio psicológico de realizar resoluciones que de otro modo no existirían. En resumen, la reflexión es un acto interior de nuestra conciencia que produce acciones.

El hombre vive del pensamiento, y para fundar sólidamente la deducción rigurosa de las cosas humanas acude a la reflexión y alcanza la razón de ellas a fuerza de razonamientos.

Por eso es necesario en nuestros colegios y escuelas implantar los métodos de intuición, investigación y experimentación, por medio de los cuales el alumno conoce las cosas, las analiza y las describe, desarrolla la facultad razonadora, establece teorías y deduce hechos, y por inducción llega a las soluciones, realiza hechos por medio de experimentos, comprueba fenómenos. En las ciencias prácticas este es un método de esclarecimiento que solidifica las hipótesis y establece la verdad científica.

4°.- La percepción. Es la facultad que, por medio de los sentidos, trasmite al cerebro las impresiones del mundo exterior. Así, si tocamos un cuerpo caliente, esa sensación va al cerebro por los nervios y nos da idea del calor; como si tocamos una masa de nieve tendremos la impresión del frío. Por el intermedio de los otros sentidos saboreamos todos los dones de la tierra, nos extasiamos en la armonía de los sonidos y absorbemos el perfume de las flores, contemplamos por las irradiaciones de la luz todos los espectáculos de la naturaleza. Esta es la facultad preceptiva.

5.- La memoria. La memoria es el almacén de la inteligencia y de la sabiduría, por  ella recordamos las ideas, las grandes fechas de la humanidad, las concepciones, juicios e imágenes que nos traen a la memoria los hechos de la historia que nos hacen convivir con todos los hombres en el curso de todos los siglos. Si es muy útil perfeccionar las percepciones de los sentidos, muy bueno es también educar la memoria. El animal irracional tiene memoria y voluntad, pero eso es en virtud de sus apetitos, de la ley ineludible de la conservación. Pero el hombre recuerda, elije y aplica las ideas al desarrollo de los sentimientos morales, de la piedad, del amor, del progreso, de la virtud. Montaigne la llamó la nodriza de las ideas. La memoria tiene a sus órdenes un agente poderoso que es la voluntad del alma, y cuando esta voluntad se pone al servicio de la memoria y de la inteligencia, cría genios y los héroes del valor, de la sabiduría, de la virtud en favor de la humanidad. La inteligencia conoce; el alma revela y ama, y la memoria es la que nos recuerda a Dios, el amor y la esperanza como una revelación de nuestro superior destino.

La memoria se aumenta, ejercitándola, dijo Cicerón; y por eso el maestro debe educarla en los alumnos haciéndoles aprender una y más veces trozos pequeños y escogidos de literatura, de ciencia, de historia, infundiéndoles a la vez el espíritu de verdad que contienen, los grandes acentos de la inspiración, el entusiasmo por las grandes ideas y por los acontecimientos notables. A pesar del sistema de Gall, la memoria es facultad que aún tiene perplejo al mundo científico. Nadie ha podido fijar la parte del cerebro que la hace trabajar. Especialistas en psicología han señalado hechos que constituyen verdaderas rarezas de la memoria. Se admite que ésta trabaja mejor por la mañana, cuando el cerebro está descansado, que por la noche.

Los fisiólogos confirman que la memoria se rebaja en los anémicos y dispépticos, y que mejora con los estimulantes, favoreciendo en la masa cerebral una circulación más intensa; algunas fiebres la disminuyen, y cítase el caso de un médico distinguido que después de una fiebre pertinaz no recordaba ni podía comprender la letra F. Un militar que en la guerra del Transvaal perdió un pedazo de cerebro, de cuya lesión curó, no recordaba el significado de los números 5 y 7. Cítanse casos numerosos de personas atacadas por la viruela, pobres de memoria, que la mejoraron sorprendentemente después de la enfermedad. Parece que las grandes emociones de la vida son un incentivo poderoso para recordar. En el terror de un trance de muerte, por ejemplo, se ha visto pasar todo el remoto pasado de la infancia, los recuerdos más insignificantes y alejados, por la memoria, como si ésta acudiera a algún punto del cerebro donde estuvieran almacenados.

La facultad recordativa en los animales es un hecho frecuente que sorprende por la exactitud con que se verifica. Los perros de los mercados de París aguardan en la puerta de los mataderos los tres días alternados de la semana en que se beneficia el ganado, sin faltar un solo día.

6°.- Educación de la voluntad. Por la educación de la voluntad formamos el carácter individual, sustentáculo poderoso para dar base y vigor a nuestras acciones inspirándonos esa confianza para obtener éxito en todas nuestras empresas.

En el mundo moral la voluntad presenta todo los grados de fuerza y acción; nula en el autómata, se desborda en el intransigente. Es la verdadera dinámica de la inteligencia que actúa una vez que la conciencia ya convencida, necesita manifestarse por actos directos sobre el mundo exterior. De aquí se deduce que educar la voluntad es uno de los actos más importantes de nuestra vida social y moral. No se debe, pues, nulificar la voluntad ni bajo la dirección paternal, ni menos bajo la acción educadora del maestro, es necesario dirigirla. De otro modo, crearemos autómatas e ilotas en vez de ciudadanos, es degradar por la fuerza o el temor las primeras intuiciones del niño, es destruir esa curiosidad infantil que comienza por el placer que le causan las primeras sensaciones de la vida, que más tarde serán nociones de virtud, de dignidad, de honor. Cultivar esa preciosa función es el modo seguro de suprimir caprichos, indolencias, almas débiles, la falta de dominio de sí mismo, grave obstáculo, más tarde, en todos los actos de la vida moral y de la vida orgánica.

Libre el hombre, ilustrada su conciencia, sus actos están sometidos a la voluntad consciente, y dirigidos hacia el bien por los impulsos de las leyes morales y sociales que le separan de la influencia mórbida de los sentidos, de las pasiones bajas, del vicio. Los malos hábitos, como la pereza, la indolencia, los deseos desordenados encuentran campo abierto en voluntades débiles, en almas sin carácter; y entonces todas las tentaciones que son los pretextos del perezoso, son otras tantas caídas a las cuales no se resiste, sobre todo, si la acción pecaminosa cae en el extenso círculo de los vicios. Resistir las tentaciones, despreciarlas, es tener dominio de sí mismo; se dibuja entonces la propia individualidad, ese poder de levantarse sin otro auxilio a la condición de hombre fuerte que sabe poner freno a la vida tumultuosa y dignificar los días de su existencia. Ese hombre así constituido dará carácter y timbre de veracidad y confianza a su fisonomía moral arrastrando en su favor la consideración y respeto de la sociedad. Insisto, pues, en que los maestros infundan en sus educandos hábitos de orden, puntualidad, medida del tiempo, división del trabajo en las obligaciones, constancia en repetirlas, para acomodar nuestros actos a la reglamentación de las horas. Es decir, voluntad persistente para regularizar todos los actos de nuestra vida; y todo sistema de enseñanza que olvide el ejercicio de la voluntad es un sistema antipedagógico que destruirá el molde típico del hombre social. Formaremos así una generación de padres incapaces, de ciudadanos inútiles, aniquilando los caracteres de la raza y todas las virtudes cívicas que engendran el amor a la patria. Ya lo dijo Urbano Gohier: «la abolición de la voluntad en los individuos vuelve a la nación cobarde y pasiva, presa de todos los agentes de conquista y desmoralización.» La voluntad es una parte esencial del mecanismo social: valor, prudencia, perseverancia, exactitud, ideas de orden, probidad, supremacía de la virtud y del honor serían vanas palabras en el mundo de la inteligencia y de la sociabilidad.

En ninguna parte se ve más patente la acción de la voluntad ejercitada que en algunas imperiosas funciones de la vida orgánica. Así, por ejemplo, el sueño es una función de la cual es muy difícil sustraerse. Fisiológicamente, cada hombre debería dormir cuando quiere: y es fuera de duda que la costumbre ejerce en este punto una marcada influencia. Napoleón, Gladstone y otros hombres célebres habían llegado a cultivar esta facultad hasta el punto de poder dormir tan pronto como tenían tiempo u oportunidad, en cualquier lugar y de cualquiera manera. Se citan casos de individuos que pueden respirar a voluntad, según el dominio que han alcanzado sobre el aparato de la nutrición cerebral. Tal es el poder de la voluntad educada. Un hombre sin voluntad es un fragmento inútil del complicado organismo social.

7°.- La imaginación es la facultad de combinar, transformar y enaltecer, si es posible, las ideas que nos han hecho percibir los sentidos, por el brillo de la inteligencia, por la fe que inspira la verdad, por el entusiasmo que producen las grandes acciones, los hechos providenciales suspendidos en las nieblas del misterio y coloreados por una fantasía ardiente, por un deseo irresistible de ser útil, de realizar esfuerzos supremos. Así fue como el gran Colón, a pesar de todos los abismos del Océano y de las resistencias de la ignorancia, se forjó en la imaginación, por sus conocimientos náuticos y geográficos la existencia de un nuevo Continente y para gloria y bienestar de la humanidad surgió la América, el 12 de octubre de 1492.

8°.- Entendimiento. Es la facultad de juzgar y raciocinar. Por el juicio se afirma la verdad o inexactitud de las ideas; si los sentidos no engañan al apreciar las sensaciones podrá el entendimiento dictar un juicio. Por el raciocinio se deduce una idea de otra. Si sembramos una semilla en buen terreno, sabemos que se producirá una planta con tronco, ramas, flores y frutos; la semilla, pues, es la productora de frutos.

El raciocinio puede generalizarse de una idea particular a otra general. Si tomamos un pedazo de hierro, sentimos en el acto su dureza y su peso, y si a nuestro alcance están otros iguales, nos formamos la idea de la dureza y de la pesantez. De modo que en el raciocinio preside, como elemento, el análisis, que es el que confirma la relación que une dos proposiciones, colocando entre ellas otra intermedia que nos sirve para buscar el fin que nos proponemos. El raciocinio es así una gimnástica intelectual que ensancha nuestra inteligencia y nos capacita para llenar todos los actos de la vida.

Las facultades intelectuales se auxilian unas a otras; pero los grados de energía son diferentes en ellas. Así, la percepción es la primera que nace en los primeros días de la vida; después, sigue la memoria; la imaginación adquiere pujanza en la edad viril, cuando los años y el estudio han acumulado un arsenal de ideas y de hechos, y entonces entra a reinar en toda su plenitud el entendimiento. Parece, pues, muy racional que en la enseñanza tengan los maestros muy presente el desarrollo gradual y constante de cada una de estas facultades, sin exagerar la esfera de acción de cada una de ellas, cultivando armónicamente sus diferentes modalidades, presentando al alumno las ideas, los objetos enlazados de manera simple y comprensible, variando en cada facultad el método para obtener de cada una de ellas todo lo que exige la ciencia y aconsejan los principios de una pedagogía racional.

La ciencia y el arte poseen elementos numerosos y útiles para educar la inteligencia y desarrollar las demás facultades.
Pero es necesario, al enseñar, tener presente la edad del alumno, su desarrollo mental, su carácter, su constitución, pues de otro modo sería forzar su naturaleza, su desarrollo orgánico. En el niño debe comenzarse por la enseñanza objetiva, después se generalizan los conocimientos, a medida que la inteligencia y la memoria vayan asimilando ideas, y esta es la natural graduación de una enseñanza positiva. «Proceder así, dice Galindo, no es más que imitar a la naturaleza: los niños en esa edad primera, agitados de curiosidad incesante, se entretienen en verlo todo, en examinarlo todo y es verdaderamente admirable el número de percepciones con que diariamente enriquecen su inteligencia. Así llegamos a conocer las principales propiedades de los cuerpos antes de que se nos enseñen en los cursos de Física; así descubrimos los axiomas de la Geometría; así, en fin, acumulamos en nuestro pensamiento incontables verdades de todas las ciencias, sin darnos cuenta de ello.»

Se deduce de esto, que todo buen sistema de enseñanza debe tender a que el alumno comprenda y aplique lo que se le enseñe. A la teoría debe seguir la prueba por la experimentación, y este es el modo didáctico de hacer de nuestros alumnos hombres prácticos y emprendedores.

Los párrafos anteriormente compartidos deberían ser motivo de profunda reflexión por los distintos actores del sistema educativo nacional (MINED El Salvador). Seguiré compartiendo la obra del Dr. David J. Guzmán, como lo manifesté; en lo personal, creo que es una joya de la literatura, de ahí que padres de familia, docentes, alumnos e incluso equipos técnicos del Ministerio, podemos encontrar en las letras del Dr. Guzmán un valioso recurso que llevado a la reflexión con nuestros estudiantes, podría coadyuvar con los esfuerzos que se realizan por mejorar la calidad del sistema educativo. [i]




[i] Cursivas personales

viernes, 4 de diciembre de 2015

Calumnia, envidia, maledicencia, fraude, delación

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
El puñal que abre ancha herida y arrebata la vida es cruel e infame; pero el puñal que causa más daño persistente, más dolor, pena más intensa, es el que en las sombras hiere el alma y blande la calumnia. Esta hiere a mansalva la honra, entenebrece la vida de los seres, inocula como reptil su letal veneno, y clava su zarpa en la indefensa víctima. La zarza espinosa arranca al pasar el blanco vellón de las ovejas, y en las sendas escabrosas de la vida la calumnia arranca el honor y vierte su aliento impuro sobre todo lo que enaltece el espíritu y eleva el corazón.

Amor, virtud, amistad, genio, saber, abnegación, heroísmo, inocencia, nada vale a sus ojos, y clava su saeta envenenada en un Dios que redimió al mundo, en un Dante que condujo al destierro, en Aristóteles que tuvo que envenenarse para libertarse de sus calumniadores. Heráclito se retiró a los bosques para librarse del odio y calumnias de sus conciudadanos; Bacón fue tratado de Brujo y Petrarca odiado por sus versos; Descartes huyó a Holanda por sus ideas filosóficas, y Sócrates tomó la cicuta por sus virtudes que sus enemigos declaraban crímenes, y Anaxágoras encadenado por haber emitido una idea elevada del Ser Supremo. Y así, la calumnia va azotando, como incendiaria tea, los suntuosos palacios como la humilde choza del campesino, llevando a todos los mortales el dolor, la tristeza y la ruina. Pero suena la hora de la redención, llega el alba de la esperanza, y la verdad alumbra todos los senos del oprobio que causó la calumnia y el vil calumniador dobla la cerviz ante la justicia divina.

La maledicencia es hija legítima de la calumnia; es la murmuración, deleite de las almas bajas, para las que desollar al prójimo, es una necesidad vital. Para ganar méritos que no tiene, se apoya en la envidia y la venganza; es como esas bolas de nieve que de débil copo que eran cuando comienzan a rodar, se tornan al final en esas masas que aplastan cuanto encuentran.

No hay que creer que la maledicencia solo exista en la palabra; está en una sonrisa burlona, en una mirada torva y malévola que dicen más por la duda que inspiran y muchas veces injuriosas. ¡Cuántas veces una mirada imprudente mancha una frente pura, como una sonrisa aleve puede ser estigma de ignominia!

La murmuración es enemiga insidiosa que se alimenta lanzando palabras mal intencionadas, términos indecisos, el vulgar «se dice» que hace un crimen o una locura de una acción inofensiva o involuntaria. Es verdad que la ley moral nos ordena que amemos al prójimo como a nosotros mismos, pero lo que es el maldiciente con todo y catecismo le da a la humanidad contra una esquina.

La envidia es una innoble pasión que a modo de pólipo del organismo moral, brota en las entrañas de las almas pequeñas, degenera en ellas toda sensibilidad y amor, destruye el sujeto moral de la persona, perturbando todos los resortes de la vida social y de la familia. La envidia atisba al mérito y a la dignidad, a la virtud y a la belleza y aliada con la calumnia va por el mundo sembrando la discordia y las penas, el egoísmo y la ignominia.

Cuando la estimación propia está basada en un principio de justicia, cuando los méritos se presentan sin ostentación, entonces es un sentimiento noble de nuestra naturaleza y las alabanzas deben recibirse con modestia. Enseñemos, pues, a nuestra juventud a ser modesta y humilde.

El fraude o engaño es toda acción contraría a la verdad o a la rectitud. Tiene por auxiliares a la mentira y a la intriga; y bien desgraciada es una sociedad que se ve rodeada de gentes que anteponen a todo honor y a toda justicia el engaño para acarrear pérdidas de dignidad y de dinero, y enciende en los ánimos esa guerra de iras y represalias propias para perturbar el orden de los negocios o las legítimas aspiraciones del mérito. Por eso lo que se predica en nuestro medio ambiente, en relación con virtudes tan nobles como la sinceridad y la probidad; está destinada a concluir con la industria del fraude, que es la de los caballeros de industria, con la holgazanería de los que quieren vivir de los otros, que es la industria de la pereza.

Delación. El punto se reduce, tratándose de escolares, a esta pregunta: ¿Tiene el maestro el mismo derecho que un juez para obligar a que se le diga la verdad? Casi todos los moralistas y pedagogos eminentes contestan categóricamente: el maestro no goza de los mismos derechos del juez; el paralelo entre un institutor y una Corte es falso. El maestro, pues, no puede compeler al alumno a que cometida por un compañero debe ser el último recurso que toque, pues de otro modo caería en la represión inquisitorial prohibida por la ley. Hay en la palabra del maestro una fuerza que bien dirigida, puede mover los sentimientos de hidalguía del escolar, para obligarle a decir la verdad y delate a un compañero, ni puede castigarlo porque no habla. El maestro puede servirse de otros medios para esclarecer la verdad; la insistencia directa a la denuncia de una falta.

La chismografía es una peste que asola todos los buenos sentimientos, crea odios, a veces dilatados, acostumbra al niño a la venganza. No es racional ni humanitario hacer al alumno preguntas comprometedoras de su honor, en punto a delatar a un compañero culpable, aún sabiéndolo. Es preferible para el maestro eliminarse en todo asunto que involucre culpabilidad del alumno y excitar la caballerosidad de los escolares para que ellos mismos castiguen al que ha procurado eludir la responsabilidad. Es decir, no mentir, ni delatar es una clase de ética que se da en la muy famosa escuela militar de West Point (EE. UU. De América.)

Del punto de vista político me atengo en un todo a la opinión del ilustre y digno Presidente del Ecuador, General Leónidas Plaza: «Quiero que sepa, señor Gobernador, que durante el período de mi mando en el Ecuador no habrá policía secreta en su ruin aspecto inquisitorial de perenne espionaje y delación continua: dos grandes inmoralidades que manchan a los Gobiernos y crean conflictos sociales, cuya amargura hemos paladeado en repetidas ocasiones.»


jueves, 3 de diciembre de 2015

Sócrates…un mensaje para los correveidile


Observación: No tengo conocimiento cierto, en relación al autor del diálogo siguiente o que dicha experiencia haya sido vivida por Sócrates; pudo incluso ser escrita o vivenciada por otro personaje del ayer o del presente. La comparto por la enseñanza moral que de dicho diálogo se infiere para el cotidiano vivir. 

Sócrates tenía gran reputación como hombre sabio de la antigua Grecia. Cierto día un hombre vino a él a contarle sobre un amigo. Se le acercó y dijo:
- ¿Sabes lo que acabo de oír sobre tu amigo?
Sócrates respondió:
- Un momento. Antes de que me cuentes, me gustaría hacerte un test, al que llamo el de los tres tamices. 
- ¿Los tres tamices? - Inquirió aquel hombre.
- ¡Sí! - dijo Sócrates. - Antes de contar cualquier cosa de los demás, es bueno tomar el tiempo para filtrar lo que se quiere decir. A eso le llamo el test de los tres tamices.
- El primer tamiz es la verdad. - Continuó Sócrates. ¿Has comprobado si lo que me vas a decir es la verdad?
- ¡No! - Contestó el hombre - Solo tengo lo que he oído hablar de tu amigo.
- ¡Muy bien! - respondió Sócrates - Así que no sabes si es la verdad. Ahora continuemos con el segundo tamiz, el de la bondad. ¿Lo que deseas decirme sobre mi amigo es bueno?
- ¡Ah, no, por el contrario! Dijo el hombre.
- Entonces, - dijo Sócrates - quieres contarme cosas malas acerca de él, y ni siquiera estás seguro de que sean verdaderas. Tal vez aún puedas pasar la prueba, veamos el tercer tamiz, el de la utilidad. ¿Es útil que sepa qué me habría hecho este amigo?
- ¡No! - Contestó el hombre.
Ante esto, concluye Sócrates, diciendo:
- Lo que querías decirme no es ni cierto, ni bueno, ni útil. ¿Por qué deseabas contármelo?

martes, 1 de diciembre de 2015

Orgullo y vanidad. Verdad y mentira

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
La gloria es un sentimiento que nos eleva sobre el común de los mortales por grandes dificultades vencidas, por el bien hecho a los hombres, por el triunfo de la verdad, por la exaltación de la virtud. Esa gloria atribuida a los hombres no es más que lo que llamamos celebridad, como la que han alcanzado todos los grandes hombres de la historia.

La verdadera gloria sólo pertenece a Dios en el cielo, y en la tierra a la virtud grande, heroica y bienhechora. Pertenece a los humildes que dejan tras sí brillantes estelas de beneficios y virtudes; al Cristo que nació en un pesebre y redimió al género humano, a un Vicente de Paul que recogió huérfanos y fundó hospitales, a un Carlos Borromeo que asistió a los apestados de Milán, a Colón que descubrió un nuevo Continente, a Watt y Stephenson que inventando la máquina a vapor acercaron a todos los hombres y fusionaron las razas y las civilizaciones, a Morse y Marconi que nos han dado la clave para hablar instantáneamente con todos los pueblos.

El orgullo y la vanidad de la nobleza se timbran en sus blasones, pronto comidos por la polilla, en los soberbios alcázares derrumbados por el huracán de los siglos.
Vanidad, aquella palabra de Luis XIV: «El Estado soy yo»; de aquel poder que después de memorables victorias acabó con los tesoros de la Francia y con la sangre de sus hijos.

La vanidad es el vicio de las almas vulgares. Es un sentimiento que simula cualidades que no se tienen; es el borrón de la belleza en las mujeres y en el hombre el sello de la estulticie que lo lleva a entrometerse en las cosas más serias y difíciles de la vida. El vanidoso en nada repara, ni en agraviar, ni infamar honras, ni en desmerecer las buenas reputaciones, el decoro de la virtud, el brillo del talento, las luces del sabio.

Por eso es que la modestia es una de las cualidades que más deben recomendarse a los jóvenes, para que en ellos se afirme la sinceridad y la rectitud que es el incentivo de todos los corazones grandes y nobles. Que en sus almas resplandezca el candor y la sensibilidad alejando lo ficticio, que es el velo que oculta la hipocresía y enardece la perfidia.

Verdad es todo lo que se cree de todo corazón y con la luz del espíritu, con el apoyo del consenso de la opinión ilustrada o por la naturaleza divina de las obras. La veracidad es la honradez en acción y lo que da al hombre la grandeza de carácter, la estimación y confianza de todos los que lo rodean. La mentira, por el contrario, lleva careta frágil que cae al primer impulso de la verdad y exhibe el rostro avergonzado del cobarde y el doblez de conducta del embustero. El hombre mentiroso es vil y contagioso, y por eso huyen de él las gentes honradas, esfinge: de dos caras que ya juega con la honra, como aparenta veracidad en favor del calumniado. Mentir es el ambiente de los logreros, de los avaros, de los ambiciosos de títulos, de prebendas, de dinero o de poder. Ser veraz, es propio de los grandes caracteres, de los hombres honrados. Prisionero Régulo de los cartagineses le enviaron a Roma para solicitar la paz, con la condición que si ésta no se obtenía volviera a su cautiverio. Se presentó ante el Senado, y en vez de pedir la paz sostuvo la guerra contra Cartago; se le aconsejó que no volviera, alegando que no faltaría a su palabra, pues que el juramento que dio fue forzado; y romano de aquellos tiempos volvió al poder de sus enemigos que lo hicieron morir en el tormento.

Por eso, en todas las esferas de la vida, a pesar de las injusticias humanas, a pesar de la predicación de los falsos, apóstoles, a pesar de las iniquidades del despotismo, la verdad resplandecerá como sol de vida; y por la verdad se ofrecieron en sublime holocausto los mártires del cristianismo, y por la defensa de las verdades políticas y sociales perecieron los héroes en los campos de batalla, y los filósofos en las mazmorras.

La mentira, esa «Reina del mundo», como la llama Calderón, engaña al noble con la vanidad, al soberbio con, la grandeza, al pobre con voluntad y al rico con alabanzas. El jesuita guayaquileño, Lupercio de Argensola, escribió con mucha gracia:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Y esta otra:

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos
Ni es cielo ni es azul.

La inmoralidad de la mentira procede, las más veces, de influencias exteriores o del interés personal que disfraza la verdad, oculta el sentimiento de lo real, y esos dos vicios son los que más pervierten el carácter y alejan de los niños la veracidad y hacen de ellos seres falsos e hipócritas. Es por eso que jamás se deben emplear medios violentos para obtener la verdad, ni recurrir a los halagos, ni a los castigos, ni a la delación, que debe proscribirse, como ya se dirá más abajo, porque con esos procederes no se hace más que avivar la malicia y la astucia. No todos los grados de la mentira son acreedores al mismo rigor; pero siempre debe apelarse a los sentimientos de dignidad y honor para formar de los niños caracteres francos, leales y sinceros; y hágaseles comprender que la mentira hace perder la confianza, que la confesión de las faltas si no las excusa, disminuye su gravedad, que alejada la buena fe y la franqueza el educando será siempre perjudicial e indigno. Por la mentira se falta a Dios, se esteriliza el cariño de la familia, de la amistad, se mata la mutua confianza. La mentira es el primer grado de la traición. Cubrir una falta con una falsedad es como querer tapar una mancha con un agujero.