UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

martes, 16 de febrero de 2016

Haz a los demás todo lo que quieres que te hagan a ti.

Comparto la siguiente narración por la enseñanza moral que de ella se deriva, siempre y cuando se realice la correspondiente reflexión e interiorización del conocimiento.

"Era una familia formada por el padre, la madre y un hijo. Después del fallecimiento del padre, el hijo llevó a su madre a un asilo. El hijo sin paciencia para darle atención a su anciana madre, y deseoso de aprovechar la vida; justificando su acción en la falta de tiempo, la visitaba muy de vez en cuando.

Un día el hijo recibió una llamada del asilo. Le informaron que su madre se estaba muriendo; fue corriendo para verla antes de que falleciera. Al llegar el hijo, preguntó a su madre:

- ¿Deseas que haga algo por ti madre?

La madre contestó:

- Quiero que coloques ventiladores en el asilo, porque aquí no tienen. También quiero que compres refrigeradoras, para que la comida no se dañe más. Muchas veces a lo largo de estos años, dormí sin probar alimento.

El hijo muy sorprendido y aturdido, le dijo:

- Madre, hasta ahora me estás pidiendo estas cosas, precisamente cuando estás a punto de morir; ¿por qué no me lo pediste antes?

La madre con mucha tristeza, le miró profundamente y respondió:

- Hijo mío, me acostumbre a vivir con hambre y calor, pero quiero que compres esas cosas, porque tengo miedo que tú no te acostumbres a este sitio cuando estés viejo y tus hijos te coloquen aquí".

lunes, 15 de febrero de 2016

Espíritu de familia. Orden en la casa.

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán

El espíritu de familia lo forma esa vida dulce, tranquila y ordenada que solo se encuentra en el seno del hogar; es esa paz inalterable que debe reinar en él, y donde los padres son los patriarcas de ese cielo en que viven los niños que son los ángeles; es ese lugar donde nacimos, donde están todas las reminiscencias de nuestra infancia; es esa casita blanca rodeada de perfumadas flores, de aves enamoradas, de cantos de alegría, de frutos almibarados, de sol deslumbrante durante el día e iluminada por las estrellas del cielo durante la noche; es decir, el nido de los sentimientos del corazón, de las virtudes del alma que nos acercan a Dios y que marcan nuestro destino en el camino de la vida. (Concepción poética del ambiente en familia. En lo que se refiere al entorno natural, poco queda en nuestro deforestado país.)

El espíritu de familia lo forma esa noble genealogía de amores y recuerdos, de esperanzas y placeres de la infancia que nunca se olvidan; lo forma esa primera escuela del hogar que ampara y favorece las primeras dulces enseñanzas de la madre, los consejos del padre. Y luego, cuando los hijos llegan a ser hombres, esa dicha de inclinar reverente la cerviz ante la majestad de una cabeza cana, de besar la frente venerable de una madre, de una esposa amante, y estrechar contra el pecho las cabecitas rubias de los ángeles del hogar, como bálsamo de vida que la Providencia nos envía desde el cielo. Los hijos llegan a la edad de abrazar un campo más extenso a sus actividades y entran en posesión de una carrera o de un oficio.

La hija se recoge todavía en el seno del hogar, bajo los pliegues del maternal cariño, a sentir el calor de la familia y la santa meditación del porvenir. Pero pasan las horas de la adolescencia, y la hija de familia pasa también el umbral de ese hogar para realizar su definitivo destino como esposa y madre (actualmente también como profesional), augustas funciones que la hacen digna de todos los merecimientos y atenciones. Pero el abandonar así los lazos queridos, ellos, los hijos, lleva en sí el sentimiento del deber, y en la conciencia los rayos de la verdad y del bien. Y todavía, en las postrimerías de la vida no se olvida el antiguo hogar solariego, cuando los hijos ya viejos y valetudinarios vuelven hacia él la mirada entristecida por los recuerdos, hacia ese cementerio de los corazones, que al fin, nos ha permitido llegar al sepulcro llevando con nosotros los últimos fulgores de la familia, mezclados con las esperanzas del cielo.

El amor al orden en la casa es un factor importante en el mecanismo de la economía doméstica. El método consiste en dividir el tiempo del mismo modo como se hacen los establecimientos de enseñanza. A cada ocupación corresponde una hora determinada. Distribúyase el trabajo de los servicios y de los sirvientes sin distraerlos de él para ocuparlos en otra cosa, adoptando un sistema uniforme de acción a las mismas horas.

La idea del orden, puesta en práctica, puede decirse que es la mitad del bienestar de la casa. La vista se reposa, con placer en un hogar donde reina la simetría y el buen gusto, en donde todo se halla en aseo y buen orden; y por eso admiramos esos hogares en donde impera el trabajo y la actividad que todo lo alienta y vivifica para crear la prosperidad de la familia y los dulces goces del hogar.

Una sociedad tan solidaria del bien como debe ser la familia ha de apoyarse en las inapreciables ventajas que traen el orden y la economía. El orden y la limpieza prueban hábitos regulares y dan idea del espíritu de cultura del hombre.

Los amos (palabra que ha desaparecido nada más en teoría) de casa deben manifestar a sus sirvientes cariño, tolerancia y apacibilidad, y proceder con ellos con justicia, evitando las órdenes altivas, hablarles con calma y sin orgullo, puesto que son seres racionales dignos de amor y consideraciones; así es como se obtiene que los sirvientes (a lo mejor haya sido reemplazada por algún eufemismo), establecida la confianza en ellos, sean muchas veces los mejores amigos y consejeros de la familia.




http://reflexionesvillalta.blogspot.com/p/distribucion-de-roles-en-la-familia_13.html
http://valoresvillalta.blogspot.com/2016/02/deberes-generales-del-ciudadano.html

Obligaciones filiales

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Probablemente, el pensamiento del Dr. Guzmán, parezca anticuado y hasta risible para nuestra civilizada sociedad del siglo XXI; sin embargo, hagamos un esfuerzo por leer sus palabras; tal vez encontremos el conocimiento que llevado a la práctica sea el antídoto que nos permita salvar nuestro mundo. [1]

La familia no solo es un conjunto de personas que viven reunidas por el azar de nacimiento, sino esa comunidad de almas, encargadas de hacer más perfecta y útil la vida del hogar. El padre se afana por mantenerlo próspero y atrayente; la madre cuida a cada instante de los pequeños, protege su debilidad e inocencia, les inculca los primeros rudimentos del saber, vigila su conducta más tarde, los lleva al templo para adorar a Dios e infundirles las verdades religiosas; los vela en sus enfermedades con el más solícito cuidado; les inculca lecciones de virtud, de dignidad, de justicia, de cordura y economía; los consuela en sus penas y los acompaña en sus goces; y más tarde, ya más entrados en la vida, coloca a los varones para que ganen su vida honradamente, y por el matrimonio eleva a las hijas al rango de matronas para que den lustre a la sociedad. ¡Cuánta debe ser, pues, la gratitud de los hijos hacia los autores de sus días por tantos desvelos y sacrificios hechos por ellos! En todas las circunstancias de la vida deben considerarlos como los seres más dignos y venerables, rodearlos de todas las consideraciones y respeto, prodigarles todos los cuidados y consuelos en los días de desgracia o enfermedad. La piedad ilustrada, esa que recuerda los dolores ajenos y reflexiona sobre la obra santa de hacer el bien, nos está diciendo, que los primeros en nuestro corazón y en nuestro espíritu deben ser nuestros padres; que debemos amarlos hasta el sacrificio, que debemos engrandecer sus obras y su nombre, y que su memoria, si brilla en la historia, debemos guardarla en el corazón como una dulce religión que hemos de trasmitir a los demás.

Un hijo bien educado no debe emprender nada sin consultar con sus padres, pues ellos, por las luces de la ciencia, por el conocimiento de los hombres y de las costumbres, por su experiencia, están en aptitud sobrada de velar por los intereses y felicidad de los hijos. Nuestro respeto y obediencia deben ser profundos y esta última no debe tener límites sino los señalados por la razón y la moral, pues la desobediencia, además de ser una falta grave, nos traerá tarde o temprano los más amargos remordimientos y los más grandes desengaños. Por la desobediencia desconocemos la autoridad paterna matando el amor y el cariño, establecemos la rebeldía que anula todo lo santo y bueno que debe existir en el hogar, damos entrada a la discordia que destroza la solidaridad y el amor entre los hermanos, dándoles pésimo ejemplo de deslealtad, aminorando ese celo que debe reinar en la familia para ayudarse mutuamente y para que el hogar represente ese seno de concordia, que es el alma de todas las buenas obras, la amplitud del amor y el deber.

Si el nombre, la persona o la memoria de nuestros padres son ya cosas tan sagradas y estimables ante las cuales debemos quemar incienso; en grado inferior, pero siempre digno y constante debemos tributar a nuestros mayores de la familia, a nuestros caros abuelos, esos primeros eslabones del árbol genealógico de la familia, nuestro respeto, amor y consideraciones. Tanto más, que la veneración se impone hacia esos seres que van bajando los últimos peldaños de la vida, hacia la noble y majestuosa vejez, esa que lleva cubierta la cabeza con los rizos blancos de los años, que vive más la vida de ultratumba que la de los demás mortales, y que nos revela un sentimiento natural e irresistible de respeto, algo de sagrado que nos inspira la idea de la inmortalidad.


[1] Cursivas personales