UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

jueves, 3 de diciembre de 2015

Sócrates…un mensaje para los correveidile


Observación: No tengo conocimiento cierto, en relación al autor del diálogo siguiente o que dicha experiencia haya sido vivida por Sócrates; pudo incluso ser escrita o vivenciada por otro personaje del ayer o del presente. La comparto por la enseñanza moral que de dicho diálogo se infiere para el cotidiano vivir. 

Sócrates tenía gran reputación como hombre sabio de la antigua Grecia. Cierto día un hombre vino a él a contarle sobre un amigo. Se le acercó y dijo:
- ¿Sabes lo que acabo de oír sobre tu amigo?
Sócrates respondió:
- Un momento. Antes de que me cuentes, me gustaría hacerte un test, al que llamo el de los tres tamices. 
- ¿Los tres tamices? - Inquirió aquel hombre.
- ¡Sí! - dijo Sócrates. - Antes de contar cualquier cosa de los demás, es bueno tomar el tiempo para filtrar lo que se quiere decir. A eso le llamo el test de los tres tamices.
- El primer tamiz es la verdad. - Continuó Sócrates. ¿Has comprobado si lo que me vas a decir es la verdad?
- ¡No! - Contestó el hombre - Solo tengo lo que he oído hablar de tu amigo.
- ¡Muy bien! - respondió Sócrates - Así que no sabes si es la verdad. Ahora continuemos con el segundo tamiz, el de la bondad. ¿Lo que deseas decirme sobre mi amigo es bueno?
- ¡Ah, no, por el contrario! Dijo el hombre.
- Entonces, - dijo Sócrates - quieres contarme cosas malas acerca de él, y ni siquiera estás seguro de que sean verdaderas. Tal vez aún puedas pasar la prueba, veamos el tercer tamiz, el de la utilidad. ¿Es útil que sepa qué me habría hecho este amigo?
- ¡No! - Contestó el hombre.
Ante esto, concluye Sócrates, diciendo:
- Lo que querías decirme no es ni cierto, ni bueno, ni útil. ¿Por qué deseabas contármelo?

martes, 1 de diciembre de 2015

Orgullo y vanidad. Verdad y mentira

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
La gloria es un sentimiento que nos eleva sobre el común de los mortales por grandes dificultades vencidas, por el bien hecho a los hombres, por el triunfo de la verdad, por la exaltación de la virtud. Esa gloria atribuida a los hombres no es más que lo que llamamos celebridad, como la que han alcanzado todos los grandes hombres de la historia.

La verdadera gloria sólo pertenece a Dios en el cielo, y en la tierra a la virtud grande, heroica y bienhechora. Pertenece a los humildes que dejan tras sí brillantes estelas de beneficios y virtudes; al Cristo que nació en un pesebre y redimió al género humano, a un Vicente de Paul que recogió huérfanos y fundó hospitales, a un Carlos Borromeo que asistió a los apestados de Milán, a Colón que descubrió un nuevo Continente, a Watt y Stephenson que inventando la máquina a vapor acercaron a todos los hombres y fusionaron las razas y las civilizaciones, a Morse y Marconi que nos han dado la clave para hablar instantáneamente con todos los pueblos.

El orgullo y la vanidad de la nobleza se timbran en sus blasones, pronto comidos por la polilla, en los soberbios alcázares derrumbados por el huracán de los siglos.
Vanidad, aquella palabra de Luis XIV: «El Estado soy yo»; de aquel poder que después de memorables victorias acabó con los tesoros de la Francia y con la sangre de sus hijos.

La vanidad es el vicio de las almas vulgares. Es un sentimiento que simula cualidades que no se tienen; es el borrón de la belleza en las mujeres y en el hombre el sello de la estulticie que lo lleva a entrometerse en las cosas más serias y difíciles de la vida. El vanidoso en nada repara, ni en agraviar, ni infamar honras, ni en desmerecer las buenas reputaciones, el decoro de la virtud, el brillo del talento, las luces del sabio.

Por eso es que la modestia es una de las cualidades que más deben recomendarse a los jóvenes, para que en ellos se afirme la sinceridad y la rectitud que es el incentivo de todos los corazones grandes y nobles. Que en sus almas resplandezca el candor y la sensibilidad alejando lo ficticio, que es el velo que oculta la hipocresía y enardece la perfidia.

Verdad es todo lo que se cree de todo corazón y con la luz del espíritu, con el apoyo del consenso de la opinión ilustrada o por la naturaleza divina de las obras. La veracidad es la honradez en acción y lo que da al hombre la grandeza de carácter, la estimación y confianza de todos los que lo rodean. La mentira, por el contrario, lleva careta frágil que cae al primer impulso de la verdad y exhibe el rostro avergonzado del cobarde y el doblez de conducta del embustero. El hombre mentiroso es vil y contagioso, y por eso huyen de él las gentes honradas, esfinge: de dos caras que ya juega con la honra, como aparenta veracidad en favor del calumniado. Mentir es el ambiente de los logreros, de los avaros, de los ambiciosos de títulos, de prebendas, de dinero o de poder. Ser veraz, es propio de los grandes caracteres, de los hombres honrados. Prisionero Régulo de los cartagineses le enviaron a Roma para solicitar la paz, con la condición que si ésta no se obtenía volviera a su cautiverio. Se presentó ante el Senado, y en vez de pedir la paz sostuvo la guerra contra Cartago; se le aconsejó que no volviera, alegando que no faltaría a su palabra, pues que el juramento que dio fue forzado; y romano de aquellos tiempos volvió al poder de sus enemigos que lo hicieron morir en el tormento.

Por eso, en todas las esferas de la vida, a pesar de las injusticias humanas, a pesar de la predicación de los falsos, apóstoles, a pesar de las iniquidades del despotismo, la verdad resplandecerá como sol de vida; y por la verdad se ofrecieron en sublime holocausto los mártires del cristianismo, y por la defensa de las verdades políticas y sociales perecieron los héroes en los campos de batalla, y los filósofos en las mazmorras.

La mentira, esa «Reina del mundo», como la llama Calderón, engaña al noble con la vanidad, al soberbio con, la grandeza, al pobre con voluntad y al rico con alabanzas. El jesuita guayaquileño, Lupercio de Argensola, escribió con mucha gracia:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Y esta otra:

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos
Ni es cielo ni es azul.

La inmoralidad de la mentira procede, las más veces, de influencias exteriores o del interés personal que disfraza la verdad, oculta el sentimiento de lo real, y esos dos vicios son los que más pervierten el carácter y alejan de los niños la veracidad y hacen de ellos seres falsos e hipócritas. Es por eso que jamás se deben emplear medios violentos para obtener la verdad, ni recurrir a los halagos, ni a los castigos, ni a la delación, que debe proscribirse, como ya se dirá más abajo, porque con esos procederes no se hace más que avivar la malicia y la astucia. No todos los grados de la mentira son acreedores al mismo rigor; pero siempre debe apelarse a los sentimientos de dignidad y honor para formar de los niños caracteres francos, leales y sinceros; y hágaseles comprender que la mentira hace perder la confianza, que la confesión de las faltas si no las excusa, disminuye su gravedad, que alejada la buena fe y la franqueza el educando será siempre perjudicial e indigno. Por la mentira se falta a Dios, se esteriliza el cariño de la familia, de la amistad, se mata la mutua confianza. La mentira es el primer grado de la traición. Cubrir una falta con una falsedad es como querer tapar una mancha con un agujero.

Pereza y ociosidad. Avaricia. Prodigalidad

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Para los pensadores contemporáneos la idea madre de la educación está en iniciar al niño o adolescente en las primeras nociones  del bien y advertirle las del mal; y siguiendo las ideas de Sócrates en los conocimientos que procuran la salud del espíritu y del cuerpo, la virtud y la fuerza que conducen a formar un hombre útil a los demás. Para formar ese hombre es necesario infundir en la mente del niño la idea salvadora del trabajo.

Hoy día el elemento económico forma la base del desenvolvimiento de las fuerzas productoras; el capital asegura independencia, progreso general, elevación de las actividades del espíritu, que en suma, capital y trabajo llevan un ideal digno: el progreso y la felicidad de la patria.

Ya lo dijo Carlyle: sólo hay miseria donde no hay deseos de trabajar. Samuel Smiles, el gran educador inglés, proclamó el trabajo individual como ley que educa y dignifica a los hombres. Pues bien, para matar la pereza y la ociosidad, genitoras de todos los vicios, necesario es apelar a la madre de familia, que es la primera educadora en el seno del hogar (independientemente de las nuevas teorías); su influjo sobre el tierno infante es decisivo, forma al futuro ciudadano y al futuro trabajador, iniciándolo desde los albores de la vida en todas aquellas faenas útiles que despertarán en él el deseo de avanzar, de contemplar sus propias obras, de incrustar el hábito de estar ocupado, de servir de algo, hábito que con el tiempo le enseña a apreciar lo útil. Por el contrario el ocio es costumbre viciosa que hace decaer la voluntad, inutiliza el propio esfuerzo. Y esa falta de firmeza aleja al hombre del estímulo y le abre anchas las puertas del vicio. Incumbe, pues, a los educadores continuar en la escuela la obra meritoria de la madre. La función hace al órgano y la ejecución de las labores graduales a que se debe dedicar el niño; éstas son siempre gratas si se logra impresionarle sobre su bondad y mérito, y no olvidará el camino durante el resto de su vida; queda en él impresa la sensación de que emplear bien el tiempo, es utilidad y satisfacción, es formar así el carácter y la voluntad que son los óbices en que naufragan los perezosos. El desgraciado que vaga todo el día a la buenaventura, al azar del vicio, no es más que el pesado gravamen, el deshonor de la sociedad y de la familia, la pesadilla de todo el mundo, el candidato obligado de las cárceles, el bochinchero de oficio, el estafador constante, el vago ineludible que casi siempre se engolfa en el crimen, camino del patíbulo.

Si la avaricia que no es más que el apetito desordenado de obtener riquezas, es una de las trasgresiones del deber, es porque inferimos daño a otro o privamos a la sociedad del beneficio de las riquezas adquiridas, si de éstas se hace un estancamiento absoluto. La codicia sórdida es la que absorbe bienes y dinero sin gastar nada en ellos, la que inmoviliza los resortes del progreso, los legítimos goces del trabajo, la protección de la orfandad, la negación de la caridad y de la limosna, la ruina de la verdadera economía. La avaricia arrebata a otros lo que se niega a sí mismo y empaña así todo sentimiento noble, todo esfuerzo generoso para evitar el más pequeño gasto, como aquella rica dama que ordenó se la inhumase enteramente desnuda para evitar el empleo de una camisa.

Prodigalidad es despilfarro, mal uso de lo que se tiene sin atender a los más sagrados deberes. Así es que el pródigo roba a sus hijos la parte de bienestar que les toca.

Beneficencia y magnanimidad no son amigas del pródigo, porque éste no conoce el espíritu de caridad, ni los arranques nobles del corazón; bota el dinero en los placeres, en los alardes del orgullo o de la vanidad, ignora lo que es hacer el bien, su vida es atender a su persona, hacerse notar. El avaro es el antípoda de todo progreso, de todo bienestar, porque su tendencia es acumular monedas, como el pródigo tiene el vértigo de disipar lo propio y lo ajeno.

El espíritu de economía nos hace sobrios alejándonos de ruines placeres que aminoran la vida y el bolsillo, nos brinda aquellos goces que la sociedad ha establecido como fórmulas indispensables de las buenas costumbres. Formar un capital para los hijos es una satisfacción y un dulce deber. No son las riquezas el único incentivo del trabajo y del amor, sino que ellas vienen a aumentar los encantos de la vida y el bienestar de todas las clases sociales.