UNIDAD CENTROAMERICANA

UNIDAD CENTROAMERICANA
El Art. 55 de la Cn. expresa que los fines de la educación son entre otros: "...conocer la realidad nacional e identificarse con los VALORES DE LA NACIONALIDAD salvadoreña, y propiciar la UNIDAD DEL PUEBLO CENTROAMERICANO..."

martes, 12 de enero de 2016

Paternidad y maternidad

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
Los padres deben cuidar y atender desde la cuna la educación de los hijos; de ahí se deducen los títulos de los padres que proceden de los derechos y deberes que les señalan las leyes de la naturaleza y las de las naciones. Pero, cuando por el pensamiento se evoca el personaje maternal, irresistiblemente se graba en la mente el recuerdo de todos los beneficios, el desprendimiento y abnegación que son inherentes a este nombre e inspiran tal respeto que no se vacila un momento para acordarle todos los derechos a que es acreedora la madre. Derechos que se inician desde la cuna del nuevo ser hasta que lo educa progresivamente; actos importantes que por ley de lo creado le concede igual parte a la del padre en la creación de su posteridad.

En la naturaleza moral es donde se revela en toda su plenitud y esplendor este título de la maternidad. Ningún padre puede elevarse a la altura de la madre en la ternura y abnegación; y sin desmerecer el afecto paternal que existe muchas veces, en la madre nunca falta y es parte integrante de su vida. Cuando un hijo muere, el padre llora, pero el tiempo desvanece este dolor; para la madre es herida que no cura nunca. Ni el trascurso del tiempo, ni las desgracias de la fortuna, ni las mayores calamidades harán olvidar a una madre las desgracias del hijo. Así, pues, Dios ha asignado a la maternidad en esta parte un papel tan preponderante que le da la supremacía en la familia.

Quedan al padre los deberes de orden económico y social que robustecen su autoridad, todos los elementos de la vida exterior del hogar, el tacto y poder para dirigir al hijo en las relaciones sociales, el poder de ampararle en todos los trances, y sobre todo de procurarle una educación completa y adecuada. Ambos títulos, paternidad y maternidad, se igualan, se ponderan eficazmente para el mejor gobierno de la familia. La autoridad paterna no se verá por esto disminuida, si ella se penetra de lo noble que es asociar su esfuerzo al de su compañera para amar más al hijo, para realizar mejor las esperanzas de su porvenir, para fortificarlo en sus deberes y sentimientos.

Deberes propios de la maternidad. El amor a la descendencia es el sentimiento más puro y santo. No podía ser de otro modo, ni el hombre podrá desconocer el eterno agradecimiento que debe a aquella mujer que lo alimentó con su propia sangre. De allí ese amor sin límites hacia la madre que más tarde se convierte en una dulce religión. Desde que nace el niño el amor al hijo ocupa todos los instantes de la mujer: le procura los primeros cuidados aconsejados por la ciencia, le viste, rodea su sueño de calma, le evita las influencias exteriores, y a poco, le da su seno para alimentarle. 

La lactancia natural, es decir, la leche de la madre dada al niño es infinitamente preferible, porque es el alimento preparado por la naturaleza para él y cuya composición se adapta a su nutrición mejor que la de cualquier otro animal. La estadística comprueba que todos los niños débiles alimentados con el biberón sucumben de inanición durante los primeros tiempos; mientras que los alimentados al seno de la madre resisten ventajosamente y pasan bien los días difíciles de la primera infancia. Para que la lactancia sea más favorable es necesario atender a la buena salud de la madre y a su alimentación sana, substancial y regulada, lo que dará una leche de buena calidad, propia para alimentar al niño. Comenzada la lactancia natural o artificial, se va, progresivamente, administrando al niño alimentos más nutritivos en relación con: su edad; y una vez practicado el destete, con la aparición de los dientes, se seleccionan alimentos más confortantes.

Los pulmones en esta época de la vida son de una grande actividad; la respiración tiene más amplitud; la calorificación más intensa, y por tanto, toda precaución respecto a los resfríos y corrientes de aire debe tenerse muy presente. Aparecidos los dientes, suelen observarse, en algunos niños, varios accidentes nerviosos que alteran la salud, cierta irritabilidad nerviosa, disturbios gástricos, a veces convulsiones. En todos estos casos las medicinas caseras y, en su defecto, la presencia del facultativo, es necesaria.

Deber de educar a los hijos. Cuando el niño ha llegado a los 7 u 8 años es indispensable escoger para él un buen preceptor a domicilio, si para ello hay recursos, o un colegio de merecida reputación.

La indolencia de los padres, la tolerancia en todo con los niños que aún a los doce y catorce años vagan por calles y plazas no reconocen límites; y siempre, o casi siempre es la madre la causa de esas concesiones inconvenientes que más tarde procuran tristes desengaños. Respecto a las niñas, es la atmósfera de ocio en la que se las deja flotar, la causa del tedio y repulsión a las ocupaciones.

Si en los albores de la infancia se hubiesen destruido los malos hábitos; si se hubiesen corregido las pasiones desordenadas; si no se hubiesen prodigado mimos y consentimientos, de seguro la obediencia, el respeto, la gratitud hubiera sido el ornato de sus hijos. Pero no, (y que me perdonen las madres lo agrio y cierto de estas verdades) se celebran hasta los chistes burdos y los deslices más descorteses, disculpándolo todo con la edad, como si el niño no fuera como esas tiernas plantas que desde que nacen se deben enderezar. La trivialidad marcha así a la par de los malos propósitos, gracias a esas concesiones imprudentes de las madres, que son para los niños las puertas abiertas a todos los caprichos y locuras. Pésimo sistema que de seguro llevará más tarde la desgracia y el vilipendio a la familia, teniendo en la casa la calamidad de los hijos malcriados y consentidos.

La elección de un buen preceptor o preceptora es indispensable y no fácil cosa entre nosotros. En manos del preceptor vamos a encomendar lo que tiene de más caro el corazón: la ventura de los hijos, el buen nombre de la familia, la formación de hombres útiles, propagadores de la verdad y del progreso. Ese humilde preceptor que tantas veces pasa desapercibido es el que debe trasmitir la verdad, el saber, la virtud, las buenas costumbres. El maestro es un santo y paciente misionero que va por la inculta tierra de la inteligencia a la redención de los espíritus.

Los padres deben ser ejemplos palpitantes de cultura y honradez, de magnanimidad, de prudencia, de justicia. El hogar debe ser la escuela del carácter. Preceptos y consejos deben traerse a cada instante, siguiendo la forma objetiva, para excitar la impresionabilidad del niño y hacerlo respetuoso y obediente, cualquiera que sea el rango que ocupe en la sociedad.

El matrimonio

Moral práctica
Dr. David J. Guzmán
La institución del matrimonio procede de  nuestra naturaleza, la ley civil lo perfecciona y la religión lo santifica.
De esa tendencia de los seres humanos a amarse y unirse por libre y voluntario consentimiento y por la fe que se profesan, el matrimonio arranca desde la más remota antigüedad. Escrito está en el Génesis: «Id, creced y multiplicaos.»
No es bajo el concepto de contrato civil que voy a tratar este tema, sino considerándolo como institución que da origen a la familia, base fundamental del estado social y político de las naciones, refiriéndolo a las condiciones físicas y morales que se requieren para hacer próspera, feliz y digna la vida matrimonial.

Matrimonio por amor. Cuando el amor es esa pasión pura que consagra por la ternura la unión conyugal y espiritualiza la más ardiente de las pasiones, se establece entonces en las almas una eternal parentela que fortifica la constancia, purifica los deseos, ennoblece la virtud y casi santifica el amor. Por eso el gran Lamartine dijo, que el amor era una de las manifestaciones más grandes de nuestra naturaleza; y cuando ese sentimiento era encendido por la belleza, excusado por la debilidad, expiado por la desgracia, transformado por el arrepentimiento y santificado por la religión, ese amor se confunde con la virtud.

Envilecida la mujer en el Oriente, desde remotos tiempos, Roma la levantó dándole el título de matrona que expresa la severa grandeza de la esposa romana; bajo la influencia de la idea cristiana se creó en el corazón la ternura espiritualista, y fue Cristo el que emancipó y abrió a la mujer la vida del sentimiento de una vida superior e in mortal, y al infundirla el amor a Dios, la hizo partícipe del amor puro hacia el hombre, que es el ideal del matrimonio.

El amor existe en todas las almas superiores que tienden hacia la unión de los corazones íntimamente unidos y completándose el uno por el otro. Ante esta unión nada prevalece: ni embates de la desgracia, ni los reveses de la fortuna, ni los rigores del tiempo, porque si bien desaparece la belleza del cuerpo, pero subsiste la belleza al alma, el noble afecto del corazón, el amor a la descendencia.

¿Se quiere que este amor sincero produzca una unión perfecta? Pues bien, asociad, en todo lo posible y desde el primer día, a vuestra compañera, a todos vuestros planes y empresas; ligad vuestras ideas con las de ella; infundid su aliento en todas vuestras agitaciones; enlazad todas las simpatías; estrechad todos los lazos e intimidades; haced comunes todas las alegrías, todas las penas, todos los dolores, porque sólo de ese modo se sanciona y se perpetúa el amor en el seno del matrimonio.

Deberes entre esposos. En el orden moral y social actual (al momento en que fue escrito por el Dr. Guzmán), no es posible invocar en favor de la mujer su plena emancipación y discernirle la igualdad en el matrimonio, que según los legisladores y moralistas vendría a desquiciar el orden económico y social de la familia, a quebrantar los lazos de la unión conyugal, a comprometer el porvenir de los hijos, a pervertir las costumbres, estigmas más fatales que la sujeción.

La filosofía y los principios han establecido las bases sobre que debe descansar el vínculo matrimonial. En primer término la unidad de la dirección en la familia: la autoridad. Según esto, la autoridad marital no es un beneficio del que la ejerce, sino del que la recibe. No está considerada como un derecho, sino como un deber, y solo se legitima siendo justa y saludable y ejerciéndose dentro de sus racionales límites. Tratándose de los miembros del hogar es deber común entre esposos establecer la armonía, considerarse y dignificarse mutuamente y a los que los rodean, esparcir en su torno ese aliento vital de la virtud, del estímulo, del trabajo, de alentarse entre sí para llevar con serenidad las penalidades de la vida, de trabajar sin descanso por alcanzar un bienestar, para darle brillo al hogar y esparcir después las buenas obras en la sociedad y merecer el aprecio y consideración de los asociados, de cuidar y atender desde la cuna la educación de los hijos y procurar el bienestar de las personas que nos rodean.