UNIDAD CENTROAMERICANA
jueves, 8 de septiembre de 2016
miércoles, 7 de septiembre de 2016
Flor de izote
Oswaldo Escobar Velado
Blanco se vuelve el aire que te mece
En torno de tu cielo y tu ternura.
Para cuidar tu mundo de blancura
Un ángel blanco como tú amanece.
Espiga de la flor, flexible espiga.
Cómo musical el viento en que te aromas.
Cada flor de tu flor, en las mañanas,
Es una campanilla en que desgranas
El silvestre rumor de las barrancas.
De los verdes puñales del izote
Surge tu blanco y delicado brote
sábado, 16 de julio de 2016
lunes, 11 de abril de 2016
Las sábanas de la vecina
Una
mujer le comenta a su esposo:
-
¡Qué sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero! –– Tal vez necesite
un jabón nuevo – ¡Ojalá pudiera ayudarla a lavar las sábanas!
El
marido la miró sin decir palabra alguna.
Cada
dos o tres días la mujer repetía su discurso, observando siempre a través de la
ventana, a su vecina tender la ropa.
Al
mes, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tender las sábanas blancas, como
nuevas, limpias; y le dijo al esposo:
-
¡Mira, al fin aprendió a lavar su ropa! ¿Le enseñaría otra vecina?
El
marido respondió:
-
¡No! Hoy me he levantado temprano y lavé los vidrios de nuestra ventana.
Interesante
lección
Tanto
la que da el esposo al no objetar a su esposa; como la que se infiere del contexto
general. Resulta que a veces criticamos sin conocimiento; e incluso, sin
pensar que quizás los que estamos mal somos nosotros.
“Todo
está en el color del cristal con que se mire”.
jueves, 24 de marzo de 2016
Fraternidad humana
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Así como el amor es el lazo de unión de los corazones, así la
fraternidad humana es la alianza de todas las almas. El amor universal vive en
el seno de esa amada madre, la naturaleza, que todos los días da a sus
hijos el ósculo de paz. Al aparecer el alba el sol brillante envía sus rayos a
todos los senos del planeta e invita a todos los seres de la creación que
crujan el espacio en busca de vida y amor. Y en ese festín de la naturaleza el
amor alza la copa de la fraternidad y llama a todos los seres a saborear el
néctar de la vida y a derramar los raudales de la ternura y la simpatía.
Esto pasa en el gran teatro de la naturaleza, pero en el mundo social de
los hombres, esa paz y armonía no existe entre ellos. El hombre, animal
privilegiado, que destruye para vivir, se halla dotado de una gran fuerza, la
inteligencia, espada de dos filos que ciega existencias por todos lados
cubriendo el planeta con el despojo de los pueblos, con la ruina de las ciudades,
con el furor de guerras inicuas, con toda clase de horrores.
Pero si esto es verdad, la mirada de los pensadores, de los filántropos,
de los apóstoles de caridad, va penetrando en los abismos de la vida,
confortando los resortes del progreso, y la voz de la filosofía va lanzando sus
rayos de luz hacia los oprimidos, dirige sus imprecaciones sobre los ambiciosos
de la tierra, levanta la frente del justo, alza al humilde, aniquila la
discordia, ilumina la justicia, hace triunfar la virtud, y aconseja a todos los
hombres a vivir como hermanos, a formar del universo una sola familia y a
extender la felicidad por todos los ámbitos del mudo. Las razas se unifican;
los Estados se federan; los pueblos buscan a otros pueblos por la identidad de
la lengua, de las costumbres, de los comunes intereses; y la actual civilización
a pesar de sus caídas y de sus errores presenta ya una vasta y halagüeña
atracción de pueblos, para ir acercando a las naciones y formar esos núcleos
potentes que ensanchan los horizontes del progreso y proveen a su propia
seguridad e independencia.
La civilización, pues, tiende a internacionalizarse. Las ciencias, el pensamiento, el arte no conocen fronteras; los genios nacen en todos los senos del planeta, no reconocen supremacía de lenguas ni de razas. La humanidad se eleva triunfalmente sobre las diferencias nacionales. El dominio de las artes, las exigencias sociales y económicas derrumban las fronteras de los pueblos vecinos, aunque sean rivales; los descubrimientos del uno, como el oro del otro, pasan en una corriente irresistible a los cerebros y a las cajas de amigos y enemigos; es decir, ideas, sentimientos e intereses crean la corriente del internacionalismo, los cimientos de la fraternidad humana.
La civilización, pues, tiende a internacionalizarse. Las ciencias, el pensamiento, el arte no conocen fronteras; los genios nacen en todos los senos del planeta, no reconocen supremacía de lenguas ni de razas. La humanidad se eleva triunfalmente sobre las diferencias nacionales. El dominio de las artes, las exigencias sociales y económicas derrumban las fronteras de los pueblos vecinos, aunque sean rivales; los descubrimientos del uno, como el oro del otro, pasan en una corriente irresistible a los cerebros y a las cajas de amigos y enemigos; es decir, ideas, sentimientos e intereses crean la corriente del internacionalismo, los cimientos de la fraternidad humana.
Solidaridad |
martes, 8 de marzo de 2016
Altruismo y egoísmo
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La sociabilidad es la condición primera del progreso de la humanidad; es
una especie de instinto que hace desde remotos tiempos que la familia, la
tribu, el pueblo, la ciudad busquen la reunión del esfuerzo común como factor
indispensable en la conservación de la especie, y para sumar las utilidades y
ventajas de la asociación humana. Así, la familia creó afectos profundos, derechos
y deberes indispensables a la existencia. Aquí comenzó a hacerse presente el
altruismo mezclado con el amor al emplear los padres su vida, sus recursos, sus
anhelos, los sacrificios maternos para criar y educar a sus hijos. Si de la
familia pasamos al pueblo, a la ciudad, a la nación, hay ahí un instinto
general, bajo cuyo imperio el hombre es impulsado hacia el hombre; busca su
vecindad, porque la soledad es un cautiverio que entristece la mente y aniquila
toda idea útil, anula las costumbres, endurece el espíritu y lo hace huraño a
todos los incentivos que procura la asociación, le sustrae simpatías y
sentimientos, alegría, todo lo cual parece una especie de contagio irresistible
que se hace sentir en todos los individuos que forman la asociación.
Y luego, constituida la sociedad humana, el hombre tiende a las
distinciones, al poder, a los títulos, al rango social, a la riqueza, a la
gloria por los méritos y el talento, a la bonanza que procura el trabajo, como
necesidades sociales inherentes a la humana naturaleza. Surgen, enseguida,
pasiones nobles como el patriotismo, el heroísmo, la caridad, la abnegación,
el sacrificio que han ennoblecido el espíritu humano y lo han llevado a
realizar todas esas obras de caridad y beneficencia que son manifestaciones
sublimes del más acabado altruismo. Gracias al espíritu de éste los siglos XIX
y XX han esparcido las más nobles enseñanzas, han glorificado las batallas del
derecho, de la libertad, las ejecutorias de la justicia, realizando los
descubrimientos más portentosos, las empresas de utilidad pública y exaltado
las virtudes cívicas como elementos de la libertad de los pueblos.
Y gracias a este desenvolvimiento del espíritu humano apareció el
altruismo de un Washington que no fincó sus glorias en las proezas militares,
sino en hacer libres y felices a los pueblos; apareció el altruismo de un
Bolívar que creó la democracia y el amor a la nueva patria; sacrificó sus
intereses, su familia, expuso mil veces su vida, conjuró la ingratitud y la
traición, improvisó, tropas, jefes y oficiales, rehusó honores y riquezas y de
victoria en victoria fundó al fin la libertad de cinco Repúblicas, y vino a morir
a Santa Marta sin tener segunda camisa que ponerse. Estos dos ilustres varones
son la gloria del Nuevo Mundo, honor del género humano, personajes insignes que
figurarán en las páginas de la historia entre los más grandes de todos los
pueblos y de todos los tiempos. Altruistas fueron Vicente de Paúl, Francisco de
Sales, Carlos Borromeo que auxiliaron a los pobres desvalidos, predicaron las
virtudes, exaltaron el amor a la humanidad y pasaron su vida consagrados al
servicio de todos los hombres.
Altruistas fueron aquellos eximios varones, en época de oscurantismo,
opresión e intolerancia, los Lope, Calderón, Rioja, Góngora, Quevedo, Herrera,
Tirso, Alarcón, Cervantes, Santa Teresa, Fray Luis de León, Feijoo, Saavedra, que
adelantándose a nuestro tiempo, en medio de un pueblo sin adelanto, sin luz,
crearon, no obstante para la nación española un mundo de genios, de arte, de
ciencia, de virtudes, una literatura excelsa, claridades de libertad,
sentimientos heroicos que hicieron de España la nación legendaria del valor y
de la audacia. Altruista fue Lincoln que luchó por la libertad de 7 millones de
esclavos.
Las pasiones afectivas en el hombre están ligadas por apetitos
conservadores y defensivos por un intermediario peligroso: el amor de sí o
egoísmo, pasión innoble que absorbe todo el ser del individuo; para él no
existe la humanidad, para él sólo existe la gloria, el bienestar, la riqueza, los
honores, y erige así, en su interior, un altar a esa deidad rastrera y vil que
se llama la idolatría de sí mismo. En esa ara sacrifica en favor de la
satisfacción de sus sentidos, oficia por la ambición y la avaricia. Este egoísmo
hizo de Julio César un esqueleto con su calvicie prematura; las ansias de oro
transformaron a Harpagón y Aulurario, sátrapas humanitarios, en seres
enclenques, enfermizos, envejecidos.
Las consecuencias deletéreas y desastrosas del egoísmo, en la sociedad
alcanzan proporciones inmensas. Las naciones corroídas por ese germen fatal y
devorador, relajan todos, los lazos de unión, de bien estar, de amor social;
ese egoísmo estúpido es el que fomenta la discordia, el servilismo, la pérdida
de todo sentimiento digno. La grandeza de un país no consiste tanto en la
abundancia de sus riquezas, ni en el esplendor de las artes, de la industria o
del comercio, sino en la abnegación de sus conciudadanos, en la probidad de sus
jefes, en la alianza de todos los esfuerzos, para contribuir al
engrandecimiento de la nación y darle a esta toda la pujanza contra la opresión
extraña. La ambición de mando y riquezas, egoísmo político, ha causado inmensos
males en algunos pueblos de nuestra raza. El egoísta social es peligroso por su
indiferencia para el bien general, para el impulso de todo progreso, para
cooperar con los demás en los días de infortunios, catástrofes, para dar su
óbolo en las obras de caridad, en las empresas, nobles del deber nacional,
cuando la patria está en peligro.
El egoísmo ha llegado en la época presente, como dice un notable
pensador, a ser un espectáculo desconsolador; no se oculta, se ostenta. No es
tenido por pasión vergonzosa, sino por cualidad legítima y aun estimable. Y así
lo vemos practicar por naciones civilizadas en las empresas más inicuas por
favorecer los más sórdidos intereses; los pueblos al parecer unidos por la
conveniencia política y la generosidad, se hacen una guerra económica vinculada
en los intereses; dentro de cada país los productores y monopolistas se
disputan los beneficios de la protección oficial para aniquilar la competencia
y dar pábulo a la más desenfrenada codicia.
Tal es el mundo de pasiones que agita el egoísmo bajo sus diversas formas y que parecido a ese fuego central del orbe que disloca y estremece sus entrañas, arroja también en la sociedad la lava candente que destruye pueblos y naciones.
Inviolabilidad de la vida humana
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Grave y trascendental cuestión es la de la inviolabilidad de la vida
humana, más para ser tratada de lo alto de la cátedra jurídica, que del humilde
pupitre de un didáctico o filósofo, cuyo fondo de erudición solo puede
derivarlo de las enseñanzas morales de las aulas.
Repetir aquí todo lo dicho en pro o en contra de la pena capital, sobre
la justicia o injusticia que envuelve, sobre el derecho que unos afirman tiene
la sociedad para imponerla y la negativa de otros, por qué ataca los principios
de la justicia universal y la felicidad de todas las asociaciones políticas
(Beccaria), esto, y más, sería caer en una redundancia inútil.
Apelando a la ley natural esta rechaza el homicidio, y no permite matar
a otro, sino en propia defensa. El deber de la propia conservación da el
derecho de quitar la vida al agresor. Que la sociedad debe proteger y defender
a los asociados, es incuestionable; pero matar para garantizar los ciudadanos
es una consecuencia falsa y monstruosa.
La sociedad no se venga, castiga después de madura reflexión. Para
castigar un crimen, comete otro más odioso y ejecutado en medio de la seguridad
y de la meditación, castigo que tiene todas las formas de la venganza. (En este apartado es preciso reflexionar
sobre la transformación de la concepción de la pena como castigo, sus fines
quedan establecidos en la Constitución de la República de El Salvador (1983),
artículo 27 inciso 3° que a la letra dice: “El Estado organizará los centros
penitenciarios con objeto de corregir a los delincuentes, educarlos y formarles
hábitos de trabajo, procurando su readaptación y la prevención de delitos”.)[1]
¡Lindo espectáculo el de llevar al patíbulo a un hombre para servir a la
ávida curiosidad de un populacho, entre báquicos cantares, para ir a presenciar
el último suspiro de un condenado!
¿No sería mejor, más conveniente que las penas fueran de carácter moral,
divisibles, remisibles, reparables, ejemplares, correctivas? La pena capital no
ejemplariza, ni moraliza, todo lo contrario. Ejemplo de enmienda no da, puesto
que es sabido que varios de los que presenciaron esas ejecuciones han caído más
tarde bajo la cuchilla de la Guillotina o perforado el pecho por las balas. Ese
cadáver que arrojáis a la fosa común os lega una familia sin pan ni hogar, una
viuda que se prostituye para vivir, hijos que roban para comer. Dumolard,
ladrón a los cinco años, era huérfano de un guillotinado. En 1894 fue ejecutado
en Melun un tal Mora, en la misma plaza, donde el año precedente había asistido
a una ruidosa ejecución capital. El temor de la muerte no fue para este joven bandido
un ejemplo que lo sustrajera de la comisión de sus terribles atentados. No es,
pues, justa, ni ejemplar la pena de muerte.
El doctor Cabral dice: «El freno más propio para prevenir el crimen no
es el espectáculo terrible pero momentáneo de la muerte de un malvado, sino el
ejemplo constante de un hombre privado de su libertad, que está, pagando con su
trabajo doloroso, el daño que ha causado.» Mas humanitario y digno de una
civilización avanzada es arrancar del patíbulo a un hombre que puede mejorarse,
acaso, ser un hombre útil por medio de la enseñanza, de los consejos de la
moral, del buen ejemplo; relegado en una penitenciaría, bajo un buen sistema de
corrección, de seguridad, de trabajo que lo estimule, que lo moralice,
decrecería la criminalidad y desaparecería el afrentoso espectáculo de los
cadalsos. Más de once naciones han abolido el patíbulo en sus constituciones, y
en nuestra América Central, Costa-Rica, se lleva la gloria de haberla suprimido
hace tiempo, sin que por eso sean comunes ahí los grandes crímenes; todo lo
contrario. En 1908, Mr. Guyot Dessaigne, Ministro de Justicia, propuso al
Parlamento francés un proyecto de abolición de la pena capital, reemplazándola por
una nueva pena: el internamiento perpetuo como en Italia (la Constitución prohíbe este tipo de penas); todo acompañado de
una documentación admirablemente completa; pero prevaleció el miedo de los legisladores
contra todos los argumentos de la razón, de la filosofía, del derecho. Así para
los sofistas, defensores del patíbulo, la defensa de la inviolabilidad de la
vida humana, es obra solo de los retóricos y filósofos, movimientos de
humanitarismos; pero ellos, los sofistas, abultan los crímenes, multiplican el
número de criminales, enloquecen a las masas con el espectáculo siniestro de
los crímenes, todo por conservar la última de las supersticiones penales del código,
resto de barbarie que lleva el espíritu de nuestras leyes.
La Psiquiatría ha abierto nuevos horizontes a la medicina legal, y los
médicos criminalistas por medio del estudio de las enfermedades mentales han
llegado a la conclusión, de que muchos grandes criminales no son más que enajenados
que pueden volverse a la vida normal por medio de un tratamiento adecuado. Mientras
llega el día en que nuestros legisladores concluyan con la pena de muerte,
iniciemos en la escuela ideas de moral, de religión, de nobleza de alma y
sanidad del corazón, de confraternidad y humanitarismo, de todas las virtudes
tutelares de la sociedad, que esos grandes elementos sean como los precursores
que, en día no lejano, contribuyan a establecer en la atmósfera social primero,
y después en el seno de las Asambleas, la ley redentora de la vida humana.
Es necesario
reflexionar sobre la concepción del Dr. Guzmán, sin embargo, en la actualidad
muchas de las consideraciones referidas se han transformado una y otra vez, a
través de las décadas. La crisis delincuencial que se vive en el momento actual
hace que algunos sectores se pronuncien a favor de la pena de muerte; ahora bien, sí es de imperiosa necesidad que se tomen medidas para proteger la vida de las personas; pues es obligación del Estado, tal como lo establece el artículo 2 de la Constitución (1983).
En conclusión, la vida debe protegerse.
En conclusión, la vida debe protegerse.
Honestidad
La honestidad es un valor moral que consiste en ser y actuar con probidad, rectitud, justicia, sinceridad y veracidad.
Es la capacidad de una persona para decir la verdad, sobre sí misma o el entorno.
La práctica de este valor es fundamental en todas las relaciones humanas, tanto de amistad, como en el noviazgo, entre cónyuges, familia, en el trabajo, en fin. La persona honesta es franca, pero también fiel en sus compromisos de estudio, laborales y con el Estado (paga sus tributos).
El leñador
Hace mucho tiempo, en un lejano lugar vivía un leñador con su familia. Todos los días salía a cortar leña, la que luego vendía, así podía conseguir el sustento para su mujer e hijos.
En una ocasión que regresaba con la carga de leña al pasar por el puente, se le cayó el hacha al río, la que fue arrastrada por la corriente.
El leñador que era de escasos recursos, muy triste se lamentaba.
- ¿Qué haré ahora que no tengo el hacha? ¿Cómo conseguiré sustento para mi familia?
De pronto y para su sorpresa apareció en las aguas del río un bella ninfa, quien le dijo:
- Espera buen leñador, yo te traeré el hacha.
La ninfa se hundió en las aguas del río, saliendo luego con una hacha brillante de oro puro; y preguntó:
- ¿Es está tu hacha?
El leñador contestó:
- No, esa no es la mía.
La ninfa se hunde una vez más en las aguas y saca un hacha de plata, preguntando:
- ¿Es esta?
El desconsolado leñador, le dice tristemente:
- No es mi hacha.
Por tercera vez la ninfa se sumerge en las aguas y esta vez emerge con un hacha de hierro en sus manos; y pregunta:
- ¿Es esta el hacha que se te cayó?
Muy contento el leñador contesta:
- Esa es mi hacha.
El leñador agradeció a la ninfa, quien le dijo:
domingo, 28 de febrero de 2016
viernes, 26 de febrero de 2016
Deberes de caridad
Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Nada hay que perfeccione más al hombre que ese sentimiento grandioso que
se llama amor. Nada hay que le santifique más, que el espíritu de caridad. Cuando
la aurora rasga su manto de luz y nos presenta un anciano enfermo, un débil
niño, un menesteroso cargado de andrajos y miseria, del fondo del firmamento parece
descender sobre ellos una hada encantadora coronada de estrellas, llena de
ingentes dones y de religioso silencio: es la caridad. Porque la caridad es luz
vivificante que hace evaporar las lágrimas del sufrimiento que suben al cielo
como mudo testimonio del dolor sobre la tierra, como una plegaria de los que
sufren trasmitida a Dios por la voz de los ángeles. En el orden de la
perfección la caridad es superior a la fe y a la esperanza, porque estas virtudes
no son más que las alas de la caridad, en la que brilla el pensamiento divino.
Por eso ha descendido del cielo para fortalecer el corazón del hombre y le ha
inspirado esos esfuerzos generosos que bajo la forma de fiestas mundanas, de
visitas domiciliarias, de asilos, hospicios y hospitales son el alivio poderoso
de nuestros semejantes. La caridad se abre paso a través de la tierra y llega
al dolorido seno de todos los pueblos como un océano luminoso, cuyas aguas
redentoras inundan de amor todos los corazones, consuelan y alivian las almas
desfallecidas, las esperanzas muertas, los estragos de la miseria.
Ella es mensajera divina que se acerca a todos, los que lloran y les
reparte esperanza y alegría; ella lleva las gracias que el Señor envía a los
tristes que moran en la tierra y conforta al moribundo que exhala sus últimos
suspiros; da de beber al sediento, de comer al hambriento, salud al enfermo,
ropa al desnudo, descanso al peregrino, libertad al preso, tumba al muerto, luz
al ignorante, fortaleza a la razón, correctivo a los errores, consejo al
ignorante, perdón a la injuria, y eleva a Dios por todos la plegaria. El que ejerce
este sublime sacerdocio, recoge en la tierra las bendiciones de los hombres, y
en el cielo, el amor de Dios, porque la caridad es la sublime identidad de Dios
con el alma de la humanidad.
Por eso brilla la caridad, como fúlgida estrella, sobre la frente de la
mujer piadosa; por eso nuestras madres, santas ya por su misión sobre la
tierra, están rodeadas por esa estela luminosa que dirige al virtuoso y le ata
al cielo con esa maravillosa cadena tendida sobre el curso infinito de los
siglos.
La limosna es una de las formas de la caridad y la oración en práctica.
Es el rédito de nuestro capital en el cielo, y, como decía el gran Fenelón, es
letra de cambio sobre la eternidad, que allá encontraremos pagadera a la vista.
El hombre siempre mira la mano con que da y da lo necesario; la mujer da lo
necesario y da también su corazón.
La solidaridad humana es una prueba evidente de que la virtud crece y se
desarrolla fecunda en el corazón humano. Gracias a ella se construyen
hospitales, hospicios, dispensarios y asilos en donde la beneficencia pública
asiste, cura y enseña a los desvalidos; la caridad privada reparte limosnas, vestidos,
medicinas, alimentos y practica visitas domiciliarias a los pobres; funda
sociedades de socorro. Sala-cunas, Gotas de leche que multiplican sus obras de misericordia
sin buscar gloria ni honores, sino la aspiración espontánea del corazón,
confortando a todos con su afecto inteligente y caritativo. Si la infancia está
protegida por los esfuerzos de la caridad, también ha dirigido su mirada hacia
la ancianidad provecta, enferma y desvalida, hospitalizando a los ancianos en
establecimientos cómodos e higiénicos, donde los viejos encuentran generoso
abrigo y sustento en las postrimerías de su tormentosa vida.
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