UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

lunes, 7 de diciembre de 2015

Cultivo de las facultades intelectuales

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Para poder servirse de facultades tan ingentes como son las que se refieren a la inteligencia, es necesario, primero, saber en que consisten estas facultades para emplearlas en el decurso de la vida. Me limitaré, pues, a pasarlas en breve revista, para no ensanchar mucho los límites de este trabajo.

1°.- La razón. Entre las facultades que más elevan al hombre, la razón es la verdadera revelación de la verdad y de la sabiduría, puesto que es la que por un lado esclarece y toca el destino humano, y por otro nos une al Ser Supremo. La razón es una luz y no una fuerza; luz que ilumina el derrotero de las cosas humanas; fuerza que ejecuta es la voluntad. Esa luz de la razón es la que se proyecta en los senos de la conciencia para ordenar a ésta lo que es bueno y prohibirle lo malo, y en esto consiste la naturaleza insuperable de la razón que, al alumbrar la obscuridad en que puede estar la conciencia, destruye las sombras del error y hace vivir grande e inmortal la verdad. De tal modo, que la razón viene a ser la única guía que nos conduce al bien y a la virtud; y en el mundo de las ideas el razonamiento es el don inapreciable del hombre para aclarar y resolver todos los problemas que presenta el entendimiento.

2°.- La conciencia.  La conciencia viene a ser así como el santuario del alma. En ese templo invisible, pero existente y eterno están los altares donde tan pronto se adora al bien, como el mal, a lo justo, como a lo injusto. De las malas conciencias nacieron los Nerones y los Calígulas, los Marat y toda la negra prosapia de los tiranos.

En el orden moral la buena conciencia es la que ha creado los grandes benefactores de la humanidad, los mártires, los humildes servidores de la caridad y de la beneficencia.

Por eso, si la conciencia es ese santuario sagrado en que se rinde culto a la virtud y se estigmatiza el vicio, en él debe brillar como fulgente lámpara la luz de la razón; en la educación de la juventud debe formar el capítulo por excelencia como reguladora de las buenas acciones y como juez inexorable de las malas inclinaciones.

3°.- Reflexión meditativa. Hay en el hombre dos naturalezas distintas que no obstante tienen relación entre sí: las facultades intelectuales que tienden a la tierra, y las que se elevan a las más sublimes verdades de la vida espiritual. Hay en nuestro ser dos imperios: la muerte y la inmortalidad. El ser que tiene ideas constituye un yo, lo mismo que el que tiene sentimientos posee otro yo, y ambos componen un ser pensante e inmortal.

El hombre posee una facultad perceptiva que se sirve de órganos y que hemos llamado sensorium; por medio de aquella trasmitimos las sensaciones al cerebro las que van a fotografiarse en ese interior, la conciencia. Por medio del raciocinio el hombre recoge ideas, las compara, las pesa; por medio de la voluntad ejecuta actos. Es esta conciencia voluntaria la que se llama reflexión, la cual opera en silencio, hasta que la conciencia examinando los caracteres de las cosas percibidas por los sentidos, nos da idea clara de su realidad; este es el medio psicológico de realizar resoluciones que de otro modo no existirían. En resumen, la reflexión es un acto interior de nuestra conciencia que produce acciones.

El hombre vive del pensamiento, y para fundar sólidamente la deducción rigurosa de las cosas humanas acude a la reflexión y alcanza la razón de ellas a fuerza de razonamientos.

Por eso es necesario en nuestros colegios y escuelas implantar los métodos de intuición, investigación y experimentación, por medio de los cuales el alumno conoce las cosas, las analiza y las describe, desarrolla la facultad razonadora, establece teorías y deduce hechos, y por inducción llega a las soluciones, realiza hechos por medio de experimentos, comprueba fenómenos. En las ciencias prácticas este es un método de esclarecimiento que solidifica las hipótesis y establece la verdad científica.

4°.- La percepción. Es la facultad que, por medio de los sentidos, trasmite al cerebro las impresiones del mundo exterior. Así, si tocamos un cuerpo caliente, esa sensación va al cerebro por los nervios y nos da idea del calor; como si tocamos una masa de nieve tendremos la impresión del frío. Por el intermedio de los otros sentidos saboreamos todos los dones de la tierra, nos extasiamos en la armonía de los sonidos y absorbemos el perfume de las flores, contemplamos por las irradiaciones de la luz todos los espectáculos de la naturaleza. Esta es la facultad preceptiva.

5.- La memoria. La memoria es el almacén de la inteligencia y de la sabiduría, por  ella recordamos las ideas, las grandes fechas de la humanidad, las concepciones, juicios e imágenes que nos traen a la memoria los hechos de la historia que nos hacen convivir con todos los hombres en el curso de todos los siglos. Si es muy útil perfeccionar las percepciones de los sentidos, muy bueno es también educar la memoria. El animal irracional tiene memoria y voluntad, pero eso es en virtud de sus apetitos, de la ley ineludible de la conservación. Pero el hombre recuerda, elije y aplica las ideas al desarrollo de los sentimientos morales, de la piedad, del amor, del progreso, de la virtud. Montaigne la llamó la nodriza de las ideas. La memoria tiene a sus órdenes un agente poderoso que es la voluntad del alma, y cuando esta voluntad se pone al servicio de la memoria y de la inteligencia, cría genios y los héroes del valor, de la sabiduría, de la virtud en favor de la humanidad. La inteligencia conoce; el alma revela y ama, y la memoria es la que nos recuerda a Dios, el amor y la esperanza como una revelación de nuestro superior destino.

La memoria se aumenta, ejercitándola, dijo Cicerón; y por eso el maestro debe educarla en los alumnos haciéndoles aprender una y más veces trozos pequeños y escogidos de literatura, de ciencia, de historia, infundiéndoles a la vez el espíritu de verdad que contienen, los grandes acentos de la inspiración, el entusiasmo por las grandes ideas y por los acontecimientos notables. A pesar del sistema de Gall, la memoria es facultad que aún tiene perplejo al mundo científico. Nadie ha podido fijar la parte del cerebro que la hace trabajar. Especialistas en psicología han señalado hechos que constituyen verdaderas rarezas de la memoria. Se admite que ésta trabaja mejor por la mañana, cuando el cerebro está descansado, que por la noche.

Los fisiólogos confirman que la memoria se rebaja en los anémicos y dispépticos, y que mejora con los estimulantes, favoreciendo en la masa cerebral una circulación más intensa; algunas fiebres la disminuyen, y cítase el caso de un médico distinguido que después de una fiebre pertinaz no recordaba ni podía comprender la letra F. Un militar que en la guerra del Transvaal perdió un pedazo de cerebro, de cuya lesión curó, no recordaba el significado de los números 5 y 7. Cítanse casos numerosos de personas atacadas por la viruela, pobres de memoria, que la mejoraron sorprendentemente después de la enfermedad. Parece que las grandes emociones de la vida son un incentivo poderoso para recordar. En el terror de un trance de muerte, por ejemplo, se ha visto pasar todo el remoto pasado de la infancia, los recuerdos más insignificantes y alejados, por la memoria, como si ésta acudiera a algún punto del cerebro donde estuvieran almacenados.

La facultad recordativa en los animales es un hecho frecuente que sorprende por la exactitud con que se verifica. Los perros de los mercados de París aguardan en la puerta de los mataderos los tres días alternados de la semana en que se beneficia el ganado, sin faltar un solo día.

6°.- Educación de la voluntad. Por la educación de la voluntad formamos el carácter individual, sustentáculo poderoso para dar base y vigor a nuestras acciones inspirándonos esa confianza para obtener éxito en todas nuestras empresas.

En el mundo moral la voluntad presenta todo los grados de fuerza y acción; nula en el autómata, se desborda en el intransigente. Es la verdadera dinámica de la inteligencia que actúa una vez que la conciencia ya convencida, necesita manifestarse por actos directos sobre el mundo exterior. De aquí se deduce que educar la voluntad es uno de los actos más importantes de nuestra vida social y moral. No se debe, pues, nulificar la voluntad ni bajo la dirección paternal, ni menos bajo la acción educadora del maestro, es necesario dirigirla. De otro modo, crearemos autómatas e ilotas en vez de ciudadanos, es degradar por la fuerza o el temor las primeras intuiciones del niño, es destruir esa curiosidad infantil que comienza por el placer que le causan las primeras sensaciones de la vida, que más tarde serán nociones de virtud, de dignidad, de honor. Cultivar esa preciosa función es el modo seguro de suprimir caprichos, indolencias, almas débiles, la falta de dominio de sí mismo, grave obstáculo, más tarde, en todos los actos de la vida moral y de la vida orgánica.

Libre el hombre, ilustrada su conciencia, sus actos están sometidos a la voluntad consciente, y dirigidos hacia el bien por los impulsos de las leyes morales y sociales que le separan de la influencia mórbida de los sentidos, de las pasiones bajas, del vicio. Los malos hábitos, como la pereza, la indolencia, los deseos desordenados encuentran campo abierto en voluntades débiles, en almas sin carácter; y entonces todas las tentaciones que son los pretextos del perezoso, son otras tantas caídas a las cuales no se resiste, sobre todo, si la acción pecaminosa cae en el extenso círculo de los vicios. Resistir las tentaciones, despreciarlas, es tener dominio de sí mismo; se dibuja entonces la propia individualidad, ese poder de levantarse sin otro auxilio a la condición de hombre fuerte que sabe poner freno a la vida tumultuosa y dignificar los días de su existencia. Ese hombre así constituido dará carácter y timbre de veracidad y confianza a su fisonomía moral arrastrando en su favor la consideración y respeto de la sociedad. Insisto, pues, en que los maestros infundan en sus educandos hábitos de orden, puntualidad, medida del tiempo, división del trabajo en las obligaciones, constancia en repetirlas, para acomodar nuestros actos a la reglamentación de las horas. Es decir, voluntad persistente para regularizar todos los actos de nuestra vida; y todo sistema de enseñanza que olvide el ejercicio de la voluntad es un sistema antipedagógico que destruirá el molde típico del hombre social. Formaremos así una generación de padres incapaces, de ciudadanos inútiles, aniquilando los caracteres de la raza y todas las virtudes cívicas que engendran el amor a la patria. Ya lo dijo Urbano Gohier: «la abolición de la voluntad en los individuos vuelve a la nación cobarde y pasiva, presa de todos los agentes de conquista y desmoralización.» La voluntad es una parte esencial del mecanismo social: valor, prudencia, perseverancia, exactitud, ideas de orden, probidad, supremacía de la virtud y del honor serían vanas palabras en el mundo de la inteligencia y de la sociabilidad.

En ninguna parte se ve más patente la acción de la voluntad ejercitada que en algunas imperiosas funciones de la vida orgánica. Así, por ejemplo, el sueño es una función de la cual es muy difícil sustraerse. Fisiológicamente, cada hombre debería dormir cuando quiere: y es fuera de duda que la costumbre ejerce en este punto una marcada influencia. Napoleón, Gladstone y otros hombres célebres habían llegado a cultivar esta facultad hasta el punto de poder dormir tan pronto como tenían tiempo u oportunidad, en cualquier lugar y de cualquiera manera. Se citan casos de individuos que pueden respirar a voluntad, según el dominio que han alcanzado sobre el aparato de la nutrición cerebral. Tal es el poder de la voluntad educada. Un hombre sin voluntad es un fragmento inútil del complicado organismo social.

7°.- La imaginación es la facultad de combinar, transformar y enaltecer, si es posible, las ideas que nos han hecho percibir los sentidos, por el brillo de la inteligencia, por la fe que inspira la verdad, por el entusiasmo que producen las grandes acciones, los hechos providenciales suspendidos en las nieblas del misterio y coloreados por una fantasía ardiente, por un deseo irresistible de ser útil, de realizar esfuerzos supremos. Así fue como el gran Colón, a pesar de todos los abismos del Océano y de las resistencias de la ignorancia, se forjó en la imaginación, por sus conocimientos náuticos y geográficos la existencia de un nuevo Continente y para gloria y bienestar de la humanidad surgió la América, el 12 de octubre de 1492.

8°.- Entendimiento. Es la facultad de juzgar y raciocinar. Por el juicio se afirma la verdad o inexactitud de las ideas; si los sentidos no engañan al apreciar las sensaciones podrá el entendimiento dictar un juicio. Por el raciocinio se deduce una idea de otra. Si sembramos una semilla en buen terreno, sabemos que se producirá una planta con tronco, ramas, flores y frutos; la semilla, pues, es la productora de frutos.

El raciocinio puede generalizarse de una idea particular a otra general. Si tomamos un pedazo de hierro, sentimos en el acto su dureza y su peso, y si a nuestro alcance están otros iguales, nos formamos la idea de la dureza y de la pesantez. De modo que en el raciocinio preside, como elemento, el análisis, que es el que confirma la relación que une dos proposiciones, colocando entre ellas otra intermedia que nos sirve para buscar el fin que nos proponemos. El raciocinio es así una gimnástica intelectual que ensancha nuestra inteligencia y nos capacita para llenar todos los actos de la vida.

Las facultades intelectuales se auxilian unas a otras; pero los grados de energía son diferentes en ellas. Así, la percepción es la primera que nace en los primeros días de la vida; después, sigue la memoria; la imaginación adquiere pujanza en la edad viril, cuando los años y el estudio han acumulado un arsenal de ideas y de hechos, y entonces entra a reinar en toda su plenitud el entendimiento. Parece, pues, muy racional que en la enseñanza tengan los maestros muy presente el desarrollo gradual y constante de cada una de estas facultades, sin exagerar la esfera de acción de cada una de ellas, cultivando armónicamente sus diferentes modalidades, presentando al alumno las ideas, los objetos enlazados de manera simple y comprensible, variando en cada facultad el método para obtener de cada una de ellas todo lo que exige la ciencia y aconsejan los principios de una pedagogía racional.

La ciencia y el arte poseen elementos numerosos y útiles para educar la inteligencia y desarrollar las demás facultades.
Pero es necesario, al enseñar, tener presente la edad del alumno, su desarrollo mental, su carácter, su constitución, pues de otro modo sería forzar su naturaleza, su desarrollo orgánico. En el niño debe comenzarse por la enseñanza objetiva, después se generalizan los conocimientos, a medida que la inteligencia y la memoria vayan asimilando ideas, y esta es la natural graduación de una enseñanza positiva. «Proceder así, dice Galindo, no es más que imitar a la naturaleza: los niños en esa edad primera, agitados de curiosidad incesante, se entretienen en verlo todo, en examinarlo todo y es verdaderamente admirable el número de percepciones con que diariamente enriquecen su inteligencia. Así llegamos a conocer las principales propiedades de los cuerpos antes de que se nos enseñen en los cursos de Física; así descubrimos los axiomas de la Geometría; así, en fin, acumulamos en nuestro pensamiento incontables verdades de todas las ciencias, sin darnos cuenta de ello.»

Se deduce de esto, que todo buen sistema de enseñanza debe tender a que el alumno comprenda y aplique lo que se le enseñe. A la teoría debe seguir la prueba por la experimentación, y este es el modo didáctico de hacer de nuestros alumnos hombres prácticos y emprendedores.

Los párrafos anteriormente compartidos deberían ser motivo de profunda reflexión por los distintos actores del sistema educativo nacional (MINED El Salvador). Seguiré compartiendo la obra del Dr. David J. Guzmán, como lo manifesté; en lo personal, creo que es una joya de la literatura, de ahí que padres de familia, docentes, alumnos e incluso equipos técnicos del Ministerio, podemos encontrar en las letras del Dr. Guzmán un valioso recurso que llevado a la reflexión con nuestros estudiantes, podría coadyuvar con los esfuerzos que se realizan por mejorar la calidad del sistema educativo. [i]




[i] Cursivas personales

viernes, 4 de diciembre de 2015

Calumnia, envidia, maledicencia, fraude, delación

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
El puñal que abre ancha herida y arrebata la vida es cruel e infame; pero el puñal que causa más daño persistente, más dolor, pena más intensa, es el que en las sombras hiere el alma y blande la calumnia. Esta hiere a mansalva la honra, entenebrece la vida de los seres, inocula como reptil su letal veneno, y clava su zarpa en la indefensa víctima. La zarza espinosa arranca al pasar el blanco vellón de las ovejas, y en las sendas escabrosas de la vida la calumnia arranca el honor y vierte su aliento impuro sobre todo lo que enaltece el espíritu y eleva el corazón.

Amor, virtud, amistad, genio, saber, abnegación, heroísmo, inocencia, nada vale a sus ojos, y clava su saeta envenenada en un Dios que redimió al mundo, en un Dante que condujo al destierro, en Aristóteles que tuvo que envenenarse para libertarse de sus calumniadores. Heráclito se retiró a los bosques para librarse del odio y calumnias de sus conciudadanos; Bacón fue tratado de Brujo y Petrarca odiado por sus versos; Descartes huyó a Holanda por sus ideas filosóficas, y Sócrates tomó la cicuta por sus virtudes que sus enemigos declaraban crímenes, y Anaxágoras encadenado por haber emitido una idea elevada del Ser Supremo. Y así, la calumnia va azotando, como incendiaria tea, los suntuosos palacios como la humilde choza del campesino, llevando a todos los mortales el dolor, la tristeza y la ruina. Pero suena la hora de la redención, llega el alba de la esperanza, y la verdad alumbra todos los senos del oprobio que causó la calumnia y el vil calumniador dobla la cerviz ante la justicia divina.

La maledicencia es hija legítima de la calumnia; es la murmuración, deleite de las almas bajas, para las que desollar al prójimo, es una necesidad vital. Para ganar méritos que no tiene, se apoya en la envidia y la venganza; es como esas bolas de nieve que de débil copo que eran cuando comienzan a rodar, se tornan al final en esas masas que aplastan cuanto encuentran.

No hay que creer que la maledicencia solo exista en la palabra; está en una sonrisa burlona, en una mirada torva y malévola que dicen más por la duda que inspiran y muchas veces injuriosas. ¡Cuántas veces una mirada imprudente mancha una frente pura, como una sonrisa aleve puede ser estigma de ignominia!

La murmuración es enemiga insidiosa que se alimenta lanzando palabras mal intencionadas, términos indecisos, el vulgar «se dice» que hace un crimen o una locura de una acción inofensiva o involuntaria. Es verdad que la ley moral nos ordena que amemos al prójimo como a nosotros mismos, pero lo que es el maldiciente con todo y catecismo le da a la humanidad contra una esquina.

La envidia es una innoble pasión que a modo de pólipo del organismo moral, brota en las entrañas de las almas pequeñas, degenera en ellas toda sensibilidad y amor, destruye el sujeto moral de la persona, perturbando todos los resortes de la vida social y de la familia. La envidia atisba al mérito y a la dignidad, a la virtud y a la belleza y aliada con la calumnia va por el mundo sembrando la discordia y las penas, el egoísmo y la ignominia.

Cuando la estimación propia está basada en un principio de justicia, cuando los méritos se presentan sin ostentación, entonces es un sentimiento noble de nuestra naturaleza y las alabanzas deben recibirse con modestia. Enseñemos, pues, a nuestra juventud a ser modesta y humilde.

El fraude o engaño es toda acción contraría a la verdad o a la rectitud. Tiene por auxiliares a la mentira y a la intriga; y bien desgraciada es una sociedad que se ve rodeada de gentes que anteponen a todo honor y a toda justicia el engaño para acarrear pérdidas de dignidad y de dinero, y enciende en los ánimos esa guerra de iras y represalias propias para perturbar el orden de los negocios o las legítimas aspiraciones del mérito. Por eso lo que se predica en nuestro medio ambiente, en relación con virtudes tan nobles como la sinceridad y la probidad; está destinada a concluir con la industria del fraude, que es la de los caballeros de industria, con la holgazanería de los que quieren vivir de los otros, que es la industria de la pereza.

Delación. El punto se reduce, tratándose de escolares, a esta pregunta: ¿Tiene el maestro el mismo derecho que un juez para obligar a que se le diga la verdad? Casi todos los moralistas y pedagogos eminentes contestan categóricamente: el maestro no goza de los mismos derechos del juez; el paralelo entre un institutor y una Corte es falso. El maestro, pues, no puede compeler al alumno a que cometida por un compañero debe ser el último recurso que toque, pues de otro modo caería en la represión inquisitorial prohibida por la ley. Hay en la palabra del maestro una fuerza que bien dirigida, puede mover los sentimientos de hidalguía del escolar, para obligarle a decir la verdad y delate a un compañero, ni puede castigarlo porque no habla. El maestro puede servirse de otros medios para esclarecer la verdad; la insistencia directa a la denuncia de una falta.

La chismografía es una peste que asola todos los buenos sentimientos, crea odios, a veces dilatados, acostumbra al niño a la venganza. No es racional ni humanitario hacer al alumno preguntas comprometedoras de su honor, en punto a delatar a un compañero culpable, aún sabiéndolo. Es preferible para el maestro eliminarse en todo asunto que involucre culpabilidad del alumno y excitar la caballerosidad de los escolares para que ellos mismos castiguen al que ha procurado eludir la responsabilidad. Es decir, no mentir, ni delatar es una clase de ética que se da en la muy famosa escuela militar de West Point (EE. UU. De América.)

Del punto de vista político me atengo en un todo a la opinión del ilustre y digno Presidente del Ecuador, General Leónidas Plaza: «Quiero que sepa, señor Gobernador, que durante el período de mi mando en el Ecuador no habrá policía secreta en su ruin aspecto inquisitorial de perenne espionaje y delación continua: dos grandes inmoralidades que manchan a los Gobiernos y crean conflictos sociales, cuya amargura hemos paladeado en repetidas ocasiones.»


jueves, 3 de diciembre de 2015

Sócrates…un mensaje para los correveidile


Observación: No tengo conocimiento cierto, en relación al autor del diálogo siguiente o que dicha experiencia haya sido vivida por Sócrates; pudo incluso ser escrita o vivenciada por otro personaje del ayer o del presente. La comparto por la enseñanza moral que de dicho diálogo se infiere para el cotidiano vivir. 

Sócrates tenía gran reputación como hombre sabio de la antigua Grecia. Cierto día un hombre vino a él a contarle sobre un amigo. Se le acercó y dijo:
- ¿Sabes lo que acabo de oír sobre tu amigo?
Sócrates respondió:
- Un momento. Antes de que me cuentes, me gustaría hacerte un test, al que llamo el de los tres tamices. 
- ¿Los tres tamices? - Inquirió aquel hombre.
- ¡Sí! - dijo Sócrates. - Antes de contar cualquier cosa de los demás, es bueno tomar el tiempo para filtrar lo que se quiere decir. A eso le llamo el test de los tres tamices.
- El primer tamiz es la verdad. - Continuó Sócrates. ¿Has comprobado si lo que me vas a decir es la verdad?
- ¡No! - Contestó el hombre - Solo tengo lo que he oído hablar de tu amigo.
- ¡Muy bien! - respondió Sócrates - Así que no sabes si es la verdad. Ahora continuemos con el segundo tamiz, el de la bondad. ¿Lo que deseas decirme sobre mi amigo es bueno?
- ¡Ah, no, por el contrario! Dijo el hombre.
- Entonces, - dijo Sócrates - quieres contarme cosas malas acerca de él, y ni siquiera estás seguro de que sean verdaderas. Tal vez aún puedas pasar la prueba, veamos el tercer tamiz, el de la utilidad. ¿Es útil que sepa qué me habría hecho este amigo?
- ¡No! - Contestó el hombre.
Ante esto, concluye Sócrates, diciendo:
- Lo que querías decirme no es ni cierto, ni bueno, ni útil. ¿Por qué deseabas contármelo?

martes, 1 de diciembre de 2015

Orgullo y vanidad. Verdad y mentira

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
La gloria es un sentimiento que nos eleva sobre el común de los mortales por grandes dificultades vencidas, por el bien hecho a los hombres, por el triunfo de la verdad, por la exaltación de la virtud. Esa gloria atribuida a los hombres no es más que lo que llamamos celebridad, como la que han alcanzado todos los grandes hombres de la historia.

La verdadera gloria sólo pertenece a Dios en el cielo, y en la tierra a la virtud grande, heroica y bienhechora. Pertenece a los humildes que dejan tras sí brillantes estelas de beneficios y virtudes; al Cristo que nació en un pesebre y redimió al género humano, a un Vicente de Paul que recogió huérfanos y fundó hospitales, a un Carlos Borromeo que asistió a los apestados de Milán, a Colón que descubrió un nuevo Continente, a Watt y Stephenson que inventando la máquina a vapor acercaron a todos los hombres y fusionaron las razas y las civilizaciones, a Morse y Marconi que nos han dado la clave para hablar instantáneamente con todos los pueblos.

El orgullo y la vanidad de la nobleza se timbran en sus blasones, pronto comidos por la polilla, en los soberbios alcázares derrumbados por el huracán de los siglos.
Vanidad, aquella palabra de Luis XIV: «El Estado soy yo»; de aquel poder que después de memorables victorias acabó con los tesoros de la Francia y con la sangre de sus hijos.

La vanidad es el vicio de las almas vulgares. Es un sentimiento que simula cualidades que no se tienen; es el borrón de la belleza en las mujeres y en el hombre el sello de la estulticie que lo lleva a entrometerse en las cosas más serias y difíciles de la vida. El vanidoso en nada repara, ni en agraviar, ni infamar honras, ni en desmerecer las buenas reputaciones, el decoro de la virtud, el brillo del talento, las luces del sabio.

Por eso es que la modestia es una de las cualidades que más deben recomendarse a los jóvenes, para que en ellos se afirme la sinceridad y la rectitud que es el incentivo de todos los corazones grandes y nobles. Que en sus almas resplandezca el candor y la sensibilidad alejando lo ficticio, que es el velo que oculta la hipocresía y enardece la perfidia.

Verdad es todo lo que se cree de todo corazón y con la luz del espíritu, con el apoyo del consenso de la opinión ilustrada o por la naturaleza divina de las obras. La veracidad es la honradez en acción y lo que da al hombre la grandeza de carácter, la estimación y confianza de todos los que lo rodean. La mentira, por el contrario, lleva careta frágil que cae al primer impulso de la verdad y exhibe el rostro avergonzado del cobarde y el doblez de conducta del embustero. El hombre mentiroso es vil y contagioso, y por eso huyen de él las gentes honradas, esfinge: de dos caras que ya juega con la honra, como aparenta veracidad en favor del calumniado. Mentir es el ambiente de los logreros, de los avaros, de los ambiciosos de títulos, de prebendas, de dinero o de poder. Ser veraz, es propio de los grandes caracteres, de los hombres honrados. Prisionero Régulo de los cartagineses le enviaron a Roma para solicitar la paz, con la condición que si ésta no se obtenía volviera a su cautiverio. Se presentó ante el Senado, y en vez de pedir la paz sostuvo la guerra contra Cartago; se le aconsejó que no volviera, alegando que no faltaría a su palabra, pues que el juramento que dio fue forzado; y romano de aquellos tiempos volvió al poder de sus enemigos que lo hicieron morir en el tormento.

Por eso, en todas las esferas de la vida, a pesar de las injusticias humanas, a pesar de la predicación de los falsos, apóstoles, a pesar de las iniquidades del despotismo, la verdad resplandecerá como sol de vida; y por la verdad se ofrecieron en sublime holocausto los mártires del cristianismo, y por la defensa de las verdades políticas y sociales perecieron los héroes en los campos de batalla, y los filósofos en las mazmorras.

La mentira, esa «Reina del mundo», como la llama Calderón, engaña al noble con la vanidad, al soberbio con, la grandeza, al pobre con voluntad y al rico con alabanzas. El jesuita guayaquileño, Lupercio de Argensola, escribió con mucha gracia:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Y esta otra:

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos
Ni es cielo ni es azul.

La inmoralidad de la mentira procede, las más veces, de influencias exteriores o del interés personal que disfraza la verdad, oculta el sentimiento de lo real, y esos dos vicios son los que más pervierten el carácter y alejan de los niños la veracidad y hacen de ellos seres falsos e hipócritas. Es por eso que jamás se deben emplear medios violentos para obtener la verdad, ni recurrir a los halagos, ni a los castigos, ni a la delación, que debe proscribirse, como ya se dirá más abajo, porque con esos procederes no se hace más que avivar la malicia y la astucia. No todos los grados de la mentira son acreedores al mismo rigor; pero siempre debe apelarse a los sentimientos de dignidad y honor para formar de los niños caracteres francos, leales y sinceros; y hágaseles comprender que la mentira hace perder la confianza, que la confesión de las faltas si no las excusa, disminuye su gravedad, que alejada la buena fe y la franqueza el educando será siempre perjudicial e indigno. Por la mentira se falta a Dios, se esteriliza el cariño de la familia, de la amistad, se mata la mutua confianza. La mentira es el primer grado de la traición. Cubrir una falta con una falsedad es como querer tapar una mancha con un agujero.

Pereza y ociosidad. Avaricia. Prodigalidad

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
Para los pensadores contemporáneos la idea madre de la educación está en iniciar al niño o adolescente en las primeras nociones  del bien y advertirle las del mal; y siguiendo las ideas de Sócrates en los conocimientos que procuran la salud del espíritu y del cuerpo, la virtud y la fuerza que conducen a formar un hombre útil a los demás. Para formar ese hombre es necesario infundir en la mente del niño la idea salvadora del trabajo.

Hoy día el elemento económico forma la base del desenvolvimiento de las fuerzas productoras; el capital asegura independencia, progreso general, elevación de las actividades del espíritu, que en suma, capital y trabajo llevan un ideal digno: el progreso y la felicidad de la patria.

Ya lo dijo Carlyle: sólo hay miseria donde no hay deseos de trabajar. Samuel Smiles, el gran educador inglés, proclamó el trabajo individual como ley que educa y dignifica a los hombres. Pues bien, para matar la pereza y la ociosidad, genitoras de todos los vicios, necesario es apelar a la madre de familia, que es la primera educadora en el seno del hogar (independientemente de las nuevas teorías); su influjo sobre el tierno infante es decisivo, forma al futuro ciudadano y al futuro trabajador, iniciándolo desde los albores de la vida en todas aquellas faenas útiles que despertarán en él el deseo de avanzar, de contemplar sus propias obras, de incrustar el hábito de estar ocupado, de servir de algo, hábito que con el tiempo le enseña a apreciar lo útil. Por el contrario el ocio es costumbre viciosa que hace decaer la voluntad, inutiliza el propio esfuerzo. Y esa falta de firmeza aleja al hombre del estímulo y le abre anchas las puertas del vicio. Incumbe, pues, a los educadores continuar en la escuela la obra meritoria de la madre. La función hace al órgano y la ejecución de las labores graduales a que se debe dedicar el niño; éstas son siempre gratas si se logra impresionarle sobre su bondad y mérito, y no olvidará el camino durante el resto de su vida; queda en él impresa la sensación de que emplear bien el tiempo, es utilidad y satisfacción, es formar así el carácter y la voluntad que son los óbices en que naufragan los perezosos. El desgraciado que vaga todo el día a la buenaventura, al azar del vicio, no es más que el pesado gravamen, el deshonor de la sociedad y de la familia, la pesadilla de todo el mundo, el candidato obligado de las cárceles, el bochinchero de oficio, el estafador constante, el vago ineludible que casi siempre se engolfa en el crimen, camino del patíbulo.

Si la avaricia que no es más que el apetito desordenado de obtener riquezas, es una de las trasgresiones del deber, es porque inferimos daño a otro o privamos a la sociedad del beneficio de las riquezas adquiridas, si de éstas se hace un estancamiento absoluto. La codicia sórdida es la que absorbe bienes y dinero sin gastar nada en ellos, la que inmoviliza los resortes del progreso, los legítimos goces del trabajo, la protección de la orfandad, la negación de la caridad y de la limosna, la ruina de la verdadera economía. La avaricia arrebata a otros lo que se niega a sí mismo y empaña así todo sentimiento noble, todo esfuerzo generoso para evitar el más pequeño gasto, como aquella rica dama que ordenó se la inhumase enteramente desnuda para evitar el empleo de una camisa.

Prodigalidad es despilfarro, mal uso de lo que se tiene sin atender a los más sagrados deberes. Así es que el pródigo roba a sus hijos la parte de bienestar que les toca.

Beneficencia y magnanimidad no son amigas del pródigo, porque éste no conoce el espíritu de caridad, ni los arranques nobles del corazón; bota el dinero en los placeres, en los alardes del orgullo o de la vanidad, ignora lo que es hacer el bien, su vida es atender a su persona, hacerse notar. El avaro es el antípoda de todo progreso, de todo bienestar, porque su tendencia es acumular monedas, como el pródigo tiene el vértigo de disipar lo propio y lo ajeno.

El espíritu de economía nos hace sobrios alejándonos de ruines placeres que aminoran la vida y el bolsillo, nos brinda aquellos goces que la sociedad ha establecido como fórmulas indispensables de las buenas costumbres. Formar un capital para los hijos es una satisfacción y un dulce deber. No son las riquezas el único incentivo del trabajo y del amor, sino que ellas vienen a aumentar los encantos de la vida y el bienestar de todas las clases sociales.


Castidad y pornografía

Moral práctica

Dr. David J. Guzmán
El pudor es el velo misterioso de la virtud y la valla contra las engañosas promesas de la seducción. El pudor revela la pureza de la conciencia. Es cualidad preciosa en todos los jóvenes en cuyas acciones debe reinar la moral más severa, apartándose de la relajación de las costumbres; el pudor forma así una de las condiciones de la belleza y el apoyo de un espíritu recto e ilustrado.

Las leyes de la fisiología como las de la moral ordenan a la juventud gobernarse castamente para poder conservar todas las cualidades del cuerpo y del espíritu. Este fin responde al más alto grado de la educación moral y debe ser preferente objeto de la vida, pues de él se deriva el bienestar de la Nación y el porvenir de las razas bajo todas las latitudes. Toda costumbre, toda luz moral que tienda a encarrilar al hombre en el riel de una higiene bien entendida y en el dominio de sí mismo, prepara a las generaciones esa vida llena de fuerza, de inocencia y belleza que forma la verdadera nobleza del ser humano. He aquí por qué la primera educación es la directriz que hace de la inocencia una virtud; como las malas influencias en esa época de la vida ocasionan males profundos en lo físico como en lo moral; y como las nociones del bien se pierden con frecuencia en las concepciones erróneas que se tienen de la virtud, resulta que es condición primordial de una buena enseñanza formar el corazón en la moral y buenos ejemplos.

Nada, pues, se debe olvidar al dirigir el sentimiento y la voluntad por el buen sendero de la castidad, que es virtud y salud en un período de la vida en que la imaginación, como fragua donde hierven y se funden todos los ideales, forja en la mente juvenil las más vivas sensaciones y el desarrollo de pasiones que parecen arrastrar en arrebatado oleaje todos los afectos nobles y los sentimientos, más puros del espíritu humano. Es necesario recordar que la fuerza de atracción sensual ejerce sobre la imaginación de los jóvenes poderosa impresión y que las nobles acciones y buenos sentimientos alcanzados por la educación no resisten mucho tiempo a los incentivos del mal ejemplo y de las malas compañías; y el mal empeora si los jóvenes frecuentan personas de mal vivir o entregadas a la molicie, al juego, a las bajas pasiones.

Debemos respeto a la sociedad y a la familia contra las cuales atentamos si manchamos el honor con el fango de una falta. Fuerza y carácter, sentimiento y dignidad son los pedestales sólidos que sostienen el verdadero mérito del hombre digno. La demasiada familiaridad con personas apenas relacionadas en el círculo de nuestro hogar, ocasiona tarde o temprano desagradables consecuencias y siempre nos da la nota de ligeros entre las personas sensatas.

Las amistades incoloras, acaso impregnadas de malos hábitos, esas que se cubren con el oropel del cariño y apariencias de honradez, son lazos tendidos a la inocencia y a la credulidad, porque el malvado tiene envidia a la virtud y su obra es hacer víctimas. Esas amistades deben evitarse; esas relaciones perjudican al honor y dignidad de la familia. Las malas amistades y los malos ejemplos son las horcas caudinas de la juventud.

El arte corruptor, como corcel desbocado, ha lanzado a la publicidad, con desvergüenza que no reconoce límite toda clase de estampas y fotografías obscenas para dar amplio pábulo al libertinaje: es la pornografía o sicalipsis que desconociendo todo pudor y respeto, se ha complacido en los detalles más íntimos del cuerpo, en avivar los colores, en hacer resaltar las formas para provocar más los placeres inmundos y livianos y elevar así altares a la impudicia, a la vanidad, a la villanía. ¿No es esto quitar a la mujer ese manto de hermosura, la castidad, para prostituir la obra más excelsa del Creador, matar la noble pasión del amor, arrojar al fango las ilusiones más encantadoras de la vida?

domingo, 29 de noviembre de 2015

Sociedad gobernada por la corrupción

Dignidad humana

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán


La dignidad humana radica en los sentimientos de honor y probidad como leyes sociales y morales que dominan en toda sociedad culta y moralizada. El ideal de todo hombre de honor es ser probo y justo, caracteres que deben brillar ya en los negocios particulares, ya en los de orden público; no predominando el interés personal sobre el interés público las energías sociales tenderán a la prosperidad general.

Para honra de la pedagogía moderna están suprimidos los castigos infamantes, y ya desaparecieron la palmeta, las disciplinas, las orejas de burro y otras invenciones grotescas que usaban en las aulas los maestros medievales, tallados en épocas de retroceso.

Hoy los medios para dirigir y conmover el alma racional son el honor y la vergüenza; y si se logra infundir en el niño el sentimiento de su propia dignidad y estimación y el temor al desprecio que inspiran las malas acciones, le habremos abierto ancho y luminoso camino hacia el bien.

Hay en la naturaleza de la niñez una sensibilidad innata cuando sus padres o maestros elogian sus buenas acciones, y sienten temor cuando el aguijón de la conciencia les acusa de faltas que sabe son merecedoras del desagrado y justo enojo de sus directores; y esas impresiones son más duraderas y más eficaces que los ridículos castigos de antaño. Bueno es grabar estas ideas en el espíritu de los niños y para eso no faltan palabras agradables o de desaprobación que hacen mejor efecto. Hay que acompañar también los buenos ejemplos; hacerles comprender el valor de las acciones meritorias, la eficacia de las virtudes, el menosprecio de que se hacen dignos los que faltan a sus deberes, al respeto a la autoridad del maestro, las consideraciones hacia sus compañeros. De este modo se opera la ductilidad del espíritu, se rinde la voluntad, se doman las asperezas del carácter, se hace más eficaz el estímulo y de ese modo aprecian mejor todo lo que es justo, sensato y honroso.


Respecto al maestro, sin necesidad de decirlo, recordaré que cuando reprenda debe hacerlo con circunspección en términos graves y serenos, sin esos arrebatos de cólera que lejos de convencer vuelven al alumno hipócrita, contrito de mentira; así como el elogio debe discernirse con esa serenidad que inspira el bien y la justicia, y bueno es hacerlo en presencia de otras personas, lo que valoriza doblemente la estimación y buena reputación que alcanzan los niños obedientes, honrados y aplicados. Nada hay que dignifique más al hombre que el cumplimiento de las leyes morales y sociales y de los deberes que se dirigen a la felicidad de los demás mortales y al bienestar propio. En el hombre se descubre algo de divino; el pensamiento de Dios se trasparenta en él; en su imaginación se retrata el universo sensible; se alimenta de esperanzas porque cree en el cielo; resplandece como estrella cuando es virtuoso y justo, cuando combate por la razón y el bien de sus semejantes, cuando en él se exaltan la virtud y el genio que son los destellos de la divinidad.


Las buenas costumbres

Dr. David J. Guzmán

Las necesidades y las pasiones humanas han sido siempre las tendencias naturales que se originan en la organización física y moral; ellas se desarrollan imperiosamente, ya con tendencias al bien, ya al mal, y llegan según el estado de la razón individual a formar en el individuo una segunda naturaleza, buena o mala según los móviles que la animan. Esta segunda naturaleza son las costumbres que, encaminadas al bien y al sentimiento de la moral, forman ley y hacen parte del espíritu de las instituciones políticas, de la vida social y de la doméstica.

Las leyes de la sociología y de la historia general del derecho contienen las pruebas de esta acción recíproca tan interesante para la vida de las formas sociales, sus analogías y diferencias. Así, se confirma en todas partes que donde se debilita la autoridad de las buenas costumbres, corresponde una legislación viciada e inconexa; que si las instituciones domésticas degeneran, en cambio imperan las atribuciones del Estado; a agrupaciones domésticas más disciplinadas y solidarias corresponden atribuciones menos extensas del Poder. Las costumbres tienen su eficiencia fisiológica en los actos y movimientos que el cerebro les imprime y tiende a reproducir las impresiones que ha experimentado, en fuerza de las acciones sensoriales; repeticiones que forman una facultad adquirida por el organismo a fuerza de repetir los mismos actos los que llegan a efectuarse espontáneamente, aun sin la voluntad individual. Este hábito o costumbre bien dirigido y aplicado a las circunstancias de la educación o a la vida material y moral del individuo, puede ser fuente de bienestar para el individuo o para la familia, para el Estado, una vez que las costumbres entran en la formación de las leyes, en la constitución del estado social y en la felicidad doméstica. En todos los períodos de la historia vemos la influencia de las costumbres tomar un marcado ascendiente en la marcha de la civilización de los pueblos. Aquella afrentosa serie de emperadores que dominaron en Roma fue la época más tenebrosa en que imperaba la idea del goce bajo la forma de infamia, crimen y depravación, de la extravagancia y de la sangre arrastrando en pos de sí las altas y bajas clases. Los filósofos eran los únicos que sostenían la dignidad humana y el antiguo esplendor del imperio, ya entonces en plena decadencia. Se vio al ilustre Séneca, al poeta Lucano participar de los delitos de un Nerón elogiando con sus versos los crímenes del tirano y el desenfreno y vicios del pueblo. Había llegado ese pueblo romano a un alto grado de civilización y su historia estaba llena con los más grandes hechos, contemplándose entonces sacrificios heroicos como el de Atis y Mucio Escévola; pero el despotismo imperial y la corrupción de aquella sociedad había culminado a tal grado que abrió el camino a la invasión de los bárbaros, y con ellos la ruina del imperio.

Si abrimos los anales del imperio árabe (632-644) bajo la portentosa dominación de los Califas, en aquella época en que dominaron las costumbres austeras, la religión, la ciencia, las virtudes heroicas, ¡qué conquistas tan extensas, qué elevación en las ciencias, en las artes, en monumentos prodigiosos que aun desafían el curso de los siglos! Córdova, Sevilla, Granada, Samarcanda, Bagdad, Alejandría, joyas de ese imperio, eran a la vez el concilio de los sabios, el emporio de la filosofía, de las escuelas, bibliotecas, de la enseñanza, cuyo precioso legado es hoy el florón más preciado de la ciencia moderna. Y bajo esas mismas tendencias la Grecia con sus enseñanzas, sus costumbres rígidas, su moral inflexible fue la cuna de héroes y sabios inmortalizados a través de todas las generaciones. Bajo la dominación del paganismo Italia se había sumido en los horrores de la depravación de las costumbres, hasta que surgieron León X y Clemente VII, mecenas del genio cristiano que elevaron los sentimientos, crearon las costumbres austeras, las virtudes cristianas destinadas a renovar el espíritu humano por el esparcimiento del Evangelio sobre el haz de la tierra.