UNIDAD CENTROAMERICANA
sábado, 6 de febrero de 2016
martes, 12 de enero de 2016
Paternidad y maternidad
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Los padres deben cuidar y atender desde la cuna la educación de los
hijos; de ahí se deducen los títulos de los padres que proceden de los
derechos y deberes que les señalan las leyes de la naturaleza y las
de las naciones. Pero, cuando por el pensamiento se evoca el personaje
maternal, irresistiblemente se graba en la mente el recuerdo de todos los
beneficios, el desprendimiento y abnegación que son inherentes a este nombre e inspiran
tal respeto que no se vacila un momento para acordarle todos los derechos a que es acreedora la
madre. Derechos que se inician desde la cuna del nuevo ser hasta que lo
educa progresivamente; actos importantes que por ley de lo creado le concede
igual parte a la del padre en la creación de su posteridad.
En la naturaleza moral es donde se revela en toda su plenitud y
esplendor este título de la maternidad. Ningún padre puede elevarse a la altura
de la madre en la ternura y abnegación; y sin desmerecer el afecto paternal que
existe muchas veces, en la madre nunca falta y es parte integrante de su vida.
Cuando un hijo muere, el padre llora, pero el tiempo desvanece este dolor; para
la madre es herida que no cura nunca. Ni el trascurso del tiempo, ni las desgracias
de la fortuna, ni las mayores calamidades harán olvidar a una madre las
desgracias del hijo. Así, pues, Dios ha asignado a la maternidad en esta parte
un papel tan preponderante que le da la supremacía en la familia.
Quedan al padre los deberes de orden económico y social que robustecen
su autoridad, todos los elementos de la vida exterior del hogar, el tacto y
poder para dirigir al hijo en las relaciones sociales, el poder de ampararle en
todos los trances, y sobre todo de procurarle una educación completa y
adecuada. Ambos títulos, paternidad y maternidad, se igualan, se ponderan
eficazmente para el mejor gobierno de la familia. La autoridad paterna no se
verá por esto disminuida, si ella se penetra de lo noble que es asociar su
esfuerzo al de su compañera para amar más al hijo, para realizar mejor las
esperanzas de su porvenir, para fortificarlo en sus deberes y sentimientos.
Deberes propios de
la maternidad.
El amor a la descendencia es el sentimiento más
puro y santo. No podía ser de otro modo, ni el hombre podrá desconocer el
eterno agradecimiento que debe a aquella mujer que lo alimentó con su propia
sangre. De allí ese amor sin límites hacia la madre que más tarde se convierte
en una dulce religión. Desde que nace el niño el amor al hijo ocupa todos los instantes
de la mujer: le procura los primeros cuidados aconsejados por la ciencia, le
viste, rodea su sueño de calma, le evita las influencias exteriores, y a poco,
le da su seno para alimentarle.
La lactancia natural, es decir, la leche de la
madre dada al niño es infinitamente preferible, porque es el alimento preparado
por la naturaleza para él y cuya composición se adapta a su nutrición mejor que
la de cualquier otro animal. La estadística comprueba que todos los niños
débiles alimentados con el biberón sucumben de inanición durante los primeros
tiempos; mientras que los alimentados al seno de la madre resisten
ventajosamente y pasan bien los días difíciles de la primera infancia. Para que
la lactancia sea más favorable es necesario atender a la buena salud de la
madre y a su alimentación sana, substancial y regulada, lo que dará una leche
de buena calidad, propia para alimentar al niño. Comenzada la lactancia natural
o artificial, se va, progresivamente, administrando al niño alimentos más
nutritivos en relación con: su edad; y una vez practicado el destete, con la
aparición de los dientes, se seleccionan alimentos más confortantes.
Los pulmones en esta época de la vida son de una grande actividad; la
respiración tiene más amplitud; la calorificación más intensa, y por tanto,
toda precaución respecto a los resfríos y corrientes de aire debe tenerse muy presente.
Aparecidos los dientes, suelen observarse, en algunos niños, varios accidentes
nerviosos que alteran la salud, cierta irritabilidad nerviosa, disturbios
gástricos, a veces convulsiones. En todos estos casos las medicinas caseras y,
en su defecto, la presencia del facultativo, es necesaria.
Deber de educar a
los hijos. Cuando el niño ha llegado a los 7 u 8 años es indispensable escoger
para él un buen preceptor a domicilio, si para ello hay recursos, o un colegio
de merecida reputación.
La indolencia de los padres, la tolerancia en todo con los niños que aún
a los doce y catorce años vagan por calles y plazas no reconocen límites; y
siempre, o casi siempre es la madre la causa de esas concesiones inconvenientes
que más tarde procuran tristes desengaños. Respecto a las niñas, es la
atmósfera de ocio en la que se las deja flotar, la causa del tedio y repulsión
a las ocupaciones.
Si en los albores de la infancia se hubiesen destruido los malos hábitos; si se hubiesen
corregido las pasiones desordenadas; si no se hubiesen prodigado mimos y consentimientos,
de seguro la obediencia, el respeto, la gratitud hubiera sido el ornato de sus
hijos. Pero no, (y que me perdonen las madres lo agrio y cierto de estas
verdades) se celebran hasta los chistes burdos y los deslices más descorteses,
disculpándolo todo con la edad, como si el niño no fuera como esas tiernas
plantas que desde que nacen se deben enderezar. La trivialidad marcha así a la par
de los malos propósitos, gracias a esas concesiones imprudentes de las madres,
que son para los niños las puertas abiertas a todos los caprichos y locuras.
Pésimo sistema que de seguro llevará más tarde la desgracia y el vilipendio a
la familia, teniendo en la casa la calamidad de los hijos malcriados y
consentidos.
La elección de un buen preceptor o preceptora es indispensable y no
fácil cosa entre nosotros. En manos del preceptor vamos a encomendar lo que
tiene de más caro el corazón: la ventura de los hijos, el buen nombre de la familia,
la formación de hombres útiles, propagadores de la verdad y del progreso. Ese
humilde preceptor que tantas veces pasa desapercibido es el que debe trasmitir
la verdad, el saber, la virtud, las buenas costumbres. El maestro es un santo y
paciente misionero que va por la inculta tierra de la inteligencia a la
redención de los espíritus.
Los padres deben ser ejemplos palpitantes de cultura y honradez, de
magnanimidad, de prudencia, de justicia. El hogar debe ser la escuela del
carácter. Preceptos y consejos deben traerse a cada instante, siguiendo la
forma objetiva, para excitar la impresionabilidad del niño y hacerlo respetuoso y obediente, cualquiera que sea el rango que ocupe en la sociedad.
El matrimonio
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La institución del matrimonio procede de nuestra naturaleza, la ley civil lo
perfecciona y la religión lo santifica.
De esa tendencia de los seres humanos a amarse y unirse por libre y
voluntario consentimiento y por la fe que se profesan, el matrimonio arranca
desde la más remota antigüedad. Escrito está en el Génesis: «Id, creced y
multiplicaos.»
No es bajo el concepto de contrato civil que voy a tratar este tema,
sino considerándolo como institución que da origen a la familia, base fundamental
del estado social y político de las naciones, refiriéndolo a las condiciones
físicas y morales que se requieren para hacer próspera, feliz y digna la vida
matrimonial.
Matrimonio por amor. Cuando
el amor es esa pasión pura que consagra por la ternura la unión conyugal y
espiritualiza la más ardiente de las pasiones, se establece entonces en las
almas una eternal parentela que fortifica la constancia, purifica los deseos,
ennoblece la virtud y casi santifica el amor. Por eso el gran Lamartine dijo,
que el amor era una de las manifestaciones más grandes de nuestra naturaleza; y
cuando ese sentimiento era encendido por la belleza, excusado por la debilidad,
expiado por la desgracia, transformado por el arrepentimiento y santificado por
la religión, ese amor se confunde con la virtud.
Envilecida la mujer en el Oriente, desde remotos tiempos, Roma la
levantó dándole el título de matrona que expresa la severa grandeza de la
esposa romana; bajo la influencia de la idea cristiana se creó en el corazón la
ternura espiritualista, y fue Cristo el que emancipó y abrió a la mujer la vida
del sentimiento de una vida superior e in mortal, y al infundirla el amor a
Dios, la hizo partícipe del amor puro hacia el hombre, que es el ideal del
matrimonio.
El amor existe en todas las almas superiores que tienden hacia la unión
de los corazones íntimamente unidos y completándose el uno por el otro. Ante
esta unión nada prevalece: ni embates de la desgracia, ni los reveses de la
fortuna, ni los rigores del tiempo, porque si bien desaparece la belleza del
cuerpo, pero subsiste la belleza al alma, el noble afecto del corazón, el amor
a la descendencia.
¿Se quiere que este amor sincero produzca una unión perfecta? Pues bien,
asociad, en todo lo posible y desde el primer día, a vuestra compañera, a todos
vuestros planes y empresas; ligad vuestras ideas con las de ella; infundid su
aliento en todas vuestras agitaciones; enlazad todas las simpatías; estrechad
todos los lazos e intimidades; haced comunes todas las alegrías, todas las
penas, todos los dolores, porque sólo de ese modo se sanciona y se perpetúa el
amor en el seno del matrimonio.
Deberes entre
esposos. En el orden moral y social actual (al
momento en que fue escrito por el Dr. Guzmán), no es posible invocar en
favor de la mujer su plena emancipación y discernirle la igualdad en el
matrimonio, que según los legisladores y moralistas vendría a desquiciar el
orden económico y social de la familia, a quebrantar los lazos de la unión
conyugal, a comprometer el porvenir de los hijos, a pervertir las costumbres,
estigmas más fatales que la sujeción.
La filosofía y los principios han establecido las bases sobre que debe
descansar el vínculo matrimonial. En primer término la unidad de la dirección en
la familia: la autoridad.
Según esto, la autoridad marital no es un beneficio del que la ejerce, sino del
que la recibe. No está considerada como un derecho, sino como un deber, y solo se legitima siendo justa y saludable
y ejerciéndose dentro de sus racionales límites. Tratándose de los
miembros del hogar es deber común entre esposos establecer la armonía,
considerarse y dignificarse mutuamente y a los que los rodean, esparcir en su
torno ese aliento vital de la virtud, del estímulo, del trabajo, de alentarse entre
sí para llevar con serenidad las penalidades de la vida, de trabajar sin
descanso por alcanzar un bienestar, para darle brillo al hogar y esparcir
después las buenas obras en la sociedad y merecer el aprecio y consideración de
los asociados, de cuidar y atender desde la cuna la educación de los hijos y
procurar el bienestar de las personas que nos rodean.
lunes, 7 de diciembre de 2015
Cultivo de las facultades intelectuales
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Para poder servirse de facultades tan ingentes como son las que se
refieren a la inteligencia, es necesario, primero, saber en que consisten
estas facultades para emplearlas en el decurso de la vida. Me limitaré, pues, a
pasarlas en breve revista, para no ensanchar mucho los límites de este trabajo.
1°.- La razón. Entre las facultades que más elevan al hombre, la razón es la verdadera
revelación de la verdad y de la sabiduría, puesto que es la que por un lado esclarece
y toca el destino humano, y por otro nos une al Ser Supremo. La razón es una
luz y no una fuerza; luz que ilumina el derrotero de las cosas humanas; fuerza
que ejecuta es la voluntad. Esa luz de la razón es la que se proyecta en los
senos de la conciencia para ordenar a ésta lo que es bueno y prohibirle lo malo,
y en esto consiste la naturaleza insuperable de la razón que, al alumbrar la
obscuridad en que puede estar la conciencia, destruye las sombras del error y
hace vivir grande e inmortal la verdad. De tal modo, que la razón viene a ser
la única guía que nos conduce al bien y a la virtud; y en el mundo de las ideas
el razonamiento es el don inapreciable del hombre para aclarar y resolver todos
los problemas que presenta el entendimiento.
2°.- La conciencia. La
conciencia viene a ser así como el santuario del alma. En ese templo invisible,
pero existente y eterno están los altares donde tan pronto se adora al bien,
como el mal, a lo justo, como a lo injusto. De las malas conciencias nacieron
los Nerones y los Calígulas, los Marat y toda la negra prosapia de los tiranos.
En el orden moral la buena conciencia es la que ha creado los grandes
benefactores de la humanidad, los mártires, los humildes servidores de la
caridad y de la beneficencia.
Por eso, si la conciencia es ese santuario sagrado en que se rinde culto
a la virtud y se estigmatiza el vicio, en él debe brillar como fulgente lámpara
la luz de la razón; en la educación de la juventud debe formar el capítulo por
excelencia como reguladora de las buenas acciones y como juez inexorable de las
malas inclinaciones.
3°.- Reflexión meditativa. Hay en el hombre dos naturalezas distintas que no obstante tienen
relación entre sí: las facultades intelectuales que tienden a la tierra, y las
que se elevan a las más sublimes verdades de la vida espiritual. Hay en nuestro
ser dos imperios: la muerte y la inmortalidad. El ser que tiene ideas
constituye un yo, lo mismo que el que tiene sentimientos posee otro yo, y ambos
componen un ser pensante e inmortal.
El hombre posee una facultad perceptiva que se sirve de órganos y que hemos
llamado sensorium;
por medio de aquella trasmitimos las sensaciones al cerebro las
que van a fotografiarse en ese interior, la conciencia. Por medio del
raciocinio el hombre recoge ideas, las compara, las pesa; por medio de la
voluntad ejecuta actos. Es esta conciencia voluntaria la que se llama reflexión, la
cual opera en silencio, hasta que la conciencia examinando los caracteres de
las cosas percibidas por los sentidos, nos da idea clara de su realidad; este
es el medio psicológico de realizar resoluciones que de otro modo no
existirían. En resumen, la reflexión es un acto interior de nuestra conciencia
que produce acciones.
El hombre vive del pensamiento, y para fundar sólidamente la deducción
rigurosa de las cosas humanas acude a la reflexión y alcanza la razón de ellas
a fuerza de razonamientos.
Por eso es necesario en nuestros colegios y escuelas implantar los
métodos de intuición, investigación y experimentación, por medio de los cuales
el alumno conoce las cosas, las analiza y las describe, desarrolla la facultad
razonadora, establece teorías y deduce hechos, y por inducción llega a las
soluciones, realiza hechos por medio de experimentos, comprueba fenómenos. En las
ciencias prácticas este es un método de esclarecimiento que solidifica las
hipótesis y establece la verdad científica.
4°.- La percepción. Es la facultad que, por medio de los sentidos, trasmite al cerebro las
impresiones del mundo exterior. Así, si tocamos un cuerpo caliente, esa
sensación va al cerebro por los nervios y nos da idea del calor; como si
tocamos una masa de nieve tendremos la impresión del frío. Por el intermedio de
los otros sentidos saboreamos todos los dones de la tierra, nos extasiamos en
la armonía de los sonidos y absorbemos el perfume de las flores, contemplamos
por las irradiaciones de la luz todos los espectáculos de la naturaleza. Esta
es la facultad preceptiva.
5.- La memoria. La
memoria es el almacén de la inteligencia y de la sabiduría, por ella recordamos las ideas, las grandes fechas
de la humanidad, las concepciones, juicios e imágenes que nos traen a la
memoria los hechos de la historia que nos hacen convivir con todos los hombres en
el curso de todos los siglos. Si es muy útil perfeccionar las percepciones de
los sentidos, muy bueno es también educar la memoria. El animal irracional
tiene memoria y voluntad, pero eso es en virtud de sus apetitos, de la ley
ineludible de la conservación. Pero el hombre recuerda, elije y aplica las
ideas al desarrollo de los sentimientos morales, de la piedad, del amor, del
progreso, de la virtud. Montaigne la llamó la nodriza de las ideas. La memoria tiene
a sus órdenes un agente poderoso que es la voluntad del alma, y cuando esta
voluntad se pone al servicio de la memoria y de la inteligencia, cría genios y
los héroes del valor, de la sabiduría, de la virtud en favor de la humanidad.
La inteligencia conoce; el alma revela y ama, y la memoria es la que nos
recuerda a Dios, el amor y la esperanza como una revelación de nuestro superior
destino.
La memoria se aumenta, ejercitándola, dijo Cicerón; y por eso el maestro
debe educarla en los alumnos haciéndoles aprender una y más veces trozos
pequeños y escogidos de literatura, de ciencia, de historia, infundiéndoles a
la vez el espíritu de verdad que contienen, los grandes acentos de la
inspiración, el entusiasmo por las grandes ideas y por los acontecimientos
notables. A pesar del sistema de Gall, la memoria es facultad que aún tiene
perplejo al mundo científico. Nadie ha podido fijar la parte del cerebro que la
hace trabajar. Especialistas en psicología han señalado hechos que constituyen
verdaderas rarezas de la memoria. Se admite que ésta trabaja mejor por la
mañana, cuando el cerebro está descansado, que por la noche.
Los fisiólogos confirman que la memoria se rebaja en los anémicos y
dispépticos, y que mejora con los estimulantes, favoreciendo en la masa
cerebral una circulación más intensa; algunas fiebres la disminuyen, y cítase
el caso de un médico distinguido que después de una fiebre pertinaz no
recordaba ni podía comprender la letra F. Un militar que en la guerra del
Transvaal perdió un pedazo de cerebro, de cuya lesión curó, no recordaba el
significado de los números 5 y 7. Cítanse casos numerosos de personas atacadas por
la viruela, pobres de memoria, que la mejoraron sorprendentemente después de la
enfermedad. Parece que las grandes emociones de la vida son un incentivo poderoso
para recordar. En el terror de un trance de muerte, por ejemplo, se ha visto
pasar todo el remoto pasado de la infancia, los recuerdos más insignificantes y
alejados, por la memoria, como si ésta acudiera a algún punto del cerebro donde
estuvieran almacenados.
La facultad recordativa en los animales es un hecho frecuente que
sorprende por la exactitud con que se verifica. Los perros de los mercados de
París aguardan en la puerta de los mataderos los tres días alternados de la
semana en que se beneficia el ganado, sin faltar un solo día.
6°.- Educación de la voluntad. Por la
educación de la voluntad formamos el carácter individual, sustentáculo poderoso
para dar base y vigor a nuestras acciones inspirándonos esa confianza para
obtener éxito en todas nuestras empresas.
En el mundo moral la voluntad presenta todo los grados de fuerza y
acción; nula en el autómata, se desborda en el intransigente. Es la verdadera
dinámica de la inteligencia que actúa una vez que la conciencia ya convencida, necesita
manifestarse por actos directos sobre el mundo exterior. De aquí se deduce que
educar la voluntad es uno de los actos más importantes de nuestra vida social y
moral. No se debe, pues, nulificar la voluntad ni bajo la dirección paternal,
ni menos bajo la acción educadora del maestro, es necesario dirigirla. De otro
modo, crearemos autómatas e ilotas en vez de ciudadanos, es degradar por la
fuerza o el temor las primeras intuiciones del niño, es destruir esa curiosidad
infantil que comienza por el placer que le causan las primeras sensaciones de
la vida, que más tarde serán nociones de virtud, de dignidad, de honor.
Cultivar esa preciosa función es el modo seguro de suprimir caprichos,
indolencias, almas débiles, la falta de dominio de sí mismo, grave obstáculo,
más tarde, en todos los actos de la vida moral y de la vida orgánica.
Libre el hombre, ilustrada su conciencia, sus actos están sometidos a la
voluntad consciente, y dirigidos hacia el bien por los impulsos de las leyes
morales y sociales que le separan de la influencia mórbida de los sentidos, de
las pasiones bajas, del vicio. Los malos hábitos, como la pereza, la
indolencia, los deseos desordenados encuentran campo abierto en voluntades
débiles, en almas sin carácter; y entonces todas las tentaciones que son los
pretextos del perezoso, son otras tantas caídas a las cuales no se resiste, sobre
todo, si la acción pecaminosa cae en el extenso círculo de los vicios. Resistir
las tentaciones, despreciarlas, es tener dominio de sí mismo; se dibuja
entonces la propia individualidad, ese poder de levantarse sin otro auxilio a la
condición de hombre fuerte que sabe poner freno a la vida tumultuosa y
dignificar los días de su existencia. Ese hombre así constituido dará carácter
y timbre de veracidad y confianza a su fisonomía moral arrastrando en su favor la
consideración y respeto de la sociedad. Insisto, pues, en que los maestros
infundan en sus educandos hábitos de orden, puntualidad, medida del tiempo,
división del trabajo en las obligaciones, constancia en repetirlas, para
acomodar nuestros actos a la reglamentación de las horas. Es decir, voluntad
persistente para regularizar todos los actos de nuestra vida; y todo sistema de enseñanza que olvide
el ejercicio de la voluntad
es un sistema antipedagógico que destruirá el molde típico del hombre social.
Formaremos así una generación de padres incapaces, de ciudadanos inútiles,
aniquilando los caracteres de la raza y todas las virtudes cívicas que
engendran el amor a la patria. Ya lo dijo Urbano Gohier: «la abolición de la
voluntad en los individuos vuelve a la nación cobarde y pasiva, presa de todos
los agentes de conquista y desmoralización.» La voluntad es una parte esencial
del mecanismo social: valor, prudencia, perseverancia, exactitud, ideas de
orden, probidad, supremacía de la virtud y del honor serían vanas palabras en
el mundo de la inteligencia y de la sociabilidad.
En ninguna parte se ve más patente la acción de la voluntad ejercitada
que en algunas imperiosas funciones de la vida orgánica. Así, por ejemplo, el
sueño es una función de la cual es muy difícil sustraerse. Fisiológicamente, cada
hombre debería dormir cuando quiere: y es fuera de duda que la costumbre ejerce
en este punto una marcada influencia. Napoleón, Gladstone y otros hombres
célebres habían llegado a cultivar esta facultad hasta el punto de poder dormir
tan pronto como tenían tiempo u oportunidad, en cualquier lugar y de cualquiera
manera. Se citan casos de individuos que pueden respirar a voluntad, según el
dominio que han alcanzado sobre el aparato de la nutrición cerebral. Tal es el
poder de la voluntad educada. Un
hombre sin voluntad es un fragmento inútil del complicado organismo social.
7°.- La imaginación es la
facultad de combinar, transformar y enaltecer, si es posible, las ideas que nos
han hecho percibir los sentidos, por el brillo de la inteligencia, por la fe
que inspira la verdad, por el entusiasmo que producen las grandes acciones, los
hechos providenciales suspendidos en las nieblas del misterio y coloreados por
una fantasía ardiente, por un deseo irresistible de ser útil, de realizar esfuerzos
supremos. Así fue como el gran Colón, a pesar de todos los abismos del Océano y
de las resistencias de la ignorancia, se forjó en la imaginación, por sus
conocimientos náuticos y geográficos la existencia de un nuevo Continente y
para gloria y bienestar de la humanidad surgió la América, el 12 de octubre de
1492.
8°.- Entendimiento. Es la facultad de juzgar y raciocinar. Por el juicio se afirma la
verdad o inexactitud de las ideas; si los sentidos no engañan al apreciar las
sensaciones podrá el entendimiento dictar un juicio. Por el raciocinio se
deduce una idea de otra. Si sembramos una semilla en buen terreno, sabemos que
se producirá una planta con tronco, ramas, flores y frutos; la semilla, pues,
es la productora de frutos.
El raciocinio puede generalizarse de una idea particular a otra general.
Si tomamos un pedazo de hierro, sentimos en el acto su dureza y su peso, y si a
nuestro alcance están otros iguales, nos formamos la idea de la dureza y de la
pesantez. De modo que en el raciocinio preside, como elemento, el análisis, que
es el que confirma la relación que une dos proposiciones, colocando entre ellas
otra intermedia que nos sirve para buscar el fin que nos proponemos. El
raciocinio es así una gimnástica intelectual que ensancha nuestra inteligencia
y nos capacita para llenar todos los actos de la vida.
Las facultades intelectuales se auxilian unas a otras; pero los grados
de energía son diferentes en ellas. Así, la percepción es la primera que nace
en los primeros días de la vida; después, sigue la memoria; la imaginación
adquiere pujanza en la edad viril, cuando los años y el estudio han acumulado
un arsenal de ideas y de hechos, y entonces entra a reinar en toda su plenitud
el entendimiento. Parece, pues, muy racional que en la enseñanza tengan los
maestros muy presente el desarrollo gradual y constante de cada una de estas
facultades, sin exagerar la esfera de acción de cada una de ellas, cultivando
armónicamente sus diferentes modalidades, presentando al alumno las ideas, los
objetos enlazados de manera simple y comprensible, variando en cada facultad el
método para obtener de cada una de ellas todo lo que exige la ciencia y aconsejan
los principios de una pedagogía racional.
La ciencia y el arte poseen elementos numerosos y útiles para educar la
inteligencia y desarrollar las demás facultades.
Pero es necesario, al enseñar, tener presente la edad del alumno, su
desarrollo mental, su carácter, su constitución, pues de otro modo sería forzar
su naturaleza, su desarrollo orgánico. En el niño debe comenzarse por la enseñanza
objetiva, después se generalizan los conocimientos, a medida que la
inteligencia y la memoria vayan asimilando ideas, y esta es la natural
graduación de una enseñanza positiva. «Proceder así, dice Galindo, no es más que
imitar a la naturaleza: los niños en esa edad primera, agitados de curiosidad
incesante, se entretienen en verlo todo, en examinarlo todo y es verdaderamente
admirable el número de percepciones con que diariamente enriquecen su inteligencia.
Así llegamos a conocer las principales propiedades de los cuerpos antes de que
se nos enseñen en los cursos de Física; así descubrimos los axiomas de la
Geometría; así, en fin, acumulamos en nuestro pensamiento incontables verdades
de todas las ciencias, sin darnos cuenta de ello.»
Se deduce de esto, que todo buen sistema de enseñanza debe tender a que
el alumno comprenda y aplique lo que se le enseñe. A la teoría debe seguir la
prueba por la experimentación, y este es el modo didáctico de hacer de nuestros
alumnos hombres prácticos y emprendedores.
Los párrafos
anteriormente compartidos deberían ser motivo de profunda reflexión por los
distintos actores del sistema educativo nacional (MINED El Salvador). Seguiré
compartiendo la obra del Dr. David J. Guzmán, como lo manifesté; en lo
personal, creo que es una joya de la literatura, de ahí que padres de familia, docentes,
alumnos e incluso equipos técnicos del Ministerio, podemos encontrar en las
letras del Dr. Guzmán un valioso recurso que llevado a la reflexión con
nuestros estudiantes, podría coadyuvar con los esfuerzos que se realizan por
mejorar la calidad del sistema educativo. [i]
sábado, 5 de diciembre de 2015
viernes, 4 de diciembre de 2015
Calumnia, envidia, maledicencia, fraude, delación
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El puñal que abre ancha herida y arrebata la vida es cruel e infame;
pero el puñal que causa más daño persistente, más dolor, pena más intensa, es
el que en las sombras hiere el alma y blande la calumnia. Esta hiere a mansalva
la honra, entenebrece la vida de los seres, inocula como reptil su letal
veneno, y clava su zarpa en la indefensa víctima. La zarza espinosa arranca al
pasar el blanco vellón de las ovejas, y en las sendas escabrosas de la vida la
calumnia arranca el honor y vierte su aliento impuro sobre todo lo que enaltece
el espíritu y eleva el corazón.
Amor, virtud, amistad, genio, saber, abnegación, heroísmo, inocencia,
nada vale a sus ojos, y clava su saeta envenenada en un Dios que redimió al mundo,
en un Dante que condujo al destierro, en Aristóteles que tuvo que envenenarse
para libertarse de sus calumniadores. Heráclito se retiró a los bosques para
librarse del odio y calumnias de sus conciudadanos; Bacón fue tratado de Brujo
y Petrarca odiado por sus versos; Descartes huyó a Holanda por sus ideas
filosóficas, y Sócrates tomó la cicuta por sus virtudes que sus enemigos
declaraban crímenes, y Anaxágoras encadenado por haber emitido una idea elevada
del Ser Supremo. Y así, la calumnia va azotando, como incendiaria tea, los
suntuosos palacios como la humilde choza del campesino, llevando a todos los
mortales el dolor, la tristeza y la ruina. Pero suena la hora de la redención,
llega el alba de la esperanza, y la verdad alumbra todos los senos del oprobio
que causó la calumnia y el vil calumniador dobla la cerviz ante la justicia
divina.
La maledicencia es hija legítima de la calumnia; es la murmuración, deleite
de las almas bajas, para las que desollar al prójimo, es una necesidad vital.
Para ganar méritos que no tiene, se apoya en la envidia y la venganza; es como
esas bolas de nieve que de débil copo que eran cuando comienzan a rodar, se
tornan al final en esas masas que aplastan cuanto encuentran.
No hay que creer que la maledicencia solo exista en la palabra; está en
una sonrisa burlona, en una mirada torva y malévola que dicen más por la duda
que inspiran y
muchas veces injuriosas. ¡Cuántas veces una mirada imprudente mancha una
frente pura, como una sonrisa aleve puede ser estigma de ignominia!
La murmuración es enemiga insidiosa que se alimenta lanzando palabras
mal intencionadas, términos indecisos, el vulgar «se dice» que hace un crimen o
una locura de una acción inofensiva o involuntaria. Es verdad que la ley moral
nos ordena que amemos al prójimo como a nosotros mismos, pero lo que es el
maldiciente con todo y catecismo le da a la humanidad contra una esquina.
La envidia es una innoble pasión que a modo de pólipo del organismo
moral, brota en las entrañas de las almas pequeñas, degenera en ellas toda
sensibilidad y amor, destruye el sujeto moral de la persona, perturbando todos los
resortes de la vida social y de la familia. La envidia atisba al mérito y a la
dignidad, a la virtud y a la belleza y aliada con la calumnia va por el mundo
sembrando la discordia y las penas, el egoísmo y la ignominia.
Cuando la estimación propia está basada en un principio de justicia,
cuando los méritos se presentan sin ostentación, entonces es un sentimiento
noble de nuestra naturaleza y las alabanzas deben recibirse con modestia.
Enseñemos, pues, a nuestra juventud a ser modesta y humilde.
El fraude o engaño es toda acción contraría a la verdad o a la rectitud.
Tiene por auxiliares a la mentira y a la intriga; y bien desgraciada es una
sociedad que se ve rodeada de gentes que anteponen a todo honor y a toda
justicia el engaño para acarrear pérdidas de dignidad y de dinero, y enciende
en los ánimos esa guerra de iras y represalias propias para perturbar el orden
de los negocios o las legítimas aspiraciones del mérito. Por eso lo que se predica
en nuestro medio ambiente, en relación con virtudes tan nobles como la
sinceridad y la probidad; está destinada a concluir con la industria del
fraude, que es la de los caballeros de industria, con la holgazanería de los
que quieren vivir de los otros, que es la industria de la pereza.
Delación. El punto se reduce, tratándose de escolares, a esta pregunta: ¿Tiene el
maestro el mismo derecho que un juez para obligar a que se le diga la verdad?
Casi todos los moralistas y pedagogos eminentes contestan categóricamente: el
maestro no goza de los mismos derechos del juez; el paralelo entre un
institutor y una Corte es falso. El maestro, pues, no puede compeler al alumno
a que cometida por un compañero debe ser el último recurso que toque, pues de
otro modo caería en la represión inquisitorial prohibida por la ley. Hay en la
palabra del maestro una fuerza que bien dirigida, puede mover los sentimientos de
hidalguía del escolar, para obligarle a decir la verdad y delate a un
compañero, ni puede castigarlo porque no habla. El maestro puede servirse de
otros medios para esclarecer la verdad; la insistencia directa a la denuncia de
una falta.
La chismografía es una peste que asola todos los buenos sentimientos,
crea odios, a veces dilatados, acostumbra al niño a la venganza. No es racional
ni humanitario hacer al alumno preguntas comprometedoras de su honor, en punto a
delatar a un compañero culpable, aún sabiéndolo. Es preferible para el maestro
eliminarse en todo asunto que involucre culpabilidad del alumno y excitar la
caballerosidad de los escolares para que ellos mismos castiguen al que ha
procurado eludir la responsabilidad. Es decir, no mentir, ni delatar es una
clase de ética que se da en la muy famosa escuela militar de West Point (EE.
UU. De América.)
Del punto de vista político me atengo en un todo a la opinión del
ilustre y digno Presidente del Ecuador, General Leónidas Plaza: «Quiero que
sepa, señor Gobernador, que durante el período de mi mando en el Ecuador no
habrá policía secreta en su ruin aspecto inquisitorial de perenne espionaje y
delación continua: dos grandes inmoralidades que manchan a los Gobiernos y
crean conflictos sociales, cuya amargura hemos paladeado en repetidas
ocasiones.»
jueves, 3 de diciembre de 2015
Sócrates…un mensaje para los correveidile
Observación: No tengo conocimiento cierto, en relación al autor del diálogo siguiente o que dicha experiencia haya sido vivida por Sócrates; pudo incluso ser escrita o vivenciada por otro personaje del ayer o del presente. La comparto por la enseñanza moral que de dicho diálogo se infiere para el cotidiano vivir.
Sócrates tenía gran reputación como hombre sabio de la antigua Grecia. Cierto día un hombre vino a él a contarle sobre un amigo. Se le acercó y dijo:
Sócrates tenía gran reputación como hombre sabio de la antigua Grecia. Cierto día un hombre vino a él a contarle sobre un amigo. Se le acercó y dijo:
- ¿Sabes lo que acabo de oír sobre tu amigo?
Sócrates respondió:
- Un momento. Antes de que me cuentes, me gustaría hacerte un test, al que llamo el de los tres tamices.
- ¿Los tres tamices? - Inquirió aquel hombre.
- ¡Sí! - dijo Sócrates. - Antes de contar cualquier cosa de los demás, es bueno tomar el tiempo para filtrar lo que se quiere decir. A eso le llamo el test de los tres tamices.
- El primer tamiz es la verdad. - Continuó Sócrates. ¿Has comprobado si lo que me vas a decir es la verdad?
- ¡No! - Contestó el hombre - Solo tengo lo que he oído hablar de tu amigo.
- ¡Muy bien! - respondió Sócrates - Así que no sabes si es la verdad. Ahora continuemos con el segundo tamiz, el de la bondad. ¿Lo que deseas decirme sobre mi amigo es bueno?
- ¡Ah, no, por el contrario! Dijo el hombre.
- Entonces, - dijo Sócrates - quieres contarme cosas malas acerca de él, y ni siquiera estás seguro de que sean verdaderas. Tal vez aún puedas pasar la prueba, veamos el tercer tamiz, el de la utilidad. ¿Es útil que sepa qué me habría hecho este amigo?
- ¡No! - Contestó el hombre.
Ante esto, concluye Sócrates, diciendo:
- Lo que querías decirme no es ni cierto, ni bueno, ni útil. ¿Por qué deseabas contármelo?
Sócrates respondió:
- Un momento. Antes de que me cuentes, me gustaría hacerte un test, al que llamo el de los tres tamices.
- ¿Los tres tamices? - Inquirió aquel hombre.
- ¡Sí! - dijo Sócrates. - Antes de contar cualquier cosa de los demás, es bueno tomar el tiempo para filtrar lo que se quiere decir. A eso le llamo el test de los tres tamices.
- El primer tamiz es la verdad. - Continuó Sócrates. ¿Has comprobado si lo que me vas a decir es la verdad?
- ¡No! - Contestó el hombre - Solo tengo lo que he oído hablar de tu amigo.
- ¡Muy bien! - respondió Sócrates - Así que no sabes si es la verdad. Ahora continuemos con el segundo tamiz, el de la bondad. ¿Lo que deseas decirme sobre mi amigo es bueno?
- ¡Ah, no, por el contrario! Dijo el hombre.
- Entonces, - dijo Sócrates - quieres contarme cosas malas acerca de él, y ni siquiera estás seguro de que sean verdaderas. Tal vez aún puedas pasar la prueba, veamos el tercer tamiz, el de la utilidad. ¿Es útil que sepa qué me habría hecho este amigo?
- ¡No! - Contestó el hombre.
Ante esto, concluye Sócrates, diciendo:
- Lo que querías decirme no es ni cierto, ni bueno, ni útil. ¿Por qué deseabas contármelo?
martes, 1 de diciembre de 2015
Orgullo y vanidad. Verdad y mentira
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La gloria es un sentimiento que nos eleva sobre el común de los mortales
por grandes dificultades vencidas, por el bien hecho a los hombres, por el
triunfo de la verdad, por la exaltación de la virtud. Esa gloria atribuida a
los hombres no es más que lo que llamamos celebridad, como la que han alcanzado
todos los grandes hombres de la historia.
La verdadera gloria sólo pertenece a Dios en el cielo, y en la tierra a
la virtud grande, heroica y bienhechora. Pertenece a los humildes que dejan
tras sí brillantes estelas de beneficios y virtudes; al Cristo que nació en un
pesebre y redimió al género humano, a un Vicente de Paul que recogió huérfanos
y fundó hospitales, a un Carlos Borromeo que asistió a los apestados de Milán,
a Colón que descubrió un nuevo Continente, a Watt y Stephenson que inventando
la máquina a vapor acercaron a todos los hombres y fusionaron las razas y las
civilizaciones, a Morse y Marconi que nos han dado la clave para hablar
instantáneamente con todos los pueblos.
El orgullo y la vanidad de la nobleza se timbran en sus blasones, pronto
comidos por la polilla, en los soberbios alcázares derrumbados por el huracán
de los siglos.
Vanidad, aquella palabra de Luis XIV: «El Estado soy yo»; de aquel poder
que después de memorables victorias acabó con los tesoros de la Francia y con
la sangre de sus hijos.
La vanidad es el vicio de las almas vulgares. Es un sentimiento que
simula cualidades que no se tienen; es el borrón de la belleza en las mujeres y
en el hombre el sello de la estulticie que lo lleva a entrometerse en las cosas
más serias y difíciles de la vida. El vanidoso en nada repara, ni en agraviar,
ni infamar honras, ni en desmerecer las buenas reputaciones, el decoro de la
virtud, el brillo del talento, las luces del sabio.
Por eso es que la modestia es una de las cualidades que más deben
recomendarse a los jóvenes, para que en ellos se afirme la sinceridad y la
rectitud que es el incentivo de todos los corazones grandes y nobles. Que en
sus almas resplandezca el candor y la sensibilidad alejando lo ficticio, que es
el velo que oculta la hipocresía y enardece la perfidia.
Verdad
es todo lo que se cree de todo corazón y con la luz del espíritu, con el apoyo
del consenso de la opinión ilustrada o por la naturaleza divina de las obras.
La veracidad es la honradez en acción y lo que da al hombre la grandeza de
carácter, la estimación y confianza de todos los que lo rodean. La mentira, por
el contrario, lleva careta frágil que cae al primer impulso de la verdad y
exhibe el rostro avergonzado del cobarde y el doblez de conducta del embustero.
El hombre mentiroso es vil y contagioso, y por eso huyen de él las gentes
honradas, esfinge: de dos caras que ya juega con la honra, como aparenta veracidad
en favor del calumniado. Mentir es el ambiente de los logreros, de los avaros,
de los ambiciosos de títulos, de prebendas, de dinero o de poder. Ser veraz, es
propio de los grandes caracteres, de los hombres honrados. Prisionero Régulo de
los cartagineses le enviaron a Roma para solicitar la paz, con la condición que
si ésta no se obtenía volviera a su cautiverio. Se presentó ante el Senado, y en
vez de pedir la paz sostuvo la guerra contra Cartago; se le aconsejó que no
volviera, alegando que no faltaría a su palabra, pues que el juramento que dio fue forzado; y romano de
aquellos tiempos volvió al poder de sus enemigos que lo hicieron morir en el
tormento.
Por eso, en todas las esferas de la vida, a pesar de las injusticias
humanas, a pesar de la predicación de los falsos, apóstoles, a pesar de las
iniquidades del despotismo, la verdad resplandecerá como sol de vida; y por la
verdad se ofrecieron en sublime holocausto los mártires del cristianismo, y por
la defensa de las verdades políticas y sociales perecieron los héroes en los
campos de batalla, y los filósofos en las mazmorras.
La mentira, esa «Reina del mundo», como la llama Calderón, engaña al
noble con la vanidad, al soberbio con, la grandeza, al pobre con voluntad y al
rico con alabanzas. El jesuita guayaquileño, Lupercio de Argensola, escribió con
mucha gracia:
Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Y esta otra:
Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos
Ni es cielo ni es azul.
La inmoralidad de la mentira procede, las más veces, de influencias
exteriores o del interés personal que disfraza la verdad, oculta el sentimiento
de lo real, y esos dos vicios son los que más pervierten el carácter y alejan de
los niños la veracidad y hacen de ellos seres falsos e hipócritas. Es por eso
que jamás se deben emplear medios violentos para obtener la verdad, ni recurrir
a los halagos, ni a los castigos, ni a la delación, que debe proscribirse, como
ya se dirá más abajo, porque con esos procederes no se hace más que avivar la
malicia y la astucia. No todos los grados de la mentira son acreedores al mismo
rigor; pero siempre debe apelarse a los sentimientos de dignidad y honor para
formar de los niños caracteres francos, leales y sinceros; y hágaseles
comprender que la mentira hace perder la confianza, que la confesión de las
faltas si no las excusa, disminuye su gravedad, que alejada la buena fe y la franqueza
el educando será siempre perjudicial e indigno. Por la mentira se falta a Dios,
se esteriliza el cariño de la familia, de la amistad, se mata la mutua
confianza. La mentira es el primer grado de la traición. Cubrir una falta con
una falsedad es como querer tapar una mancha con un agujero.
Pereza y ociosidad. Avaricia. Prodigalidad
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Para los pensadores contemporáneos la idea madre de la educación está en
iniciar al niño o adolescente en las primeras nociones del bien y advertirle las del mal; y siguiendo
las ideas de Sócrates en los conocimientos que procuran la salud del espíritu y
del cuerpo, la virtud y la fuerza que conducen a formar un hombre útil a los
demás. Para formar ese hombre es necesario infundir en la mente del niño la
idea salvadora del trabajo.
Hoy día el elemento económico forma la base del desenvolvimiento de las
fuerzas productoras; el capital asegura independencia, progreso general,
elevación de las actividades del espíritu, que en suma, capital y trabajo
llevan un ideal digno: el progreso y la felicidad de la patria.
Ya lo dijo Carlyle: sólo hay miseria donde no hay deseos de trabajar. Samuel
Smiles, el gran educador inglés, proclamó el trabajo individual como ley que
educa y dignifica a los hombres. Pues bien, para matar la pereza y la
ociosidad, genitoras de todos los vicios, necesario es apelar a la madre de
familia, que es la primera educadora en el seno del hogar (independientemente de las nuevas teorías); su influjo sobre el
tierno infante es decisivo, forma al futuro ciudadano y al futuro trabajador, iniciándolo
desde los albores de la vida en todas aquellas faenas útiles que despertarán en
él el deseo de avanzar, de contemplar sus propias obras, de incrustar el hábito
de estar ocupado, de servir de algo, hábito que con el tiempo le enseña a
apreciar lo útil. Por el contrario el ocio es costumbre viciosa que hace decaer
la voluntad, inutiliza el propio esfuerzo. Y esa falta de firmeza aleja al
hombre del estímulo y le abre anchas las puertas del vicio. Incumbe, pues, a
los educadores continuar en la escuela la obra meritoria de la madre. La
función hace al órgano y la ejecución de las labores graduales a que se debe
dedicar el niño; éstas son siempre gratas si se logra impresionarle sobre su
bondad y mérito, y no olvidará el camino durante el resto de su vida; queda en
él impresa la sensación de que emplear bien el tiempo, es utilidad y satisfacción,
es formar así el carácter y la voluntad que son los óbices en que naufragan los perezosos. El
desgraciado que vaga todo el día a la buenaventura, al azar del vicio, no es
más que el pesado gravamen, el deshonor de
la sociedad y de la familia, la pesadilla de todo el mundo, el
candidato obligado de las cárceles, el bochinchero de oficio, el estafador
constante, el vago ineludible que casi siempre se engolfa en el crimen, camino
del patíbulo.
Si la avaricia que no es más que el apetito desordenado de obtener
riquezas, es una de las trasgresiones del deber, es porque inferimos daño a
otro o privamos a la sociedad del beneficio de las riquezas adquiridas, si de
éstas se hace un estancamiento absoluto. La codicia sórdida es la que absorbe
bienes y dinero sin gastar nada en ellos, la que inmoviliza los resortes del
progreso, los legítimos goces del trabajo, la protección de la orfandad, la
negación de la caridad y de la limosna, la ruina de la verdadera economía. La
avaricia arrebata a otros lo que se niega a sí mismo y empaña así todo
sentimiento noble, todo esfuerzo generoso para evitar el más pequeño gasto,
como aquella rica dama que ordenó se la inhumase enteramente desnuda para
evitar el empleo de una camisa.
Prodigalidad es despilfarro, mal uso de lo que se tiene sin atender a
los más sagrados deberes. Así es que el pródigo roba a sus hijos la parte de
bienestar que les toca.
Beneficencia y magnanimidad no son amigas del pródigo, porque éste no
conoce el espíritu de caridad, ni los arranques nobles del corazón; bota el
dinero en los placeres, en los alardes del orgullo o de la vanidad, ignora lo
que es hacer el bien, su vida es atender a su persona, hacerse notar. El avaro
es el antípoda de todo progreso, de todo bienestar, porque su tendencia es
acumular monedas, como el pródigo tiene el vértigo de disipar lo propio y lo
ajeno.
El espíritu de economía nos hace sobrios alejándonos de ruines placeres
que aminoran la vida y el bolsillo, nos brinda aquellos goces que la sociedad
ha establecido como fórmulas indispensables de las buenas costumbres. Formar un
capital para los hijos es una satisfacción y un dulce deber. No son las
riquezas el único incentivo del trabajo y del amor, sino que ellas vienen a
aumentar los encantos de la vida y el bienestar de todas las clases sociales.
Castidad y pornografía
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
El pudor es el velo misterioso de la virtud y la valla contra las
engañosas promesas de la seducción. El pudor revela la pureza de la
conciencia. Es cualidad preciosa en todos los jóvenes en cuyas acciones debe
reinar la moral más severa, apartándose de la relajación de las costumbres; el
pudor forma así una de las condiciones de la belleza y el apoyo de un espíritu recto
e ilustrado.
Las leyes de la fisiología como las de la moral ordenan a la juventud gobernarse castamente
para poder conservar todas las cualidades del cuerpo y del espíritu. Este fin
responde al más alto grado de la educación moral y debe ser preferente objeto
de la vida, pues de él se deriva el bienestar de la Nación y el porvenir de las
razas bajo todas las latitudes. Toda costumbre, toda luz moral que tienda a
encarrilar al hombre en el riel de una higiene bien entendida y en el dominio
de sí mismo, prepara a las generaciones esa vida llena de fuerza, de inocencia
y belleza que forma la verdadera nobleza del ser humano. He aquí por qué la
primera educación es la directriz que hace de la inocencia una virtud; como las
malas influencias en esa época de la vida ocasionan males profundos en lo
físico como en lo moral; y como las nociones del bien se pierden con frecuencia
en las concepciones erróneas que se tienen de la virtud, resulta que es
condición primordial de una buena enseñanza formar el corazón en la moral y
buenos ejemplos.
Nada, pues, se debe olvidar al dirigir el sentimiento y la voluntad por
el buen sendero de la castidad, que es virtud y salud en un período de la vida
en que la imaginación, como fragua donde hierven y se funden todos los ideales,
forja en la mente juvenil las más vivas sensaciones y el desarrollo de pasiones
que parecen arrastrar en arrebatado oleaje todos los afectos nobles y los
sentimientos, más puros del espíritu humano. Es necesario recordar que la
fuerza de atracción sensual ejerce sobre la imaginación de los jóvenes poderosa
impresión y que las nobles acciones y buenos sentimientos alcanzados por la
educación no resisten mucho tiempo a los incentivos del mal ejemplo y de las
malas compañías; y el mal empeora si los jóvenes frecuentan personas de mal
vivir o entregadas a la molicie, al juego, a las bajas pasiones.
Debemos respeto a la sociedad y a la familia contra las cuales atentamos
si manchamos el honor con el fango de una falta. Fuerza y carácter, sentimiento
y dignidad son los pedestales sólidos que sostienen el verdadero mérito del
hombre digno. La demasiada familiaridad con personas apenas relacionadas en el
círculo de nuestro hogar, ocasiona tarde o temprano desagradables consecuencias
y siempre nos da la nota de ligeros entre las personas sensatas.
Las amistades incoloras, acaso impregnadas de malos hábitos, esas que se
cubren con el oropel del cariño y apariencias de honradez, son lazos tendidos a
la inocencia y a la credulidad, porque el malvado tiene envidia a la virtud y
su obra es hacer víctimas. Esas amistades deben evitarse; esas relaciones
perjudican al honor y dignidad de la familia. Las malas amistades y los malos
ejemplos son las horcas caudinas de la juventud.
El arte corruptor, como corcel desbocado, ha lanzado a la publicidad,
con desvergüenza que no reconoce límite toda clase de estampas y fotografías
obscenas para dar amplio pábulo al libertinaje: es la pornografía o sicalipsis que
desconociendo todo pudor y respeto, se ha complacido en los detalles más
íntimos del cuerpo, en avivar los colores, en hacer resaltar las formas para
provocar más los placeres inmundos y livianos y elevar así altares a la
impudicia, a la vanidad, a la villanía. ¿No es esto quitar a la mujer ese manto
de hermosura, la castidad, para prostituir la obra más excelsa del Creador,
matar la noble pasión del amor, arrojar al fango las ilusiones más encantadoras
de la vida?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)